Antón Chéjov y el sinsentido de la vida

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El jardín de los cerezos CDN
Momento de la representación de 'El jardín de los cerezos', de Antón Chéjov. / cdn.mcu.es

Se estrenó el sábado 9 en el Teatro Valle Inclán la gran obra con la que Antón Chéjov se despidió de su arte, El jardín de los cerezos, obra crepuscular donde las haya, sujeta a variadas interpretaciones de sentido y, por ello mismo, controvertida como pocas obras del autor ruso. En nuestro país, esta obra ha gozado de buenas interpretaciones. Recordemos que, ya en 1932, se estrenó en el Teatro Español por el Teatro Artístico de Moscú, que estaba de gira por España, aunque fue en 1960 cuando se montó por vez primera por una compañía española en el María Guerrero, dirigida por José Luis Alonso e interpretada por José Bódalo, Josefina Díaz, María Dolores Pradera, Berta Riaza, Lola Gálvez y Antonio Ferrandis. Desde entonces se ha interpretado alguna que otra vez con buena fortuna, como la que en el 86 dirigieron José Carlos Plaza y William Layton y que interpretaron Julia Gutierrez Caba, Berta Riaza, Enriqueta Carballeira y Fernando Delgado, amén de dos versiones de Estudio 1 bastante dignas.

Esta vez le ha tocado dirigir la obra a un legendario chejoviano, Ángel Gutiérrez, que a sus 82 años no ha querido renunciar, todo lo contrario, a montar El jardín de los cerezos, aunque no es la primera ocasión en que lo hace. Ángel Gutiérrez es niño de la guerra y en Rusia se entusiasmó con Chéjov hasta el punto de estudiar arte dramático con un alumno de Stanislavski, amigo del escritor, que estrenó en el Teatro del Arte de Moscú esta obra en 1904 y donde su mujer tuvo un relevante papel, más tarde, en los años 20, él mismo no se privó de realizar el papel de Gáyev en la obra. Tanto se entusiasmó, que se fue a vivir a Tarangog, la ciudad donde nació Chéjov, para impregnarse del ambiente del lugar, árboles, casas e “incluso sus perros”, en palabras del propio Gutiérrez. De vuelta a España, en los 70, fundó el Teatro de Cámara Chéjov, que ha estado funcionando hasta hace dos años, en que hubo que echar el cierre por problemas económicos: la crisis del teatro se llevó a Chéjov, como a otros tantos.

Ahora el Centro Dramático Nacional, en homenaje a Chéjov, presenta esta obra maestra del dramaturgo ruso bajo la dirección de aquel que se ha empapado de su espíritu. El reparto es espléndido, enorme: Marta Belaustegui, Juan Ceacero, Alicia Cabrera, José Luís Checa, Jesús del Caso, Germán Estebas, Francisco Ferrer, Jesús García Salgado, David Izura, José Rubio, Lorena Neumann, que dan vida a Liubov Ranévskaya, Ania, Varia, Gáyev, Lopajin, Trofimov, Epijódov, en fin, Duniasha, la criada, que siempre, como es costumbre, aparece en último lugar.

Cartel de El jardín de los cerezos.
Cartel de 'El jardín de los cerezos'. / CDN

El jardín de los cerezos es obra principal, junto a La gaviota, Tio Vania y Las tres hermanas, pero tiene un lugar reservado para los chejovianos pues representa la obra más compleja de su autor, sujeta ya a la conciencia del escritor de su propia extinción. Ángel Gutiérrez se ha centrado en este problema sobrevolando por las interpretaciones que inciden en la decadencia de la aristocracia rusa y otorgando importancia a lo que se halla de reflexión acongojante sobre la condición humana. Chéjov fue un hombre enfermo desde su juventud, se sabía condenado, pero gracias a ello supo indagar en la fragilidad del hombre como pocos y, a pesar de que en esta obra se advierte claramente que había llegado a la conclusión de que la vida no tenía sentido, lo cierto es que insistió siempre en que la vida adquiría dignidad sólo si se la buscaba una dirección. Esto es, en gran parte, esa enorme lección de humanidad, lo que distingue a Chéjov de la mayoría de la intelectualidad rusa del momento, obsesionada con el problema del nihilismo, que Dostoievski elevó a cotas insuperables en Los endemoniados y Los hermanos Karamázov.

Obra preferida de Ángel Gutiérrez, es ésta la primera vez que la dirige para el público, ya que se había atrevido sólo en montajes de la Escuela de Arte Dramático. El director piensa que la interpretación de que es una obra que representa el final del siglo XIX, es verdadera, siempre que sepamos ver que también nos está hablando de nuestra propia condición actual, la de los siglos por venir. La fragilidad, el sufrimiento, el ansia de amor, por ejemplo, una constante en la obra, está perfilado justo para el personaje de Liubov Ranévskaya, que interpreta con mucho acierto Marta Belaustegui, personaje de una complejidad intensa, y que sólo una actriz de carácter es capaz de soportar y llevar a buen término.

El jardín de los cerezos es obra crepuscular, un análisis implacable de la decadencia, pero el público no termina muy de saber de qué trata. Sucede que el tema es el tiempo, lo que acaece, lo incesante, algo sumamente inquietante pues es desesperación al comprobar que todo lo construido se esfuma de nuestras manos: entre las negociaciones que llevan a cabo la aristócrata Ranévskaya que, acuciada por las deudas, se resiste a vender la casa, y Lopajin, el nuevo rico, se cuela por el jardín un ruido que no deja de crecer y que los que descansan en el jardín, para ocultar su inquietud, creen puede ser una garza , pero podría ser, al modo de una representación medieval, el sonido de la propia muerte, la de todos y cada uno, que Gutiérrez resume, no podía ser de otra manera, citando a Lope de Vega: “ La vida es corta, viviendo todo falta y muriendo todo sobra”.

Chéjov es melancólico, pero un gran dador de vida, porque la comprende. Esta obra es una rareza en un panorama donde este tipo de reflexiones se evitan. Por ello la representación es una prueba de coraje en un mundo que huye de modo neurótico de su propia condición. No hay peor decadencia que aquella que no lo sabe. Otra vez, siempre, Chéjov.

CDN (YouTube)
2 Comments
  1. Y más says

    Dios, ¡qué malos son!

  2. […] infinito paisaje norteamericano hasta el infinito mismo. Una salvedad se nos impone, sin embargo: en Chéjov la comprensión ahoga la ironía y la amargura que resultan de la expresión de una deter….  En Cheever esa comprensión deriva en farsa, por no hablar de esperpento, aunque esa […]

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