‘Cantinflear’

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Imagen de Mario Moreno, 'Cantinflas'. / Wikimedia

- A ver, conjúgueme el verbo llover.

- Yo me mojo, tú te mojas, él se moja, nosotros nos mojamos, vosoootros os mojáis, ellos se chorrean.

De miles de ingenios así está llena la fraseología de Cantinflas, del que este 12 de agosto se ha cumplido el centenario de su nacimiento y que en el ámbito hispano se ha celebrado con especial emoción. De la importancia de su legado sirva de muestra que en un idioma como el español, hablado por cuatrocientos millones de personas, su manera de manejar el idioma ha producido un verbo, cantinflear, que la RAE acoge como pronunciar palabras de corrido sin que nada se le entienda, lo que en parte es cierto pero no lo agota. ¿Hay algo más parecido en este mundo a la inmortalidad que llegar a encarnarse en un verbo? Carlos Monsiváis, el poeta mexicano, piensa que esa importancia de Cantinflas radica en que representa al iletrado que se apropia del lenguaje como puede, lo que también es cierto si tenemos en cuenta películas como El analfabeto y el símbolo que él devino como parte de una población de gente que no sabía leer ni escribir y que rondaba en 1930 el 70 por ciento. También esto es cierto, verdadero, pero no lo agota. Otros ven en el cantinfleo la defensa única que tiene el pobre para burlar el lenguaje de los ricos, el que se entiende, sobre todo las órdenes. Esta interpretación es propia de filólogos. La confusión, de esta manera, sería una suerte de veladura que el propio lenguaje produciría en aras de conservar la propia verdad, secuestrada por el lenguaje entendible. Amarga verdad que nos llevaría muy lejos, algunos han comparado estas digresiones sin fin con las de Groucho Marx por los mismos motivos, como un ataque a las instituciones públicas de su país, gobierno, policía, plutócratas, el esnobismo que les es inherente, su implacabilidad también, hasta el punto de constituir una teoría de la subversión a través del lenguaje que sobre todo nos agrada por su enorme poder de fascinación.

Desde luego Cantinflas siempre jugó  a ser un pelado, el hombre salido de los barrios pobres. Mario Moreno Reyes lo era. Nacido en el barrio de Santa María la Ribera de Ciudad de México, hijo de un cartero y tercero de siete sobrevivientes de doce hermanos. Como tantos. Emigrante frustrado, quiso entrar a Estados Unidos por California cumpliendo así la ancestral ruta de los más pobres hacia el rico e inmenso norte que algunos creen es cosa actual, se hizo boxeador y de ahí pasó al circo, al teatro y, luego al cine. En estos ámbitos conoció a Manuel Medel, un comediante que hoy día casi nadie recuerda, y del que se dice que Mario Moreno tomó el gesto del pelado. Nació así Cantinflas, que la leyenda quiere contracción de “Cuánto inflas”, aludiendo al modo en que convertía las palabras en cháchara sin sentido o “En la cantina inflas”, por aquello de seguir la tradición beoda del paisanaje.

Cierto que el mexicano tiene un gusto desmesurado por el barroco, estilo desmesurado de por sí, sobre todo en América. Cantinflas es puro barroco, desmesura que le sale por la boca, en abierto contraste con sus ademanes físicos, calmados, discretos, casi vergonzosos, como corresponde a la clase humilde, campesina del que le separa una generación, no más. Este personaje lo representó como nadie lo ha hecho en el mundo hispano. De ahí que en toda América y en España incluso, en aquella España lastrada por la dictadura, se le comprendiese sin más. Quizá entenderle no, pero comprenderle, eso era pan comido: no hacía falta más que mirar en torno a la pobreza habida en aquellos años y la estética neorrealista que la acompañaba, que casi parecía connatural a ella, para saber que las películas de Cantinflas eran el lado neorrealista que nos venía de América, con los mismos problemas que acuciaban a la gente de aquí, en lucha permanente con la injusticia de los poderosos que, no había más que fijarse, no llevaban los uniformes azules de Falange, en vez de ello enormes sombreros y republicanismo militante, pero que parecían comportarse de la misma manera. Al fin y al cabo la cultura era la misma, o similar: curas por todos lados y campesinos que acuden a la iglesia para intentar paliar sus problemas. Y detrás, la resistencia infinita de los pobres, la esperanza,  que supo  elevar a categoría de mito el Evangelio quizá como ninguna religión supo hacerlo.

Cantinflas, así, se convirtió en nuestro ámbito en una suerte de santo más respetado que los mismos santos, pues salía de la clase que mejor podía comprenderle y, además, le importaba un ardite la cosa religiosa aunque la respetase, porque, eso sí, hay que decir que Cantinflas siempre fue un personaje conservador, respetuoso de las instituciones aunque las pusiese en solfa y quisiera cambiarlas con ademán discreto, casi socialdemócrata. Mario Moreno, por el contrario, al ser de carne y hueso, y aunque naciera pobre, tiene una leyenda llena de luces y sombras, como, por ejemplo, el papel que representó como presidente en el sindicato de la ANDA, aunque hay que reconocerle que fue de los primeros en crear un sindicato de trabajadores cinematográficos en abierta oposición al único del PRI y, desde luego, el papel moderador, de corrección política sin tacha, que en realidad tuvo con las instituciones de la nación. La leyenda quiere que estuviera implicado en las amenazas que nuestro curioso cantante coplero, Miguel de Molina,  sufrió en su primer exilio mexicano, algo que nunca ha llegado a demostrarse pero que, como toda leyenda, es verosímil cuando perdura.

Cien años del nacimiento de Cantinflas, aquel personaje que llegó a ir a Hollywood en su viaje quizá más incongruente y al que vimos de criado francés de Phileas Fogg en La vuelta al mundo en ochenta días, con un David Niven a veces un tanto sobrepasado pero siempre divertido con su colega mexicano, cien años del nacimiento de uno de los grandes cómicos en español y que como tantos otros retorcedores feroces de nuestra lengua, Quevedo, Valle Inclán, Lezama Lima… no ha sobrepasado cierta fama local precisamente por su dificultad para que los foráneos lo entiendan cabalmente, cien años que en México han celebrado por todo lo alto, con exposición incluida sobre su figura en el Paseo de la Reforma y realización de una película dirigida por Alejandro Gómez Monteverde con guión de él mismo e interpretada por el actor español Óscar Jaenada en el papel de Cantinflas. En fin, un aniversario celebrado por todo lo alto y, sobre todo, el legado de un verbo, cantinflear, tan distinto de la verborrea, que lo dice todo.

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