César Rendueles: “No hay que permitir que sólo el mercado decida lo que es trabajo y lo que no”

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César Rendueles durante su conferencia en Wikimanía 2015 en Ciudad de México. / Wikipedia

Para el autor de Capitalismo canalla (Seix Barral, 2015), César Rendueles (Girona, 1975) más que de los crímenes del colonialismo El corazón de las tinieblas trata de la experiencia de la alienación. Una experiencia al alcance de cualquier contemporáneo, de aquellos que sientan estar viviendo la vida que no les corresponde, o estén desempeñando la tarea a la que no tenían planeado dedicarse.

Y dice Rendueles que "lo opuesto a la alienación es esa sensación inimitable de estar siendo uno mismo". Parecerá una perogrullada pero esa experiencia de estar viviendo "lo que nos es más propio, aquello que nos identifica" es lo más cercano que hay a ser feliz. Algo que históricamente, desde la invención del capitalismo, se le ha escatimado al individuo.

Rendueles −con quien cuartopoder.es se ha puesto en contacto− ha echado mano de sus lecturas variadas, y su propia experiencia, para recorrer la historia del capital como un personaje canallesco de la aventura humana. El resultado es un libro divertido, apasionado, interesante, ilustrativo y esclarecedor. Un libro con final feliz: la constatación de que frente al despotismo financiero y la lógica depredadora del mercado, se opone la defensa de lo común que nos une, la capacidad de cuidarnos sin recurrir a 'profesionales', en definitiva, las leyes de la democracia, que nos despiertan cuando caemos en la tentación de permanecer dormidos.

— Le ha salido un alegato contra la miopía contemporánea de una sociedad como desactivada ante los retos de cambio social actuales. ¿Esa era la intención o ha ido tomando cuerpo?

— Las dos cosas. El libro intenta contar algunos procesos relevantes en el desarrollo de la sociedad capitalista a través de un conjunto de textos literarios. Lo que ocurre es que muchas veces la historia política de la mercantilización ha consistido en la desactivación de las aspiraciones de democratización de la mayoría. Y, simétricamente, los avances de los proyectos de emancipación han consistido en intentos de embridar el torbellino capitalista. Ahora estamos viviendo un momento ambiguo.

— ¿La creación literaria, dicen, puede explicar mejor la realidad que un sesudo ensayo?

— Bueno, no estoy del todo de acuerdo. Creo que a veces la creación literaria puede conducirnos a algunos sitios a los que a la teoría social le cuesta llegar. Son algo así como puertas traseras. Pero eso no significa que no existan puertas principales.

— No ha temido mezclar lecturas menos canónicas con títulos incuestionables, ¿aportan tan buena materia San Juan de la Cruz y Gloria Fuertes; Gamoneda y Jenofonte; Sue Townsend y Dostoievski?

— La verdad es que yo leo así, de un modo muy desordenado. Al revés, lo que me preocupaba era caer en la tentación de proponer un canon literario o político.

—Tampoco dudó en entremezclar experiencia propia con anecdotario incluido, entre estas reflexiones. ¿Le costó decidirse o salió espontáneamente?

—De nuevo, las dos cosas. Salió espontáneamente y me costó muchísimo decidirme a no eliminarlo. La literatura es una parte importante de mi vida, así que lo raro es que cuando hablo de una novela o un poema no me acuerde de alguna experiencia personal.

"No hay que temer al mercado, sino establecer límites que nos parezcan razonables "

— El trabajo asalariado ha sido la jugada maestra que el capitalismo vendió como alternativa a la esclavitud. Sabido y comprobado que se trata de un esclavismo moderno,  ¿habrá alguna salida que no sea suicida?

— En general, creo que no hay que temer al mercado, ni siquiera al mercado de trabajo. Lo que hay que hacer es establecer límites que nos parezcan razonables y no permitir que el mercado establezca sus propias reglas. No deberíamos dejar que el mercado sea la única institución social que decide lo que es trabajo y lo que no y cómo debe ser remunerado o repartido. Es más, es que de hecho no lo hacemos, aunque a los economistas les moleste reconocerlo. En la mayor parte de países desarrollados el Estado es el mayor empleador con muchísima diferencia.

