La vida como ficción

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Emmanuel_Carrère_2009
Emmanuel Carrère, en una imagen de 2009. / Wikipedia

Truman Capote replicó una vez a quienes lo acusaban de haberse refugiado en el reportaje para disimular su pérdida de imaginación: “Al contrario, es la imaginación lo que me empuja por ese camino”. Ya había escrito una deliciosa crónica sobre una compañía teatral por la Rusia soviética (Se oyen las musas) cuando un día se tropezó con la historia del asesinato de una familia en un pueblecito de Kansas. Su olfato de sabueso convirtió lo que a cualquier otro escritor le habría dado para una crónica criminal en A sangre fría, una fascinante inmersión en el lado más oscuro de la naturaleza humana; un libro que, entre notas, entrevistas y reescrituras, le llevó más de seis años de trabajo.

Al igual que Capote, Emmanuel Carrère es un escritor que ha transbordado de la novela al territorio de la no ficción, tal vez porque comprendió que las meticulosas pesadillas de sus primeros libros no podían transgredir la línea sagrada de la verosimilitud. Cada narración crea su propia y delicada atmósfera de realidad; las hay donde conviven vampiros, zombis y princesas medievales, pero existe un punto más allá del cual el pacto del lector con el autor deja de ser válido y la credulidad se rompe. La realidad, en cambio, puede permitirse licencias que jamás perdonaríamos al más extravagante de los poetas: casualidades, juegos y carambolas que no tienen refugio en una novela. En los diarios se publican a menudo noticias estrafalarias que funcionan exclusivamente como textos periodísticos, pero que metamorfoseadas en un relato apenas si se sostendrían en pie.

Ese es precisamente el problema. En unas declaraciones que son el reverso exacto de las de Capote, Carrère afirma: “De verdad, ya no creo tener ningún tipo de imaginación; quizá tenga otras cualidades como escritor, pero sinceramente la imaginación ya no es una de ellas”. Para él, entre sus primeras novelas (Una semana en la nieve, Una novela rusa) y sus grandes libros de no ficción (Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, El adversario, Limónov) hay una diferencia esencial y es el tratamiento del hecho real, que impone otra perspectiva, otra distancia y otra técnica. Sin embargo, en el primero de ellos, Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos (ed. Minotauro), no hay aparentemente nada que lo distinga de una biografía al uso salvo el material bruto con que trabaja: los sesenta años de existencia de Philip K. Dick, el genio visionario de la ciencia-ficción cuya vida es un cúmulo de traumas, alucinaciones y paranoias. La espléndida prosa de Carrère se pone al servicio de esta alucinante historia sin desviarse apenas de los límites del género, lo cual acentúa la extrañeza del resultado.

El salto cualitativo se produce en el siguiente libro, El adversario (ed. Anagrama), que analiza una odisea criminal tan increíble como espeluznante: la historia de Jean Claude Romand, un anodino vecino de Prévessin que mantuvo durante veinte años una impostura absurda que finalmente desembocó en una orgía de sangre. Romand hizo creer a todos sus familiares, amigos y conocidos que había terminado los estudios de Medicina y que trabajaba como investigador médico de la OMS, pero en realidad era un inútil que sobrevivía a base de estafas, invirtiendo el dinero de sus padres y sus suegros, mientras se pasaba el día en absoluta soledad, paseando por los bosques del Jura o sentado en bares de carretera, como si todavía hiciera novillos. Poco a poco, cuando los ahorros empiezan a agotarse, la mentira esencial con la que ha convivido durante décadas se resquebraja y, ante el miedo de que se descubra la farsa, Romand asesina a sus padres, a su mujer y a sus hijos y luego intenta suicidarse.

Carrère se plantea los enigmas de esta fábula monstruosa en primera persona, como un problema narrativo de primer orden, ensamblando un perfecto artefacto posmoderno en que el desafío de contar (de comprender) la historia del asesino se coloca en el primer plano de la historia. El recurso al que apela para armar el pacto con sus lectores es el reclamo de la verdad, pero en realidad son su habilidad narrativa, su claridad y su economía de medios las que sostienen la fragilidad y las diversas trampas de la trama. Avanzamos por la historia desde la perspectiva de Carrère, de detrás hacia adelante, conociendo de antemano los brutales asesinatos y la perplejidad del narrador, que se encuentra ante el dilema de contar unos hechos inverosímiles, una burda ficción sostenida a lo largo de una vida entera. Poco a poco, desde esa atalaya, comprendemos lo que el patético impostor no acierta a imaginar en ningún momento de su triste existencia: que el hecho de que no lo descubrieran era mucho peor que el hecho de que lo descubrieran. La revelación, la verdad, es tan insoportable que prefiere el asesinato, como si pretendiera borrarlo todo y empezar de nuevo. De hecho, al final, con su inesperada conversión religiosa en la cárcel da la impresión de que Romand ha ideado una nueva ficción con la que engañarse otra vez y proseguir el juego.

El último libro de Carrère, el extraordinario Limónov (que por sí solo merecería un análisis aparte) también es la historia de alguien que ha hecho de la ficción continua su forma de vida: Eduard Limónov, una especie de don Quijote ruso, poeta enloquecido y exhibicionista que, entre otras aventuras políticas, literarias y sexuales, participa en el asedio de Sarajevo del lado de los serbios, funda el improbable Partido Nacional Bolchevique, acaba en la cárcel por su oposición a Putin y allí sufre una iluminación mística. Al contrario que Romand, que en ningún momento llega a tomar las riendas de su lastimosa vida, Limónov es un mixtificador soberbio que ha hecho de sí mismo una leyenda, una blasfemia y una obra de arte. Ambos exageraron, adulteraron y trabajaron su biografía con la mira puesta en la galería; tal vez por eso Carrère intuyó que hacer de esa labor de falsificación otra novela hubiese sido una redundancia, además de una imprudencia.

Eduard_Limonov
Eduard Limónov durante una reunión del grupo opositor ruso 'Estrategia 31', celebrada en Moscú en Marzo de 2010. / Ivan Simochkin (Wikipedia)
3 Comments
  1. Dominique says

    Hola DAvid,
    A mi tambien me hizo mucha impresion la personalidad de Edouard Limonov, que conocia un poco antes del libro de Emmanuel Carrère, porque soy francés.
    He hecho un site muy completo sobre el verdadero Limonov, un hombre aun mas fascinante que lo que cuenta CArrére.
    El site es principalmente en francès, pero escrito de manera sencilla, para que se comprenda casi todo con Google Trad.
    Tambien hay algunas paginas en espanol , en inglés y en italiano.
    Hay mucha informacion inedita sobre Limonov, fotos y videos dificiles de encontrar :
    http://www.tout-sur-limonov.fr/

  2. Dominique says

    Hola DAvid,
    A mi tambien me hizo mucha impresion la personalidad de Edouard Limonov, que conocia un poco antes del libro de Emmanuel Carrère, porque soy francés.
    Y he hecho un site muy completo sobre el verdadero Limonov, un hombre aun mas fascinante que lo que cuenta CArrére.
    El site es principalmente en francès, pero escrito de manera sencilla, para que se comprenda casi todo con Google Trad.
    Tambien hay algunas paginas en espanol , en inglés y en italiano.
    Hay mucha informacion inedita sobre Limonov, fotos y videos dificiles de encontrar :
    http://www.tout-sur-limonov.fr/

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