
Al final, la genética de un pueblo vence siempre al propio pueblo. Se vio ayer en Maracaná, donde la rebelión ciudadana brasileira que amenazó, incluso, la celebración de la final, se diluyó bastante para ver la victoria frente a España. No hubo revolución y la presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores y sucesora de Lula da Silva, pudo celebrar la victoria de este minimundial durmiendo un rato. Los 10.600 policías, 7.400 militares y 1.300 agentes de seguridad privados (estos en el interior del mítico estadio de Río de Janeiro) fueron suficientes para rechazar a los manifestantes (5.000 según las siempre cuestionables cifras oficiales: menos de un 25% del efectivo policial).
Pero mañana será otro día. Si el pueblo brasileño presiona a partir de mañana a Rousseff como su selección lo hizo sobre la española, no hay gobernante que resista. Y todo indica que va a seguir presionando. Brasil ahogó a España y la trató como a un gobierno débil. Un campeón del Mundo pequeño. Que ayer se desgobernó con pocos argumentos. Con pocas ideas. A golpe de decreto ley.
Marcó Fred a los dos minutos, con un Iker Casillas bastante atolondrado que fue incapaz de recoger un conejo redondo y alocado que brincaba por su área pequeña. Un capitán, un dirigente que se limita a verlas venir desde el primer minuto de su mandato, acaba contagiando su dontancredismo al resto de ministros y ministerios. La decisión de Del Bosque de alinear en una final a un portero que lleva meses sin jugar, solo podrá ser explicada por María Dolores de Cospedal en plan diferido. Arbeloa y Sergio Ramos parecían más preocupados de evitar que su “presidente” Casillas hiciera otra vez el ridículo ante la oposición brasileira, y antes de la media hora se ganaron dos tarjetas que humedecieron y ablandaron sus adargas. Utilizo lo de adarga para recordar a Cervantes. Para referir que, a partir de ese momento, la posibilidad de ganar era trágicamente quijotesca. Los molinos eran gigantes.
Solo tuvo España una buena oportunidad. A punto de terminar el primer tiempo, con 1-0 aún en el cajón de la esperanza, Fernando Torres se revolvió en el centro del campo y lanzó un estilete vertical hacia Mata, que podría haber encarado portería. Pero el centrocampista del Chelsea prefirió ser generoso y mandar un globo hacia la derecha, por donde esprintaba Pedro. El balón cruzado y certero al segundo palo del barcelonista no fue rechazado por Julio César, pero despejó David Luiz. A sus 34 años, el portero brasileño se llevó el guante de oro. Casillas, una cita con el psiquiatra.
En ninguno de los países que disputaron esta final hay pan para el pobre. Pero en Brasil, anoche, al menos sí hubo circo. Por mucho que ayer, entre el público de Maracaná, seguramente no se encontrara mucho proletario. Con un salario mínimo de menos de 240 euros, difícilmente se puede acceder a la final de la Confederaciones. Habría, incluso, quien no tuviera ni dinero para desplazarse hasta allí. Río de Janeiro ocupa 1.200 kilómetros cuadrados. Las protestas, por ejemplo, comenzaron por la subida del precio del transporte público. Recorrer de esta manera unos 20 kilómetros, como diariamente tienen que hacer obreros o sirvientes desde sus barrios pobres hasta el elitista de Gávea, puede llevar hasta tres horas de viaje. Pagando 3,2 euros diarios sumando ida y vuelta. Una cantidad considerable para quien cobra 240.
Neymar, se dice, le costó 57 millones al Barcelona. Dinero con el que se puede pagar ese sueldo mínimo a 240.000 brasileiros. Pero eso no le importó a nadie en el minuto 43, cuando Neymar centró hacia Fred, coquetéo sobre la línea del fuera de juego con samba en la cintura, recibió de nuevo y fusiló ante un Casillas medio arrodillado.
El partidó se cerró al incio de la segunda parte, cuando Fred marcó el tercero. Después, un penalti absurdo de Marcelo pudo haber fermentado alguna remota esperanza. Ramos se empeñó en lanzar, con permiso de otros capitanes. Y la mandó a donde da la vuelta el aire. El resto del partido fue más o menos la metáfora futbolística del Día de Reyes, con un niño entusiasmado destrozando su flamante juguete.
Hubo más heridos anoche dentro del campo que fuera. En el césped hubo 15, si contamos a los jugadores españoles y a su entrenador. En las revueltas del exterior, apenas ocho, según reflejaba O Globo a eso de las 2.30 de la madrugada (hora española).
Las celebraciones del Mundial de Fútbol 2014 y la de los Juegos Olímpicos del 2016 habían comprometido al gobierno de Rousseff, ante el pueblo, a mejorar trasportes y servicios públicos. A frenar los despilfarros administrativos. De momento, solo se han construido estadios. Por eso las protestas. Por eso la indignación. Pero, ayer, la victoria brasileira, con la genética de un pueblo tan entregado a la religión de fútbol, puede ser un empujón importante para Rousseff. Tras una inversión enorme en instalaciones deportivas, la presidenta incluso había visto peligrar el Mundial. Los temores a enfrentamientos violentos en los alrededores de los estadios estuvieron a punto de provocar la suspensión de algún partido en esta Confederaciones, e hicieron cuestionarse a la FIFA la conveniencia de celebrar el próximo Mundial en un Estado policial. Las últimas encuestas arrojan que el 85% de la población brasileira está a favor de los manifestantes. De momento, Brasil ha sido capaz de regalar circo al pueblo. A ver ahora cómo se las apaña Rousseff para acompañarlo con pan. De Mariano Rajoy, a quien después de lo de ayer ya no le queda ni circo, ni hablamos.

no vas a conseguir mezclar churras con merinas, y encima con tan mal gusto y estilo falton.
me ha gustado mucho la crítica deportiva-social a la que se ha prestado mucho esta Copa. Ojalá los brasileños no se olviden por haber ganado y sigan reclamando justicia, igualdad y bienestar
Supongo que D. Aníbal vive de esta profesión de periodista, por lo que le animo a que se dedique a los ecos de sociedad, a los deportes o a las crónicas sociales, pero no a todas ellas. «Quien mucho abarca poco aprieta».
Por cierto ¿no hay nadie culpable que sea del Barça? ¿Sólo los defensores del imperio son los culpables de perder el partido?
¡Qué sectarismo, hasta en esto!