Muerte y vida de artista

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Un momento del ensayo de la ópera "The life and death of Marina Abramovic" en el Teatro Real. / Javier del Real (Efe)

Está loca” es lo primero que se le vino a la cabeza al director teatral y músico Robert Wilson cuando Marina Abramovic, la artista que nació en la antigua Yugoslavia y que no ha muerto todavía, le pidió que representara su vida y que empezara con la puesta en escena de su funeral. Pensó eso y, acto seguido, se puso a la tarea, cuyo resultado han podido contemplar los espectadores que tuvieron la ocasión de ver su estreno, el 10 de abril, en el Teatro Real de Madrid. Otra de las –ya lo imagino- polémicas actuaciones de su director artístico, Gerard Mortier.

De Abramovic quizás lo más suave que se ha dicho es que está loca. Se trata de una masoquista impenitente, una sensacionalista practicante del Arte Corporal o Body Art, una flipada, producto del lugar de nacimiento y sus circunstancias, en definitiva, como ella misma afirma. Aquella Yugoslavia de Tito (Abramovic nació en los cuarenta), un abuelo hecho santo, un padre hecho héroe y una madre cruel esculpieron su personalidad a golpes. Habrá quien piense que exagera, sin embargo ¿no es acaso la exageración de un artista lo que dibuja la perfecta estampa de la realidad que los amantes del arte necesitan para comprenderla? La vida de Marina Abramovic y su obra se confunden a propósito, quizás debido al carácter apasionado, muy balcánico -para caer en el tópico-, de la artista.

En cuanto a llevar a la escena su propia intimidad es una práctica muy meditada a través de sus años de trabajo, no una ocurrencia más o menos oportunista. Muy bien ha dicho el actor Willem Dafoe que “a veces se puede revelar más, a través de la artificialidad, lo que llamamos realidad”. Y las tablas ¿qué otra cosa son sino artificio? En su caso, además, una terapia productiva.

Vida y obra se confunden, por tanto, en esta mujer que fue pionera en la práctica de la performance, esas representaciones extremas o desconcertantes que animan –o desaniman, depende- al espectador a reflexionar sobre asuntos de alguna importancia, como la vida y la muerte, sin ir más lejos. MA no separa nunca la vida de la muerte. Su Balkan erotic Epic: Woman with Skull, de 2005, es muestra expresiva de ello.

Sus acciones consisten en llevar a extremos situaciones humanas. Unas, aparentemente inocentes, como su mirada impertérrita de la performance de 2010, en el MoMA, en la que se mantuvo sentada en una silla frente a otra que se iba ocupando por voluntarios, durante los días en que duró una exposición de sus obras y todas las horas en que ésta permanecía abierta al público. Otras, de las primeras de los años setenta, en la que permanecía en pie, desnuda, a expensas de lo que el público quisiera hacerle, para lo que podían disponer de elementos de los que destacaba una pistola con una bala al lado. Un espectador llegó a cargar el arma con la bala y a apuntarle a ella. MA confesó, en su día, que aquella fue la única ocasión en la que estuvo dispuesta a morir. ¿Por qué? Que cada cual apechugue con la respuesta o posibles respuestas.

Cuando escribo esto, aún desconozco las críticas que se hagan de Vida y Muerte de MA, pero las leeré con atención. Con sentido del humor, el cantante Anthony Hegerty, otro de los contribuyentes a la obra, ha dicho que han puesto pegamento del fuerte en los asientos, así que no tienen miedo de la reacción del público. En cuanto a Wilson, elogió a Mortier y deseó que en Nueva York hubiera alguien como él, aunque reconoció que es casi imposible que una obra así pueda verse en “esa conservadora ciudad”. Una ciudad en la que viven todos los que andan en el meollo, por cierto. Debe ser que se conserva bien (perdonen el chiste).

Estarán en el Teatro Real hasta el 22 de abril, para quien no pueda asistir queda el consuelo de ver la exposición de sus Selected Early Works, enLa Fábrica, hasta el 2 de junio.

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