Gustavo Bueno: ateísmo, ilustración, sentido común

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Imagen de archivo del filósofo riojano Gustavo Bueno, que falleció ayer a loas 91 años. / Sergio Barrenechea (Efe)
Imagen de archivo del filósofo riojano Gustavo Bueno, que falleció ayer a los 91 años. / Sergio Barrenechea (Efe)

A uno siempre le asaltan ciertas intermitencias de la memoria cuando se entera de la muerte de alguien que ha conocido, mucho, poco o casi nada: en este último estado se puede calificar la relación que tuve con el filósofo Gustavo Bueno, que acaba de fallecer en la localidad asturiana de Niembro a los 91 años de edad, justo dos días después de que falleciera su esposa, Carmen Sánchez Revilla, que tenía 95. La noticia me ha pillado desprevenido en esta Tierra Desolada que es el agosto madrileño y me ha parecido, si es que puede hablarse en estos términos, una muerte ajustada, digna y coherente. ¿Qué puede esperarse de un hombre que hizo de la honestidad, amén de la lealtad, bandera por encima de cualquier credo e ideología? Gustavo Bueno enseñó a pensar a muchos, pero mi relación no fue de alumno sino de periodista que mantuvo varias entrevistas con él según publicaba libro nuevo y todo esto al albur del director del periódico que en ese momento me tocaba y me tocaron algunos.

Lo del albur del director no es casual: nadie realiza entrevistas a un profesor de Filosofía por muy bueno que fuera, no es juego de palabras, pero Gustavo Bueno, que como buen ilustrado era proclive a la polémica y tenía gran sentido dialéctico, vamos, que le encantaba la discusión, se metió en programas de televisión, de los que salió decepcionado y cabreado y gracias a esos programas su nombre remontó la restringida fama académica para entrar en el universo mediático, del que echaba pestes: de Operación Triunfo dijo que era basura deliberada.

Gustavo Bueno era hombre directo, asequible, afable y de bastante carácter. Recuerdo que le pregunté qué opinaba de aquella célebre frase de Martin Heidegger de que sólo se podía pensar en dos idiomas, griego y alemán, y me contestó que le parecía una solemne majadería y adujo, ese era el toque Gustavo Bueno porque lo de la majadería nos lo parecía a muchos, que para pensar el español era un idioma mucho más completo que el alemán, que ni siquiera había sido capaz de distinguir entre ser y estar y, además, cerró la cosa con que nuestro idioma era producto de lenguas como el latín, el griego, el árabe, el germánico y que ni por asomo el alemán tenía tal riqueza de conceptos.

Lo mismo respecto a los nacionalismos. Nunca apreció nada de ellos y, como buen asturiano de adopción, había nacido en Santo Domingo de la Calzada, despotricó contra la imposición del bable en términos terribles, que muchos sintieron como insulto en el Principado. Pero es que Bueno, que se formó en la filosofía marxista y fue pensador destacado de ese modo de escudriñamiento del mundo durante treinta años su revista El Basilisco que dirigió de 1978 a 1984 terminó convirtiéndose en referente cultural sentía una aversión profunda por modos que, según él, se retrotraían casi a las cavernas, a todo eso de “lo mío es lo mejor”. Internacionalista confeso, aquello de la imposición del bable le pareció siempre algo peor que una falacia política, le pareció un retroceso al fin y al cabo. Bueno creyó siempre en el progreso y aducía para ello razones que nadie en su sano juicio podía preterir.

De ahí lo del sentido común a que me referí anteriormente. Ese sentido común le traicionó, sin embargo, cuando creyó en cierto modo de redención de la llamada gente corriente, la ordinary people. Y si Orfeo se metió de lleno en el Hades, Gustavo Bueno lo hizo en la mismísima boca del lobo: creyó que la razón, la inteligencia, la buena argumentación, dirigida desde la televisión, llegaría a los hogares... y en cierta manera no le faltó verdad, pues llegó a los hogares. Pero sucede que a los hogares les interesa muy poco la buen argumentación y buscan distracción, es decir, ruido y olvido, con sus dosis de erotismo, quizá por aquello de que su vida es ya bastante dura o quizá por algo menos justificable. Pero el caso es que dolía ver a un pensador como Gustavo Bueno metido en berenjenales mediáticos y parecía reiteradamente un alucinado pez fuera del agua. Siempre creí que Gustavo Bueno había pasado por un Rubicón peligroso por pura inocencia de profesor protegido por la estabilidad del campus. Le sucede a muchos, incluido un genio de la lingüística como Noam Chomsky en otros aspectos: Chomsky es mucho menos inocente porque sabe que la boca del lobo es la boca del lobo y de cosas así no se sale indemne.

Gustavo Bueno creó en torno suyo a un ramillete de pensadores salido de la Universidad asturiana conocido como el Grupo de Oviedo, de clara tendencia progresista. Bueno, que durante muchos años fue pensador adscrito al marxismo, ha escrito uno de los libros más lúcidos sobre lo que sea la izquierda y su papel en estos tiempos extraños: El mito de la izquierda. Las izquierdas y la derecha. Es libro que desmonta tópicos enraizados durante años y cuya lectura debería ser casi de obligado cumplimiento, por aquello del debate.

Tengo para mí que la flexibilidad mental, su falta de prejuicios, le venía a nuestro pensador de interesarse por la ciencia y es evidente que en el concepto de “materialismo filosófico” del que hacía gala, la apertura hacia formas más sutiles que el chato materialismo dialéctico le vino de saber de teorías como los quanta.

Ha fallecido una de las figuras intelectuales más lúcidas del pensamiento español reciente. Un pensador que descolocaba, como cuando mezclaba a Ortega con Gran Hermano, programa de televisión que le fascinaba. Genio y figura.

Efe (YouTube)
1 Comment
  1. Pepe Grilo says

    Antes de aplaudir a ciegas tan encendido obituario y, de paso, enaltecer a tan (presuntamente) eximio filósofo, aconsejo leer alguna opinión alternativa.

    https://europa89.wordpress.com/2013/11/22/critica-de-pintxoberrua-contra-gustavo-bueno/

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