Un abuelo rojo y otro facha

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Juan Soto Ivars
El escritor Juan Soto Ivars. / circulodetiza.es

Para publicar un libro autobiográfico con apenas treinta años cumplidos hay que tenerlos bien puestos. Me refiero a los años, claro, pero también a los recuerdos. Alguien pensaría que para atreverse a relatar la propia vida con esa edad tienen que haberle sucedido cosas tremendas, como le pasaba a Mishima en Confesiones de una máscara, que contaba el orgasmo que sufrió al contemplar una imagen del musculoso San Sebastián de Guido Reni aseteado de flechas y el sentimiento de culpa que le embargó al haber escapado de su destino de kamikaze. Mishima lo resolvió todo –homosexualidad, culpa, erotismo, cuerpos fornidos, atracción por la muerte– con el suicidio más espectacular de la historia de la literatura, un seppuku ritual en el que asaltó un cuartel del ejército para dar un discurso sobre la decadencia de Japón que ningún soldado se tomó en serio.

No esperamos que, dentro de unos años, Juan Soto Ivars se hunda la katana en el abdomen, entre otras cosas porque al publicar Un abuelo rojo y otro abuelo facha (Círculo de tiza), ya ha cometido un triple harakiri literario. Se ha atrevido a contar su propia vida; se ha atrevido a contarla cuando todavía le luce el pelo y se ha atrevido además a hacerlo a carcajadas. En el ecosistema hispánico de las letras hay diversos pecados imperdonables y quizá el peor de todos sea el sentido del humor. La seriedad –esa señora demasiado escuchada, que decía Cortázar– es el único requisito exigido para hablar de temas graves y espinosos (como las disputas políticas), aunque es evidente, desde el título, que Soto Ivars ha elegido una perspectiva humorística. Se ha dicho muchas veces pero no estará de más repetirlo una vez más: el humor no está reñido con la seriedad sino con el aburrimiento. Es una pena que aún tengamos que andar a vueltas con la ironía en el país que parió El Lazarillo de Tormes y el Quijote. Tal vez ésa sea la mayor ironía de todas.

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Portada de 'Un abuelo rojo y otro facha'. / Círculo de Tiza

Dicho esto a modo de preámbulo, la siguiente advertencia al lector que se enfrente al Manifiesto autobiográfico con que se abre el libro es que se disponga a disfrutar de la misma prosa irreverente, jugosa y juguetona con que el autor nos tiene acostumbrados desde su columna España is not Spain en El Confidencial. Soto Ivars se ríe de la política nacional; se ríe de las dos (o tres o cuatro) Españas; se ríe de los cenáculos literarios; se ríe de los nacionalismos; se ríe de los prejuicios y se ríe, sobre todo, de sí mismo. Podía haber elegido un tono confesional para narrarnos sus recuerdos de infancia, su viacrucis de escritor novato o su conversión de la izquierda a la derecha y luego otra vez a la izquierda, pero ha preferido montar un monólogo cómico.

Tampoco falta el humor en los artículos reclutados en las tres secciones posteriores y que son una buena muestra del trabajo de Soto Ivars como columnista. Desde la hilarante parodia de Delibes en Cinco horas con Mariano hasta el descacharrante intento de emular las experiencias con el hachís de Paul Bowles en Mi primer porro. Sin embargo, también ensaya la nostalgia, la melancolía, el lirismo y la rabia. En el pasaje donde cuenta la enfermedad de su hermano menor se quita la máscara de bufón para dejar paso libre al amor y al miedo. En la conmovedora carta que le dedica a una víctima del bullying, le advierte que él también lo sufrió de niño y que hay un lugar donde escapar de los abusos: se llama futuro. Soto Ivars siempre se pone del lado de los débiles, sea el lado que sea. En el último texto del volumen, dedicado a las palomas callejeras, lanza un hermoso alegato, que es a la vez una plegaria, por una de las criaturas más denostadas de nuestra fauna diaria.

1 Comment
  1. Pepito Grilo says

    Excelente recensión.

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