John Williams, homenajes y robos

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John Williams dirigiendo la banda sonora de 'En busca del arca perdida' en el Avery Fisher Hall. / Wikipedia

El pasado viernes, día de Navidad, el Teatro Real de Madrid ofreció un concierto homenaje a John Williams con un programa basado en cuatro de sus bandas sonoras más emblemáticas: La guerra de las galaxias, Tiburón, Parque Jurásico y Superman. Con ello se rindió tributo al compositor de cine más célebre de las últimas décadas, un hombre que acumula entre sus numerosos galardones 5 Oscars, 22 Grammy, 4 Globos de Oro y 3 Emmys. Sin el impulso orquestal de Williams, sin sus inolvidables melodías, sin sus énfasis sonoros, ni las bicicletas de E. T. se habrían echado a volar ni los dinosaurios habrían resucitado tan lustrosos. Ni siquiera los tiburones nos darían tanto miedo. El genio supremo de Williams consiste en su facilidad para trazar diseños sonoros que se corresponden con la acción que se ven en la pantalla, para identificar leits-motivs y subrayar clímax. La sutileza no es su fuerte, por ello funciona mejor en el cine de género (sobre todo, fantástico y de ciencia-ficción) con cineastas panorámicos que se mueven entre emociones básicas. Es el compositor oficial de Spielberg y de Lucas, los directores que, para bien y para mal, marcaron la infantilización de Hollywood y su nombre está indisolublemente unido a dos de las sagas de mayor éxito del séptimo arte: Indiana Jones y Star Wars.

Mi primer contacto con la música de John Williams fue a los doce o trece años, una radiocasete doble con la banda sonora completa de La guerra de las galaxias (hablo de la primera película, el episodio IV, antes de que George Lucas decidiera cambiar el cine por el culebrón). Con su ímpetu épico, como de western galáctico, la fanfarria inicial se introdujo en mi oreja y ya no salió de ahí. Había muchas otras bellezas en esa obra fastuosa, desde el tema de amor de Leia y Han Solo al pasaje misterioso del desierto de Tatooine. Pero, con el tiempo, mi cultura musical se fue ampliando y no tardé en darme cuenta de que había semejanzas más que sospechosas entre la banda sonora de Star Wars y pasajes muy célebres del repertorio sinfónico. El propio Williams se cubrió las espaldas al explicar cómo afrontó el encargo de escribir un gran score sinfónico para la ópera espacial de George Lucas: "Cuando George Lucas me pidió que escribiera un tema para Luke que fuese a un tiempo heroico y de esencia idealista, y que fuese presentado en forma de fanfarria, asocié en mi mente el heroísmo de Korngold, el idealismo de Holst y las fanfarrias de Elgar. Todo esto obviamente implica una inevitable semejanza con Kings Row y con muchas otras composiciones, pero desde un punto de vista temático, armónico y melódico todas las notas son de mi propia cosecha".

Cuando uno oye Kings Row, de Korngold, de inmediato comprende de dónde sacó Williams la amplitud de la melodía, la brillante orquestación y el carácter heroico para la extraordinaria obertura de Star Wars. Hasta qué punto puede hablarse aquí de inspiración, de homenaje o de plagio descarado es un tema resbaladizo. Sin embargo, no es el único pasaje orquestal que suena a déjà vu; como el propio Williams indica, hay numerosos préstamos de Elgar y, sobre todo, de Holst, cuya suite Los planetas le sirvió de plantilla en más de una ocasión.

De quién no habló Williams, quizá para no dar demasiadas pistas, es de un compositor todavía más famoso, Igor Stravinsky, y, en concreto, de una partitura esencial del pasado siglo, La consagración de la primavera, de la que suenan citas más o menos literales no sólo en diversos pasajes del episodio IV de Star Wars sino también en el episodio III. No obstante, cuando uno escucha atentamente la rítmica inquietante de la oscarizada banda sonora de Tiburón y las dinámicas primitivas de La consagración de la primavera, la fotocopia se vuelve transparente. En el tema del ataque, iniciado en los contrabajos, tampoco es difícil percibir, entrecruzado con Stravinsky, un eco del intervalo inicial del último movimiento de la Novena Sinfonía de Dvorak.

A poca oreja que se preste, la lista de "homenajeados" que aparecen en las composiciones de Williams es casi interminable. La celebérrima Marcha imperial de El imperio contraataca guarda un parecido más que evidente con la Marcha de El amor de las tres naranjas de Prokofiev, aunque Williams se cuidó de suprimir el carácter cómico y satírico del original y darle un baño de unívoca maldad. El hermoso tema de la Fuerza, en Star Wars -una suave llamada de las trompas que vertebra toda la saga- suena como una hábil variación del tema de Sigfrido de El anillo del Nibelungo de Wagner. La fanfarria inicial de Indiana Jones trae a la memoria de inmediato el fabuloso arranque del Don Juan de Richard Strauss. El emocionante Himno a los caídos de Salvar al soldado Ryan contiene resonancias más que casuales con el solemne Molto deliberato de la Tercera Sinfonía de Aaron Copland.

Ni Maurice Jarre, ni Jerry Goldsmith, ni Ennio Morricone, por citar tres maestros de su talla, recurrieron jamás a esa clase de trucos. Resulta curioso que a un compositor con una inventiva melódica tan prodigiosa se le reconozcan tan fácilmente sus huellas. Más curioso todavía cuando uno cae en la cuenta de que algunos de sus mejores trabajos (La lista de Schindler, Encuentros en la tercera faseE. T. o El imperio del sol) resultan sumamente originales. Tal vez no estaría de más recordar aquí la advertencia de Stravinsky: "Los grandes artistas roban, los mediocres piden prestado". Un credo que John Williams sigue a rajatabla.

Edward (YouTube)

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