Cuando los animales no eran mascotas

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Babuinos de la base del obelisco oriental del templo de Luxor, una de las piezas de la exposición de CaixaForum 'Animales y faraones'. / Paco Campos (Efe)

Animales y faraones es el título de una exposición que se inauguró el miércoles y que estará entre nosotros hasta el 23 de agosto, fecha en la que viajará a Barcelona, en la sede de CaixaForum del Paseo del Prado. Ni que decir tiene que a un día de su inauguración la afluencia de público ha sido enorme, prueba fehaciente y no sólo debido a las fechas de Semana Santa, que también, de que todo lo relacionado con el Antiguo Egipto provee al imaginario colectivo europeo de una fascinación que desde los tiempos de la conquista napoleónica de Egipto y las cuitas de Champollion no ha hecho más que acrecentarse.

El interés por tamaña cultura, menos exótica para nuestros orígenes de lo que hasta ahora se pensaba, es algo muy anclado en nuestra civilización, y eso a pesar de que hemos perdido la ligazón que los objetos arqueológicos egipcios parecen representar entre el símbolo y la vida. Por ejemplo, el culto de la muerte, o, sin ir más lejos, la especial predilección que sentían por hallar en los animales expresiones del cosmos. Nosotros tuvimos esa percepción pero la hemos perdido y Ernst Júnger ha dedicado certeras páginas de sus diarios, era un eminente estudioso y coleccionista de escarabajos, y en especial en su libro Cazas sutiles, en lamentarse de esa ligazón perdida, y en homenajearla.

La Obra Social La Caixa y el Museo del Louvre han organizado esta pertinente muestra para que esa ligazón perdida, pero no olvidada del todo, se remoce exponiendo 430 objetos que son sólo una muestra pequeña de los inmensos fondos que el Museo parisino posee respecto a las antigüedades egipcias, no hay que olvidar que fueron los ejércitos franceses los primeros en inaugurar la moda de la egiptomanía, aunque hay algunas provenientes del Museo Arqueológco Nacional y de Ciencias Naturales.

Estatuas de todo tamaño y material, esfinges, estelas, vasos, acuarelas, sarcófagos y, sobre todo, ay, la fascinación, 14 momias de animales que disparan la curiosidad del espectador, curiosidad que se transforma en perplejidad cuando se entera de que muchas de esas momias no recibían en el sarcófago el cadáver del animal a él dedicado sino que se rellenaba ésta con cualquier cosa, incluso con muñecas de trapo con las que jugaban las niñas. Perplejidad que representa una especie de ducha de agua fría en el imaginario arcádico con el que solemos representarnos la antigüedad egipcia. Es evidente que una cultura abocada a la muerte como era ésta generara unos beneficios económicos inmensos alrededor del asunto, y tamaña industria daba lugar al fraude, a guardar las apariencias, ya que finalmente ello nos demuestra que la cultura egipcia era, sobre todo, una cultura de férreas normas que solicitaban, pedían, su transgresión discreta y, por tanto, darían paso al fraude y la corrupción en la que el estamento religioso, los sacerdotes, se llevarían la mayor parte de la tajada. Para hacernos una idea aproximada del asunto deberíamos volver nuestra mirada al modo en que se gestionan hoy día los templos de las religiones de la India. Usos que deberían ser muy parecidos en el Egipto de hace milenios.

Héléne Guichard es la comisaria de la muestra, amén de ser conservadora jefe del departamento de Antigüedades Egipcias del Louvre, lo que conlleva una gran responsabilidad, y recalcó en la inauguración de la exposición que para llevar a buen término ésta ha sido necesario restaurar 260 piezas, más de la mitad de las que se muestran, destacando en especial un conjunto escultórico realizado con el celebrado granito rosa de Asuán que representa a unos babuinos, animales emparentados por los egipcios con la salida del Sol, y que pesan seis toneladas, y cuyo traslado a CaixaForum la comisaria ha catalogado de “proeza técnica”, de “auténtica obra de ingeniería” ya que es la primera vez que sale del Louvre desde que el Museo lo acogió en 1836. Iba a acompañar al obelisco de Luxor de la Plaza de la Concordia, pero la muestra fehaciente de los atributos viriles de los babuinos lograron que éstos fueran recluidos durante casi dos siglos en las salas del Museo. Hasta ahora.

Loa babuinos, sí, pero hay más sorpresas, como una cabeza policromada de madera, en la que los egipcios eran maestros a la hora de decorar, que representa a un dios perro y que está fechada entre los siglos VI y III antes de Cristo, y que tampoco antes había salido de Louvre. Como dato curioso cabría decir que en esta exposición se muestran más de 60 especies de animales pero que hay algunos que ya han desaparecido, aunque desde luego no los más representados, los gatos, animales que los egipcios adoraban probablemente por razones prácticas ya que era pueblo que dependía de las cosechas de cereales y los gatos mantenían a raya a los roedores. Ese interés cotidiano, por ejemplo, con los gatos contrasta con los símbolos representados por el león o el cocodrilo, que expresaban sentimientos más terribles, ligados a la destrucción, por ejemplo, o a la regeneración.

En cualquier caso un mundo metafórico cuyo alcance se nos escapa pero no su fascinación, un mundo metafórico ligado a la relación entre los animales y los dioses, pero cuyo nexo de unión final era el Faraón, encarnación del Poder y Dios él mismo. Sirva esto como recordatorio final de una sociedad ligada en todos sus aspectos a la muerte y la resurrección, pero dotada de una jerarquía social pocas veces conseguida en las antiguas culturas. Una hermosa exposición de enorme importancia y que sigue la estela de las muestras de ahora, incidiendo en lo temático.

Agencia Efe (YouTube)

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