— El capitalismo acabó con la lógica del rebelde  justiciero, y parece que el ruido y la furia revolucionarios también pasaron, ¿cuál es ahora el mejor arma de los que se atreven a luchar contra el insaciable despotismo del capital?

— La democracia. La principal lección que nos enseñaron los procesos políticos latinoamericanos de principios de siglo, desde Chiapas a Ecuador, ha sido la potencia de la democracia radical como herramienta de cambio político.

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Portada de la obra 'Capitalismo canalla'. / planetadelibros.com

— “Lo trágico es que en la modernidad nadie puede ser bueno”, dice en la lectura de Dostoievski. ¿Cabría la posibilidad de retomar la conveniencia de ser bueno en nuestros días?
— Lo que quería decir es que vivimos en sociedades en las que la única manera de ser bueno es ser un héroe moral. Hay determinantes estructurales que nos hacen cómplices inocentes de realidades monstruosas. Cada vez que le compro unas zapatillas deportivas a mi hijo colaboro con la explotación indescriptible de miles de personas. Para no participar de esa realidad criminal tendría que fabricarle yo el calzado o algo parecido. Y lo mismo con una infinidad de microdecisiones cotidianas. Deberíamos vivir en un mundo en el que ser bueno o malo tenga que ver con las decisiones que tomamos conscientemente cada uno y no con nuestra capacidad para desafiar a un Leviatán incontrolable.

— Cuando no hay patrón que nos proteja quizás descubramos que podemos cuidarnos los unos a los otros, ¿es algo más que una moda de la sociología moderna esta reflexión del cuidado, o se trata de una vía de supervivencia a la que hay que tender urgentemente?

— Yo diría más bien que lo que fue una moda fugaz fue el olvido del cuidado. Somos seres dependientes, punto. Nos puede gustar más o menos, pero no hay ninguna alternativa. Lo que ocurre es que en nuestras sociedades, tan refractarias a esa realidad, el cuidado y el apoyo mutuo puede convertirse en un espacio en el que salgan a la luz algunas de las contradicciones que atraviesan nuestras vidas. Si tu horario de trabajo convierte el cuidado de tus padres en una pesadilla, es fácil que escuches con escepticismo a ese director de recursos humanos que te habla de tu carrera laboral y de tus posibilidades de ascenso.

— ¿Qué le falta a Podemos, y a las maneras salidas del 15M, para que la gente vea el camino correcto? ¿Cómo poner en marcha, en la vida real, que la democracia es pensar en común?

— Hasta ahora hemos vivido momentos de efervescencia muy emocionantes, pero la transformación política es algo mucho más gris y lento. Necesitamos instituciones propias que sean capaces de mantener y regular esa tensión democrática cuando, agotados, abandonamos las plazas y las calles. O sea, necesitamos sindicatos, movimientos sociales, asociaciones de vecinos, cooperativas… Sociedad civil, vaya.

"Europa acabará siendo el nombre de una sala de reuniones del Banco Central Europeo"

— ¿Cómo contempla el fenómeno de las masas de refugiados, exiliados, emigrantes? Aparte de la explicación obvia de que huyen de la guerra y la miseria de sus sitios.

— Ellos son la realidad del capitalismo global. Los medios de comunicación los presentan como una especie de fenómeno meteorológico excepcional, como un accidente desgraciado que hay que gestionar. La verdad es que la excepción es el bunker occidental, cada vez más reducido. Al final, Europa acabará siendo el nombre de una sala de reuniones del Banco Central Europeo.

— El estilo de vida del sur de Europa es a la vez denostado y codiciado por los ricos del norte, ¿acabará saltando por los aires bajo el peso de la lógica imperante?

— No estoy muy seguro de que exista un estilo de vida del sur de Europa. El país de la OCDE donde menos horas se trabaja al año es Alemania, y uno de los que más es Grecia. La verdad, si me dan a elegir entre el aceite de oliva y la siesta o trabajar seiscientas horas menos al año con servicios sociales muy superiores, creo que me paso al kartoffelsalat sin dudarlo.

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