Hitler, mi vecino. Recuerdos de un niño judío

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Elvira Huelbes

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Cubierta del libro de Feuchtwanger.

Las memorias reunidas en este libro, Hitler, mi vecino, (Anagrama 2014) empiezan siendo las de un niño de cinco años y terminan con un chaval de 15. Transcurren entre 1929 y 1939. Su autor, Edgar Feuchtwanger, al que las circunstancias, quién sabe si casuales, le hicieron vecino de Adolf Hitler, como desvela ya en el título, narra con cierta minuciosidad lo que le intrigaba de su vecino recién llegado al elegante barrio de Munich donde vivía la familia. Al autor le asiste el buen oficio del periodista Bertil Scali, también cineasta y novelista, lo que es notorio en el ritmo del relato y la buena evocación de las pequeñas cosas cotidianas convertidas, por obra de la historia ya sabida, en acontecimientos.

Abundan en estos años libros sobre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, algunos, memorables, otros, más deudores de una obligada cuestión de conmemoración de unos hechos, causados por el odio y la desconfianza entre europeos, circunstancia ésta que sigue viva y presente, ya sea sobre campos de batalla de los Balcanes, aún humeantes, ya sea en la antigua república soviética de Ucrania, ahora sumida en una guerra feroz.

Mirando hacia atrás al contemplar el escenario actual, cabe preguntarse por la responsabilidad de otros actores ajenos a Europa, pero celosos de su pretendida aspiración a una vida más justa que la que se da fuera de ella. Pero, mejor abandonar especulaciones y a lo que íbamos.

La virtud de este libro estriba en que cuenta las cosas vistas por la mirada de un niño que va creciendo según el lector pasa las páginas, y que se debate entre la preocupación creciente que alienta las conversaciones de sus padres –judíos, como él– y las arengas románticas de su profesora, Fraülein Winkl, admiradora confesa y entusiasta del Führer. Intercambia impresiones con algunos compañeros que son o vecinos de otros gerifaltes o directamente hijos de alguno.

El joven Edgar es, además, sobrino de un escritor, Lion Feuchtwanger, autor de El judío Süss, una novela histórica, de la que se hizo una película, y que apareció en 1925, año en que el escritor ya criticaba abiertamente a los nazis y por lo que tuvo que buscar asilo en Estados Unidos, donde le criticaron no ser igual de ácido con Josif Stalin.

El tío Lion no volverá nunca más a Alemania –cuenta el joven Edgar-. Hitler le ha retirado la nacionalidad. Ha ordenado quemar todos sus libros. Normal.

Por su forma novelada, el libro tiene otra virtud que es la de dejar ver al lector cómo la percepción humana puede negar la realidad –como le pasó a muchos alemanes– y cómo para otros la amenaza cernida ya sobre las cabezas de la familia del niño, no es suficiente para salir por piernas de aquel país que se había vuelto tan peligroso.

Al parecer, el tío Lion está feliz en Francia –sigue contando- donde vive en un hotel cerca del mar, con la familia de Thomas Mann. Han creado una pequeña Alemania. Franz Hessel, el traductor de Marcel Proust… está allí con ellos. A mamá le gustaría que fuésemos a reunirnos con el tío.

La historia -cargada de humillaciones y amenazas, con el internamiento del padre en Dachau del que salió milagrosamente vivo, después de 40 días- está narrada, sin embargo, con la dulzura propia de la inocencia, sin cargas de tinta ni aspavientos adjetivados de ninguna clase y por eso es placentera de leer. Por eso y porque, para la familia protagonista, el final no fue el peor posible.

El libro lleva un apéndice de los dibujos infantiles, muy elocuentes, y notas escolares. Edgar Feuchtwanger (1924) es historiador y vive en Gran Bretaña, ha querido aportar con estos recuerdos de infancia otro grano de arena al esfuerzo de comprensión del incomprensible comportamiento humano.

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