Con R de Socialdemocracia

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Rubalcaba, el sábado, durante su primer discurso como candidato. / Flickr de conrubalcaba.

Hace mucho tiempo que la Socialdemocracia en Europa decidió coger el mismo camino que los comunistas: Pasar a un retiro dorado, formando un club de elegidos que dentro de diez o doce años se viese reducido a poco más de un millón de votos, y con esa atalaya pontificar contra los que en ese momento ostenten la representación de lo que haya quedado de la izquierda. Quizás para entonces ya no resista nada, y lo que tengamos sean partidos políticos cuyo perfil ideológico sea tan difuso como la comparación entre una seta y un Rolex. Ya podemos observar algunos en el panorama nacional, germinados en la maceta de monumentales rebotes protagonizados por socialistas y populares arrepentidos.

Los liderazgos de Willy Brandt, el recordado Olof Palme o incluso Felipe González han pasado al pretérito político con la facilidad que da la ausencia de memoria en nuestra sociedad. Entre lo que muchos quieren olvidar por imperativo moral, católico, apostólico y romano, y lo que desaparece de nuestras retinas por la vagancia intelectual imperante, para los estudiantes de bachillerato José María Aznar pasará a ser dentro de poco uno más de los reyes godos. En esta vorágine de superficialidad, donde el día a día manda y de lo de ayer nunca más se supo, los socialdemócratas en Europa, y particularmente los que tenían conciencia de serlo en España, se han abandonado a las esencias del cómo, sin darle ninguna importancia al para qué. Los debates internos sobre las fórmulas de elección de líderes; el estudio pormenorizado del método sobre cómo instalarse en el poder para los restos; o la inmersión en las nuevas fórmulas de comunicación sin saber muy bien su utilidad para la acción política, han generado una perversa dinámica en los partidos adscritos a la ideología socialdemocrata, cuya demostración empírica es la fotografía de cualquier comisión de trabajo en un cónclave congresual. Se quedan los de siempre para aprobar lo que les parece, mientras el plenario asiente sin más reflexión, pasando a depositar la resolución en un cajón donde cogerá la solera necesaria para volver a ser debatida dentro de cuatro años. Alguna ponencia marco de esas que se redactan en el PSOE tiene más cuerpo que un Gran Reserva riojano.

Alfredo Pérez Rubalcaba realizó el pasado sábado en su discurso un recorrido por muchas de esas cosas que se aprueban en largas noches de hotel y debate, a las que nadie prestaba atención. O al menos muy parecidas. Quizás porque esos que se quedan a discutir, los noctámbulos de las citas congresuales, suelen saber de lo que hablan y además son los más escorados a la izquierda de entre sus iguales. De las palabras del candidato, además de una idea clara y concreta de lo que pretende que sea su labor de gobierno, salpicada de propuestas concretas, salió también una esperanza reformista para todos aquellos que aspiran a una alternativa refundada del socialismo democrático. No sólo para España. Hoy, más que nunca, la construcción de un proyecto emanado desde abajo para gobernar lo que se cuece por arriba no es sólo una oportunidad política. Es lo que necesita un mundo que ya ha sufrido bastante la ordenada anarquía de las agencias de calificación, entre otros miembros de una cofradía que más que mover los hilos tira de ellos con una fuerza desproporcinada para seguir estirando a los que menos tienen.

2 Comments
  1. Gonzalo Caro Sagüés says

    A mis compañeros de IU, suelo decirles que yo solo soy un triste socialdemocrata. Soy un triste socialdemocrata de esos que en los años 40 pensaban que el camino al socialismo era la reforma y no la revolución, que creían en la banca pública. Hoy, me considero un socialdemocrata del siglo XXI de los que creen en instituciones globales democráticas que nos lleven a una sociedad más justa para todas las personas en la tierra. Lo siento mucho, buen marketing, pero al señor Rubalcaba le separa un abismo de los ideales de la Socialdemocracia, de esa que se escribe con S mayúscula y de esa que hay que defender todos los días, cuando se es vicepresidente primero del gobierno y cuando se es candidato a la presidencia.

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