Aquella muerte urgente de Neruda

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Imagen sin fechar de Pablo Neruda. / Wikipedia

Los restos de Pablo Neruda están siendo examinados minuciosamente estos días –después de ser exhumados de su sepultura de Isla Negra, el pasado 8 de abril- para determinar la verdadera causa de la muerte del poeta. La patóloga norteamericana, Ruth Winecker, de la Universidad de Carolina del Norte, es la encargada del trabajo y ha prometido decir algo hacia el 22 de este mes. También una universidad tejana y el Servicio Médico Legal de la Universidad de Chile analizarán los restos.

Se sospecha que el cáncer no fuera el agente principal de la muerte sino una inyección abdominal que le practicaron en la clínica donde se trataba, y de la que el propio Neruda informó, preocupado, a su mujer, Matilde Urrutia, horas antes de morir.

Los personajes de este drama son muchos y ayudan a entender la trama de la película:

  •  Manuel Araya, el chófer y ayudante personal de Neruda, quien, desde el principio sospechó del asesinato de su jefe, y que fue detenido en el Estadio Nacional, centro de tortura y muerte, de infausta memoria.  Araya contó que Neruda había ingresado en la clínica de Santiago para sentirse más seguro, a la espera de tomar un avión dispuesto para salir a México, justo al día siguiente, y no porque estuviera enfermo.
  • La Fundación Neruda, que restó importancia a las declaraciones del chófer y que –junto con Matilde Urrutia- siempre se negó a que se especulara con otra muerte que no fuera por cáncer.
  • Rosita Núñez, enfermera de Neruda durante 40 años, que también atestigua sobre lo sospechoso de la inyección.
  • Mario Carroza, juez antes y actual ministro de Justicia, convencido de que algo oscuro se esconde tras esta muerte, sólo doce días después de la de Salvador Allende y del golpe pinochetista.
  • Mario Casasús, periodista mexicano, coautor del libro: El doble asesinato de Neruda, aseguró en su libro que fueron Matilde Urrutia y la Fundación Neruda quienes contribuyeron a mantener en secreto la muerte real del poeta.
  • Proceso, revista mexicana que levantó la liebre en 2011
  • Rodolfo Reyes, sobrino de Neruda y –junto con el Partido Comunista chileno- quien pidió la exhumación del cadáver.

Lo chocante es que se haya esperado 40 años para llegar a esto; Chile lleva disfrutando de una democracia desde 1990. Para Casasús ya es tarde para que los patólogos puedan verificar algo, pero si hasta de una momia egipcia se puede, ¿cómo no se va a poder con el poeta chileno?

Esta pregunta, que suena algo fuera de tono, me recuerda una visita a Isla Negra en la que tuve la ocasión de participar junto con Manuel Vázquez Montalbán, Carlos Casares, Juan Ramón Masoliver, Magdalena Vinent y Rosa Montero. Formábamos parte de un seminario de escritores y periodistas en Santiago, desde donde nos había trasladado un microbús. La visita a la casa del poeta estuvo sembrada de ocurrencias a cada cual más disparatada y desopilante –como diría Jorge Herralde- que se fueron encadenando y creciendo hasta hacernos reír a carcajada limpia.

Cuando la guía que nos mostraba los detalles de la casa había terminado su explicación –por otra parte, repetitiva y recurrente, ya que poco se puede decir de la vida cotidiana por muy poeta laureado que sea quien la lleva-, Masoliver repetía el acto, en plan cómico: “He aquí la cama del vate y, a sus pies, sobre la alfombra, pueden comprobar dónde dormía la pobre Matilde Urrutia”. Chiquilladas así y otras mayores fueron la delicia de la excursión, que, por otra parte, resultó muy interesante. Cuando se hubo hecho el silencio tras otra ristra de irreverencias, Vázquez Montalbán, dejó caer casi en un susurro: “Hombre, dejad ya de tirar contra los pocos símbolos de la izquierda que nos quedan”. Ese afeo de conducta, humilde y contundente a la vez, no logró acabar con la juerga que, por otra parte, no pretendía burlarse de Neruda -cuyo libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada contribuyó a la edificación emocional de todos los que estábamos allí-, sino que más bien, venía provocada por la devoción y la entrega de la guía de la casa museo.

Pero, la pregunta era: ¿a qué viene esperar 40 años para desenterrar el misterio de la muerte de Neruda? Y aquí no puedo olvidar lo sorprendente que me pareció la reticencia de unos profesores universitarios que me invitaron a cenar en su casa junto con Carlos Casares, cuando se criticaba a Pinochet. Se mostraron incómodos por algún comentario hecho por Casares, por lo demás, nada radical ni descortés. El dictador estaba vivo, por entonces, ya que no murió hasta 2006.

Quizá ese temor a molestar al dictador haya contribuido a la larga espera por descubrir el posible asesinato del poeta comunista. En fin, aunque la justicia que tarda tanto en dilucidar un crimen, ya no sea justicia, al menos resuelve la duda, que ya es algo.

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