LIBROS / Acaba de ver la luz en España la primera entrega de 'Memorias' de Roman Polanski
La semilla de Polanski
Decía Oscar Wilde que el secreto de ser aburrido consiste en contarlo todo. Eso es algo que nunca le sucederá a Roman Polanski, a quien, después de contarlo todo, lo que se dice todo, le puede ocurrir cualquier cosa excepto aburrirse. Acaba de ver la luz en España la primera entrega de sus Memorias (ed. Malpaso), un libro que lleva la advertencia, fechada en otoño de 2015, de que se escribió hace más de treinta años. Cuesta creer que pueda haber una segunda. El libro concluye poco después de su exilio estadounidense, cuando fue acusado de haber violado a Samantha Geimer, una joven de trece años, y Polanski abandonó el país rumbo a Londres mientras todavía se encontraba en libertad bajo fianza.
El incidente sale relatado en el libro con pelos y señales, desde la cita que concertó con la madre de la pequeña hasta su estancia en prisión, pasando, claro está, por la primera sesión de fotos, donde no ocurrió nada, y por la segunda, en casa de Jack Nicholson, aderezada con porros, burbujas de champán, un jacuzzi y un coito interrumpido por la llegada de Anjelica Huston. Es muy posible que, tal como lo narra Polanski, no hubiera violación en el sentido estricto, pero se trataba de una menor, con lo cual estaba asegurado el estupro. Los detalles del caso han salido reflejados en la prensa muchas veces y Samantha (Sandra en el libro de Polanski) dijo, muchos años después, que lo había perdonado y había pasado página. El problema son las otras tres acusaciones de violación que pesan sobre el director polaco, todas ellas con menores por medio.
El filósofo Bernard-Henri Lévy, gran amigo suyo, lo defendió públicamente en mayo de 2010 en medio de la tormenta desatada por la inesperada denuncia de Charlotte Lewis, a quien acusó de buscar sus quince minutos de fama a costa de la cabellera de Polanski. En agosto de este mismo año, Robin M. también denunció en Los Angeles que el director había abusado de ella en 1973, cuando era una adolescente de 16 años. Y esta misma semana otra mujer, Renate Langer, ha denunciado otro abuso similar que tuvo lugar en la ciudad de Gstaad en 1972, cuando ella contaba sólo 15 años.
En sus Memorias, Polanski cuenta: "A poco tiempo que pasara uno en Gstaad, enseguida se daba cuenta de que aquella localidad era la capital mundial de los colegios de señoritas". Y más adelante: "Su comportamiento, cada vez más emancipado, estaba alarmando a las autoridades escolares, preocupadas por los estragos que la revolución sexual norteamericana había causado en aquellos baluartes suizos de la corrección y el decoro. Fue entonces cuando Kathy, Madeleine, Sylvia y otras cuyos nombres he olvidado, desempeñaron un fugaz, pero terapéutico papel en mi vida. Sus edades oscilaban entre los 16 y los 19 años, ya no eran unas niñas, pero tampoco unas mujeres de mundo con ambiciones profesionales o matrimoniales (...) Empezaron a visitar mi chalet, no necesariamente para hacer el amor -aunque algunas lo hicieron-, sino para escuchar música rock y sentarse a charlar alrededor de la chimenea".
La "línea divisoria"-como él mismo la denomina- de su vida es, por supuesto, el bestial asesinato de su esposa Sharon Tate, embarazada de ocho meses, junto a tres amigos, a manos de la familia Manson en agosto de 1969. Fue uno de los crímenes más célebres del siglo XX y a su alrededor se tejieron tantas exageraciones, tantas patrañas, que incluso hoy día resulta difícil separar la verdad de la leyenda. En plena oleada del pacifismo, del movimiento libertario y la contracultura, una banda de hippies desquiciados dirigidos por un profeta demente, bañó Hollywood de sangre. Entre las muchas tonterías que circularon tuvo bastante crédito la idea de que aquel crimen espantoso fue un castigo por el coqueteo con el demonio expuesto en su película de terror La semilla del diablo (1968). Los conspiranoicos obtuvieron una victoria póstuma once años después con el asesinato de John Lennon en el vestíbulo del tristemente célebre edificio Dakota, cuya siniestra fachada exterior fue una de las localizaciones esenciales de la obra maestra de Polanski.
El director relata en su libro de Memorias cómo aquella vorágine de aventuras sexuales fue sólo una de las muchas maneras en que intentó combatir su desamparo y su dolor tras el asesinato de su joven y bella esposa. Cuando habla del amor libre y del ambiente de experimentación sexual que se vivía en aquella época suena a disculpa retroactiva, pero también hay que reconocer que es cierto. Poco tienen que ver los abusos/devaneos/estupros de Polanski con menores con el interminable historial de acoso sexual que le acaba de caer encima al todopoderoso macho alfa de Miramax, Harvey Weinstein. El libro de Polanski, ya lo advertí, lo cuenta todo.