Cerrado para siempre el Cuaderno Dorado

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Doris_Lessing_fallecimiento
Doris Lessing en Segovia, el 23 de septiembre de 2006, poco antes de participar en el 'Hay Festival'. / Juan Martín (Efe)

Ha muerto Doris Lessing seis años después de que le concedieran el Premio Nobel de Literatura. Fue el suyo un premio tardío, aunque como diría ella misma, “más vale tarde”, porque ni sus novelas ni ella misma se esforzaron por resultar complacientes, siempre un halo de incomodidad en sus historias, un efecto adverso en su mirada. Pero la academia sueca no pudo eludir su calidad literaria, su genuina vocación de relatora de vidas, las suyas propias; todas sus vidas.

Había nacido en Irán, cuando se llamaba Persia, pero su vida transcurrió entre Zimbabwe, cuando se llamaba Rhodesia, y Londres. Dejó de estudiar a los 14, en cuanto pudo buscarse un trabajo y dedicar todo el tiempo posible a escribir. Desde niña, fue una persona que no parecía dispuesta a admitir concesiones de ninguna clase.

Sus declaraciones a la prensa solían resultar agrias y muy inconvenientes, en ocasiones, sin que esto haya desviado ni un ápice su camino. Un ejemplo claro fue su traslado a Londres con el hijo menor que tuvo de su segundo matrimonio, dejando en Rhodesia a sus otros dos hijos, porque tenía muy claro que no iba a malgastar su talento en dedicarse a la maternidad de por vida.

Una mujer dura, aparentemente, coqueta sin gastar ni un céntimo en maquillaje, luchadora hasta el punto de militar en el Partido Comunista Británico en los años 50, del que salió tarifando en 1954, completamente defraudada. Que despreciaba el calificativo de feminista aunque trazó como pocos escritores el perfil de la capacidad creativa de las mujeres, de su personalidad y sus modos de reaccionar en situaciones difíciles.

De Lessing –que como es costumbre entre los anglosajones, mantiene el apellido de su segundo exmarido- conservo sobre todo la impresión que me produjeron sus novelas, especialmente El cuaderno dorado (1962), que se acogió como una especie de biblia feminista, a pesar de todo; pero también, Canta la hierba (1950), la simbólica Martha Quest (1952) o el conjunto de Hijos de la violencia, donde la autora hace una crítica social y política sin contemplaciones.

Se comentó mucho su experimento para demostrar cómo los editores desprecian a los autores noveles, cuando presentó novelas con pseudónimo que le fueron rechazadas. Fue el caso de Diario de la buena vecina (1983) y aquello fue muy comentado en la prensa.

Conocí a Lessing hace más de treinta años, cuando vino a Madrid por vez primera de la mano de su editora Beatriz de Moura (Tusquets editores) para promocionar su novela La buena terrorista (1985), creo.

La cosa era hablar de su literatura, sus intereses literarios, su vida peleona en aquella Rhodesia, sus ratos de té viendo pasar la vida desde la veranda, tantas veces descrita. Nada, una charla breve, de la que Pilar García Padilla, que dirigía un informativo, sacaría minuto y medio para ofrecer a los oyentes de Radio Nacional. Pero estuvimos dos horas hablando, dos horas que me molesté luego en traducir y montar junto a la versión española y que, espero, deben de estar durmiendo en el archivo sonoro de RNE.

En esas dos horas pude darme cuenta de la envergadura de Lessing como escritora, consciente de su destino en la vida, de relatar lo que los críticos han llamado “la épica de la experiencia femenina”, que viene a parecerse, en lo esencial, a la masculina, con los añadidos inherentes a la condición impuesta a las mujeres por las convenciones imperantes. Las contradicciones de la condición humana, en definitiva y la denuncia de las injusticias sociales. Una escritora difícil por su carácter, que tenía muy claro qué cosas no merecían la pena y las excluía sin contemplaciones de su vida.

Me gustan sus obras menores, como la descripción de la vida de sus gatos, Gatos muy distinguidos (1962), y sus últimos escritos autobiográficos como en El viento se llevará nuestras palabras (1987). Sus últimas obras datan de 2008, incansable, abrumadora.

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