Los disparates del Bosco

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Un hombre contempla la obra 'El carro de heno' durante la presentación de la exposición El Bosco en El Escorial. / Juan Carlos Hidalgo (Efe)

Las pinturas del Bosco se exhiben en el lugar de donde partieron. En espera de la gran retrospectiva dedicada en el Museo del Prado a celebrar el V Centenario de la muerte del pintor, que tendrá lugar del 31 de mayo al 11 de septiembre y que, seguro, será la gran exposición del año en Madrid, una ciudad que anda sobrada de muestras de enorme valor, se exponen en El Escorial algunos cuadros del pintor propiedad del Monasterio. Después de Georges LaTour, de quien se muestran prácticamente la mayoría de los cuadros existentes en el mundo, faltan cuatro, le sigue Jerónimo Bosch, en retrospectiva única, y con todos los visos de superar aquella magna muestra dedicada a Velázquez que fue pionera de las exposiciones monstruo que luego han proliferado con enorme fortuna. A la espera, hacemos boca en El Escorial. No es mala ocasión para visitarla en Semana Santa.

La Modernidad ha tendido a pensar en el carácter único de las pinturas del Bosco. Y en gran parte hay razón para ello, ya que aunque perteneciente a la tradición nórdica, flamenca, su obsesiva temática es única, cierta, de enorme originalidad, y desde los aspectos técnicos y de escuela es así, pero su eterno paisaje, el pecado, le hace un artista medieval en pleno renacimiento y ello se hace más patente, si cabe, en el entorno escurialense que en el Prado. El Bosco no desentona nada, es más, se acopla con delectación en los desnudos muros del palacio convento monasterio. Le va como anillo al dedo, casi más que las barrocas pinturas de la Contrarreforma, hechas casi ex profeso para tan extremo lugar. Y ello se debe, en la muestra se insiste en esto, a la obsesión de Felipe II por la obra de este pintor, que tan bien cuadraba con su imaginario de culpa y expiación. Cuesta trabajo que nuestros contemporáneos, que se fascinan con las imágenes salidas de la fantasía rigurosa respecto al canon cristiano, porque perciben su modernidad mediante la adición de un imaginario surreal actualizado ahora con restos de la cultura pop y del cómic, sucumban con horror ante la contemplación de esas imágenes. Pero es que el Bosco pertenece al mundo figurado del Dante y hay que hacer un sobrado ejercicio de retrospectiva, con aires casi de antropología cultural, para caer en la cuenta del catálogo de pecados, culpa, castigo y expiación sistemática de su temática. Y hace falta porque sus imágenes son tan poderosas que han sido capaces de expresar un mundo, el contemporáneo, para el que no están pensadas ni de lejos, pero que alimentan con fecundidad nuestro inconsciente moderno. Aquí reside uno de los grandes misterios de este pintor lleno de ellos. La expectación está servida.

Lo que en El Escorial se muestra es algo simbólico pues la obra del Bosco pasó casi en su integridad al Museo del Prado. Pero podemos ver Cristo con la cruz a cuestas, único cuadro auténtico que se conserva en el monasterio, y, la restauración, justa y bellamente realizada, de El carro de heno, copia, el original de mano del Bosco, se conserva en el Prado, salida del taller del pintor en 1510, y en el transcurso de cuya labor han salido datos muy interesantes, así, que fue realizada por un aventajado discípulo que se sabía las técnicas del maestro con cierta profundidad y que éste llegó a supervisar la obra. Copia, sí, pero de gran calado y extensa calidad.

Junto a los cuadros cuelgan tapices valiosos y de curiosa factura con motivos de los cuadros más famosos del Bosco, como El jardín de las delicias, la joya de la corona de lo que se exhibirá en el Prado. Pero El Escorial ha realizado con esta exposición un obligado tour de force a la enorme del Prado. Se trata, no de exponer obra del pintor que no tienen, sino dar cumplida muestra de aspectos que el gran público desconoce de los avatares por los que la obra del Bosco llegó a España: todo fue obsesión de un monarca, Felipe II, pero la justificación tenía que ser teológica, y aquí hubo debates y controversias varias.

No todo el mundo eclesiástico que rodeaba al rey estaba de acuerdo con las fantasías de expiación de Jeronimo Bosch. Algunos sostuvieron que pertenecía a una secta y que los dibujos eran descabellados. Fue Sigüenza, de la orden de los Jerónimos y bibliotecario de El Escorial, el más firme defensor de las pinturas: “ Sus pinturas no son disparates sino unos libros de gran prudencia y artificio, y si disparates son son los nuestros, no los suyos”. Atinadas palabras en un hermoso estilo sentencioso que hizo que las reticencias se disiparan y el rey pudiera gozar y horrorizarse con las imágenes que en los cuadros se exponían.

¿Horrorizarse? En la restauración de El carro de heno han salido detalles que los barnices habían ocultado. Detalles sabrosos.

  • No se escapa en el cuadro ninguna clase social. Todos los pecadores sucumben y la corte de los milagros que pinta en este cuadro el pintor es proverbial.
  • El bestiario que pinta y los hombres transformados en animales están inspirados en las procesiones de las fiestas populares de la época.
  • Hay una jarra de vino junto a un cura que ha aparecido en la restauración y que no se ve en el original del Prado.
  • La rana es símbolo de lujuria. De ahí que aparezcan siempre entre las piernas de las mujeres.

Vayan haciendo boca en espera de la del Prado.

1 Comment
  1. paco otero says

    gracias una vez mas JURISTO

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