Para no leer a Richard Ford

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Richard Ford, durante una visita a Estocolmo en Agosto de 2014. / Frankie Fouganthin (Wikipedia)

El reciente fallecimiento de Pierre Boulez ha llenado las páginas culturales de elogios sin duda merecidos aunque también un tanto desmesurados. Por algo fue el Papa de la música contemporánea, uno de los nombres esenciales del serialismo integral pero también uno de los más hoscos y radicales. A nadie se le ha ocurrido rememorar ahora sus desplantes a compositores tan grandes como Stravinsky, Dutilleux o Britten; su violento desprecio hacia sus antiguos maestros, Messiaen y Leibowitz; el modo en que, desde su atalaya de poder, dificultó la difusión de la obra de Cage o de Xenakis. Tal vez la muerte no sea el mejor momento para recordar esas bajezas, pero no hay que olvidar que cuando murió el mayor revolucionario musical del pasado siglo, Arnold Schönberg, Boulez lo despidió con un obituario implacable.

Ligeti, que había sobrevivido a los campos de exterminios nazis y a la invasión soviética de Hungría, contaba que las camarillas artísticas de Darmstadt -el centro neurálgico de la música en el continente europeo- se dedicaban principalmente a la difamación. En una recepción ofrecida después de un concierto de la Filarmónica de Nueva York, un Shostakovich ya anciano se encontró con que el director, Pierre Boulez, se acercaba a besarle la mano. Alex Ross relata la anécdota en su impagable tratado sobre la música del siglo XX, El ruido eterno. "Me quedé tan desconcertado que no conseguí apartarla a tiempo", confesó Shostakovich. El gesto descubría la hipocresía monumental de un personaje que jamás había tenido ni una sola palabra amable para el mayor sinfonista viviente. Lo mínimo que puedo decir de la música de Boulez, tanto la que escribía en partituras como la que dirigía desde el podio, es que, para mí, está poseída de una frialdad despiadada.

La muerte de Boulez me ha hecho plantearme otra vez el viejo tema: la discordia entre la vida y la obra, el desencanto cuando uno comprende que el hombre al que admira no coincide ni de lejos con la imagen que desprenden sus creaciones. No me refiero a ideas políticas ni a frases intempestivas ni a meteduras de pata, sino a la sospecha de que un artista de primer orden puede ocultar el alma de un perfecto miserable. Por ejemplo, cuando uno descubre que dejó abandonada a su hija de dos años, Malva Marina Trinidad, aquejada de hidrocefalia severa, y que no volvió a verla jamás, la admiración por la poesía de Neruda decae mucho. No digamos ya si uno abre su libro de memorias, Confieso que he vivido, y repasa el capítulo en que el propio poeta relata la manera en que violó a una pobre muchacha tamil. Según ese baremo, hasta donde yo sé, Boulez era un caballero: al menos peleaba contra gigantes.

Con Richard Ford me ha sucedido algo curioso, no he leído mucho de él, apenas algunos relatos, pero he conocido una anécdota de segunda mano que me ha quitado las ganas de seguir leyendo. No puedo asegurar su veracidad, pero me parece muy difícil que alguien se invente algo así, más aun alguien que adoraba a Richard Ford hasta el punto de la devoción. Sinceramente, más allá del simple cotilleo, creo que la historia emana ese aroma inconfundible con que algunos psiquiatras son capaces de distinguir un sueño real de uno inventado. La protagonista (de la que no voy a revelar el nombre) es uno de esos lectores pertinaces y apasionados que persiguen las huellas de un autor hasta el último rastro. No sólo conoce de arriba abajo los libros de Ford; no sólo ha viajado hasta la puerta de su casa para entrevistarlo sino que en su día le ofreció a Anagrama, la editorial que publica sus libros en España, un estudio completo sobre su obra. Hace unos meses esta mujer volvió a visitar a Ford, a quien ya le unía una amistad lo bastante íntima como para que el escritor la invitara a dar un paseo en su camioneta. Viajaron juntos varios kilómetros hasta que llegaron a un paraje idílico donde Ford detuvo el vehículo, se bajó y abrió la portezuela de la batea para que bajaran los dos perros que llevaba en la trasera. Los animales, una perra y su cachorro, se pusieron a husmear entre el césped y se perdieron en seguida entre los matorrales. Después de disfrutar un buen rato del aire libre y de la belleza del paisaje, Ford llamó a los perros para que regresaran. Vino únicamente la perra, que se subió de un salto a la batea. El escritor cerró la portezuela y se dispuso a subir al vehículo. "Espera un momento", dijo la mujer, "¿no vas a esperar al cachorro?" Ford negó con la cabeza. "Si me quisiera", dijo, "ya habría venido".

5 Comments
  1. isabel says

    Excelente artículo. La miserabilidad también puede esconderse detrás de un genio

  2. Piedra says

    Anoche comencé a leer «Francamente, Frak», y aunque creo la anécdota, despiadada y punible en España, donde tantos miserables siguen abandonando a los inocentes animales en caminos, parques y autovías, no pienso dejar de leerlo. Lo siento, David. Por lo demás, me ha encantado tu artículo.

  3. Klaus T. says

    Qué asco y qué mierda de tipo

  4. Ver says

    Seguro que no conoce lo de «él nunca lo haría». Si hubiese sido con una persona, cómo cuando lo hizo Buñuel, todavía (que también fue algo horrible). Pero con un animal…
    Más que un miserable, un cobarde.

    Si, es llamativo que haya tantos genios que fueron miserables. A veces me pregunto si, igual que un psicópata, que es capaz de imitar emociones y pasar por personas muy emotivas, esta gente asimila el arte y lo hace suyo justo porque saben instintiva y racionalmente cómo funciona, sin que sea necesario que ese fondo de especial sensibilidad humana que se suele asociar al genio se dé. Y que llegan y tocan en lo profundo precisamente por eso.

    Pero seguro que también habrá muchos genios que han sido o son bellísimas personas.

  5. til says

    ¿Y tu amiga?, ¿no insistió para esperar al cachorro? A ella no la iba a dejar allí tirada ¿por qué no se puso a buscarlo? Quizá era una broma por parte de Ford. Permíteme dudar que ninguno de los dos esperó la llegada del cachorro.

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