El folletín crepuscular de Mario Vargas Llosa

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Vargas Llosa posa ante el cartel que anuncia su nueva novela, durante el acto de presentación de la obras, el pasado día 11, en la Casa De América (Madrid). / Kote Rodrigo (Efe)

Mario Vargas Llosa se ha estrenado en la rentrée literaria con una nueva novela, la primera obra narrativa en consideración desde que se le concediera el Premio Nobel. Su título, El héroe discreto, que ha publicado Alfaguara, lo dice ya todo: el escritor peruano realiza una especie de rendido homenaje a esos héroes anónimos que sufren las vejaciones de la vida cotidiana de su país, dura donde las haya, además de  la extorsión, el chantaje y la continua expoliación de los derechos humanos.

Salvando ciertas distancias, las debidas, a Mario Vargas Llosa le sucede lo que  a otros grandes de la literatura, pongamos Leon Tolstoi, pongamos Emile Zola: que su obra está siempre muy por encima de su ideología. El caso grandioso es Tolstoi que odiando ya el hecho literario –arremetió contra Shakespeare porque pensaba que todo en él era amoralidad– llegó a crear una de las grandes nouvelles de la literatura, Hadji Murat, el mejor relato de la guerra entre chechenos y rusos que se ha escrito por ahora. Pero igual le sucedió a Zola a quien sus ideas socialistas no le impidieron escribir casi un mundo que trasciende las condiciones sociales que el quería destacar a toda costa en los Rougon Macquart. Ni que decir tiene que  Mario Vargas Llosa pertenece a esa estela: introduce elementos de sus ideas liberales en personajes que, finalmente, se le rebelan y las transcienden. Como la vida misma. En este sentido hay que decir que Vargas Llosa es autor que viene después de las experiencias de Pirandello y Unamuno respecto a esa rebelión de los personajes, pero parece que aun siendo consciente de ello quiere olvidarlo. Vargas Llosa siempre fue hombre tozudo, voluntarioso.

Así, Felícito Yanaqué, piurano, así, Ismael Carrera, limeño, que vende su compañía de seguros a una multinacional italiana y eso le acarrea problemas con sus propios hijos. La crítica ha destacado en algunos casos la deuda contraída por Vargas Llosa con las novelas de corte ejemplar de Miguel de Cervantes. Yo calificaría El héroe discreto de novela de corte ejemplarizante,  no ejemplar, que no es lo mismo. Porque el esquema de la narración sigue una lógica inquietante, la de dar cuenta de la dignidad escondida e imperecedera  en personas anónimas dentro de un mundo corrompido donde los valores se destruyen en aras del beneficio económico. En cierta manera es la advertencia de Mario Vargas Llosa ante el resurgir económico de su país, y esa advertencia se sustenta en una admisión de los valores éticos surgidos del capitalismo protestante.

Lo que sucede es que en cierta manera los personajes se le rebelan. Como le sucede a cualquier artista genuino. Y Felícito Yanaqué, Ismael Carrera, don Rigoberto, Lituma… viven al margen de esas consideraciones y el lector sabe que incluso en algunos de esos personajes la sola mención de la ética inherente a ciertos valores democráticos les sonaría a música celestial. Y sin embargo sucede que la dignidad de esos personajes, vengan de donde vengan, es algo que reconocemos en lo más secreto de nosotros mismos y ese reconocimiento, que poco o nada tiene que ver con ideologías, es en definitiva lo que salva al arte y hace que a lo largo del tiempo las iglesias, sean del signo que sean, siempre sintieran cierta desconfianza ante las consecuencias de esa rebelión.

Pero El héroe discreto es mucho más que unos personajes rebeldes en busca de autor. Vargas Llosa, por débito generacional, el boom consagró en cierta manera la cultura pop, es autor que gusta del folletín. Desde luego del decimonónico, de Alejandro Dumas a Eugene Sue, pero también del que tiene que ver con el culebrón radiofónico y televisivo. Su contribución ejemplar se produjo con una novela deliciosa, La tía Julia y el escribidor, que pasa por ser uno de los más grandiosos homenajes realizados a esa cultura de lo pop, y Mario Vargas Llosa nunca ha olvidado ese lado melodramático en sus novelas, de tal manera que los introduce de modo espontáneo, simplemente porque considera que el melodrama es parte esencial de la vida. Quizá no le falte razón, salvo saber que la literatura más moderna se forjó apartando, como si se tratara de la peste, al melodrama del hecho literario, como hizo el folletín decimonónico con el sexo, por ora parte.

Este libro es crepuscular. Es un libro donde se nota que detrás se esconde un autor con una vasta obra a sus espaldas. Es un libro, por tanto, lleno de fantasmas y fantasmagorías… y guiños, continuos guiños literarios. En este sentido, para los lectores que hayan seguido a Vargas Llosa desde aquella primera La ciudad y los perros y gusten de su narrativa, les aseguro que El héroe discreto les encantará. Porque de encanto se trata, del encanto que surge del contar, como sucede en Las mil y una noches. Porque este Perú del que trata Vargas Llosa en su novela es un Perú real, pero  sobre todo imaginado, e imaginado en sus propias novelas. Hay en ella, por tanto, referencias continuas a Lituma en los Andes, a Los cuadernos de don Rigoberto, a La Casa Verde, incluso, donde se cuenta una anécdota que en realidad no aparece en esa novela, los mensajes de chantaje con los dibujos de las arañitas… como si el autor ya se permitiese el lujo de citarse  a sí mismo, de convocar a personajes de otras novelas e incluirlos en historias recientes.

Todo ello perfilado con diálogos excelentes porque Vargas Llosa es uno de los escritores que mejor ha sabido utilizar el diálogo en la literatura en español, por ahí se encuentra esa maravilla llamada Conversación en la catedral, y esa querencia por encuadrarse al lado de los grandes hacedores de novelas, los del XIX, los creadores de personajes múltiples, el ya citado Tolstoi, pero también Dickens, también Balzac, también Dumas, también nuestro Galdós…

El héroe discreto pertenece a esa literatura de Mario Vargas Llosa que muchos creen más liviana, menos dada  a temas trascendentales. Muchos pensamos que es ahí donde la mayoría de las veces se encuentran sus mejores libros. No siempre, pero esta vez no es el caso.

2 Comments
  1. Y más says

    Buen artículo aunque no me convence. Hace tiempo que coincido con los críticos y ecritores hispanoamericanos que, reunidos en Alicante, hace unos meses, decidieron que la novela más importante de Vargas es la primera que escribió: «La ciudad y los perros». Lo demás son Rigobertos y señoritas, putas y soldadesca.

  2. María José Furió says

    Jaja qué gracia el congreso de los Importantes de Alicante que decidieron que la novela más importante de Vargas Llosa era la primera y esos críticos y escritores latinoamericanos se sintieron importantes al hablar de un autor muy importante al que, seguro, nada le importa, lo que tan importante gente decida sobre su propia importancia.

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