Juan Giralt, la consagración de un olvidado

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La obra 'Retrato' en la exposición de Juan Giralt en el Museo Reina Sofía de Madrid. / Fernando Alvarado (Efe)

Marcos Giralt Torrente publicó un libro, Tiempo de vida, en Anagrama, en 2010, donde describió la relación, llena de amor y ternura pero no exenta de tirantez y de resquemores, que tuvo con su padre, Juan Giralt, enfermo de cáncer de colon, a quién cuidó durante los últimos meses de vida. Giralt Torrente fue pionero en un género que ahora hace furor en España, la de aquellas narraciones donde se ajustan cuentas con los progenitores, en un nuevo modo de encauzar la ficción y realizando en cierta manera el adelgazamiento del personaje literario como ente narrativo en favor de la confesión personal del autor. Después de Giralt Torrente son legión los que han realizado esta modalidad literaria, con mayor o menor fortuna, como es, afortunadamente, el caso del último libro de Fernando Marías, La isla del padre.

Giralt Torrente asistió −fue en parte una promesa que realizó a su padre− a la inauguración de la exposición que acaba de inaugurar el Reina Sofía sobre la obra de Juan Giralt, una exposición exhaustiva que recoge gran parte de la totalidad de unos cuadros dispersos en colecciones privadas no fácilmente accesibles en la mayoría de los casos. La muestra ha sido comisariada por Carmen Giménez y Manuel Borja Villel, director del MNARS, pero no se hubiera hecho sin el empeño personal de Marcos Giralt, hijo de Juan y de Marisa Torrente y nieto de Gonzalo Torrente Ballester, que revisó los cuadernos de su padre y rastreó el paradero de cada cuadro hasta poder reunir esta colección que tiene el carácter de única, pues no será fácil volver a juntar obra tan dispersa. Se cumple así una promesa que tiene todo el aire de un destino: el de volver a dar entidad a una obra que tuvo muy escaso eco en los anales del arte español contemporáneo por un doble motivo. En primer lugar, el de haber pertenecido a una generación sandwich entre los abstractos agrupados en la Generación del Grupo El Paso y los pintores más jóvenes surgidos en la Movida, en los ochenta, y, desde luego, por la radical independencia con que actuó siempre respecto a los mercados. Tanto Giralt Torrente −su hijo− cree en esa estética marginal de su padre, pero también Borja Villel, que alabó esa labor de actor secundario, es decir, fuera y ajeno al canon, a lo que se lleva. El arte está lleno de este tipo de cadáveres que el tiempo, a veces, se encarga de hacer justicia. Parece que a Juan Giralt ese tiempo le ha llegado.

La muestra consta de 90 obras y repasa todas las etapas por la que pasó su creación plástica hasta desembocar en esos collages tan peculiares y que le definen de manera tan particular. Juan Giralt siempre fue un artista que fue ajeno a las modas, y fue reacio al informalismo en los años 70, del mismo modo que en los 90 tendió a la abstracción con sus collages, siendo en cierta manera el padre del Nuevo Figurativismo, que ayudó a asentar. Se educó en Londres, París, Nueva York y Amsterdam, ciudad en la que trabó amistad con un artista de primera, el desaparecido Juan Muñoz. De estas experiencias se nutrió, de Bacon, Alberto Greco, el Grupo CoBra y el Nuevo Expresionismo neoyorkino, y concibió entonces la idea del Nuevo Figurativismo madrileño, coinciendo en la galería Vandrés con Luis Gordillo o Darío Villalba.

Juan Giralt tenía un futuro prometedor, expuso en las bienales de Venecia y Sao Paulo, pero perteneció a una generación que tuvo que destacar entre sus anteriores, artistas grandes como Manolo Millares, Antonio Saura o Antoni Tápies, y los nuevos miembros de la generación de los ochenta que, por cuestiones de política −España tenía que dar una imagen de Modernidad− irrumpieron con fuerza en el milieu cultural, arrasando con la generación que los precedía.

De ahí que, con los avatares personales, pero también en disconformidad con las nuevas tendencias que se cocían en los noventa en el mundo del arte, Juan Giralt se dedicara a explorar nuevas formas que, por supuesto, chocaron de nuevo con el figurativismo tan de moda y que arrasó en esos años. Fue su última etapa, la de los collages formados con telas, cromos de animales, retratos publicitarios, fotos, palabras tomadas de diarios, pintadas... En palabras suyas, tendía a la “pintura machacada”, la pintura con rastros de suciedad, nada limpia, repulida, que se notara la cocina, no la abrillantada que tanto gustaba entonces...

Juan Giralt perteneció a una generación, la de los 60, que pasa ahora por preterida −salvo el caso de Luis Gordillo−: J.L. Alexanco, Teixidor, Robert Smith, Elena Asins, Darío Villalba... una generación que tuvo que dar paso rápido a Miquel Barceló, José María Sicilia, García Sevilla... una generación olvidada que no es la primera en nuestra historia reciente −¿qué fue de la de los artistas exiliados que eran unos niños en la guerra?− y que supuso un después de la abstracción de la generación de los cuarenta que se apuntaron a esa tendencia que triunfó después de la Guerra Mundial. Juan Giralt fue, en los setenta, la promesa del arte de vanguardia, el artista que conectaba con lo mejor de lo que se hacía en Europa y Estados Unidos, y, luego, el olvido...

Esta gran restrospectiva en el Reina Sofía es sólo cuestión de justicia, para él y su generación, de paso, y todo gracias al empeño de un escritor, Marcos Giralt Torrente, que es también hijo, pero, sobre todo, cree en la obra de un artista. Un hermoso homenaje.

Agencia EFE (YouTube)

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