Las peligrosas aventuras de Felipe VI

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Portada de 'La Razón' de hoy viernes.

Los reyes y sus discursos ya no son lo que eran. Con eso de que un rey no puede decir nada, va el rey y no dice nada, y hay que andar haciendo exégesis en los periódicos para intentar evaluar lo que el rey no ha dicho. Se echa de menos más contundencia en las palabras reales, y no esa contumacia en lo neblinoso e inaprensible a la que nos tienen acostumbrados.

El mismo Alfonso XIII, en sus diarios, ya de chaval apuntaba maneras, y sus palabras no necesitaban de tanta 'intelectometría': “En este año me encargaré de las riendas del estado, acto de suma trascendencia tal como están las cosas, porque de mí depende si ha de quedar en España la monarquía borbónica o la república; porque yo me encuentro el país quebrantado por nuestras pasadas guerras, que anhela por un alguien que lo saque de esa situación. La reforma social a favor de las clases necesitadas, el ejército con una organización atrasada a los adelantos modernos, la marina sin barcos, la bandera ultrajada, los gobernadores y alcaldes que no cumplen las leyes, etc. En fin, todos los servicios desorganizados y mal atendidos. Yo puedo ser un rey que se llene de gloria regenerando a la patria, cuyo nombre pase a la Historia como recuerdo imperecedero de su reinado, pero también puedo ser un rey que no gobierne, que sea gobernado por sus ministros y por fin puesto en la frontera”.

Y ya no digamos nada de su discurso de abdicación: “Las elecciones celebradas el domingo, me revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo, porque procuré siempre servir a España, puesto el único afán en el interés público hasta en las más críticas coyunturas. Un rey puede equivocarse y sin duda erré yo alguna vez, pero sé bien que nuestra patria se mostró siempre generosa ante las culpas sin malicia. Soy el rey de todos los españoles y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas en eficaz forcejeo contra los que las combaten; pero resueltamente quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil”.

Aquellos sí que eran discursos, y no este que nos ha soltado Felipe VI por Navidad. La cosa ya empezaba mal en el precalentamiento, con el diario La Razón lanzado a 'bragaquitada' a dar consejos a Felipe VI sobre lo que tenía que decir dos días después de que el juez Castro sentara a su hermana en el banquillo. Horas antes de la emisión, el día 24, madrugaba el periódico con un artículo de Fernando Rayón que ya nos anunciaba que Felipe no iba a tratar el delicado asunto por mucho morbo que le diera a los de Podemos. Felipe VI no alteró su mensaje de Navidad tras el auto de Castro, titulaba su opinativa crónica el experto zarzuelista, dejándole a Pablo Iglesias la coleta como escarpia con una frase para enmarcar: “Escribí en su momento que las decisiones del rey se constatan por hechos, decisiones concretas, leyes”. El fervor monárquico del diario que dirige el inimitable Francisco Marhuenda llegaba así a la apoteósica -y apocalíptica conclusión, para la democracia- de que el rey legisla. Aunque sea a la sordi. Que sus decisiones “se constatan en leyes”. Ese librillo pasado de moda y titulado Constitución, que ya nadie aplica ni lee, dice en su artículo 62 que el rey solo ha de sancionar y promulgar las leyes. Pero Felipe VI debe de estar tan preparao que hasta las redacta para que, obedientemente, nuestros parlamentarios las acaten. A veces es la hipérbole la que pierde a ese delicioso diario monárquico al que alguien, sin duda con una enorme capacidad para el sarcasmo, bautizó como La Razón.

Una vez pronunciado el discurso, el planetario periódico no cejó en su empeño de corregirlo. Como Felipe VI no pronunció alusión alguna a las víctimas de ETA en su alocución, por primera vez en democracia, la corresponsal áulica Aurora G. Mateache se encargó de enmendarle la plana al imberbe y barbado monarca. Aunque con exquisita educación. En su crónica sobre las palabras del rey, entre el análisis de las reflexiones económicas y el papel de España en Europa, cuela un párrafo un tanto extemporáneo para corregir el olvido borbónico: “Es de destacar que su primer acto tras su proclamación en junio se lo dedicó a las víctimas”. Pero es que analizar y escribir sobre discursos de éter y tópicos es dificilísimo.

El Mundo se arrancaba con un editorial titulado “Un discurso que pone el acento en la regeneración de España". Y dedica buena parte de un texto cercano a las mil palabras a analizar esta sentencia de Felipe VI: “La honestidad de los servidores públicos es un pilar básico de nuestra convivencia”. La frase es obvia, horrísona, banal, predecible y estúpida. Por mucho que haya salido de boquita de rey. Es como si Cristiano Ronaldo nos dice que “para que se pueda meter un gol, ha de haber un balón en el campo”. Claro que la honestidad de los servidores públicos es un pilar básico de nuestra convivencia, majestad. Pero para decir eso sobran más coronas que alforjas, y se debería de haber dado usted cuenta antes. Analizando el discurso de Felipe VI frase a frase, yo encuentro mucho más lleno de contenido el de la Reina de Corazones del País de las Maravillas: “¡Que le corten la cabeza!”. Al menos el discurso del personaje de Carroll incluye algo de cerebro, aunque sea rodante.

Como el rey, en resumen, no dijo nada, hubo que inventárselo. Y el editorial de El Mundo antes citado carga de adjetivos sus valoraciones con cierta generosidad semántica: “Fue al asunto de la ética y la regeneración al que más tiempo dedicó, señalándolo sagazmente como el problema que está en la raíz de otros, como el desapego hacia las instituciones, la búsqueda de soluciones radicales o el ensayo de peligrosas aventuras”. Felipe VI será sagaz, como dice El Mundo, pero es algo lento: de esto ya nos habíamos dado cuenta sus súbditos hace unos cuantos años. El desapego y el asquito que nos causan la clase política y la institución monárquica se debe a la corrupción. ¿Felipe VI nunca se enteró de que su hermana vivía en un palacete que no podía pagar? No creo que sagaz sea la palabra para adjetivar nada de lo que pueda observar nuestro nuevo rey.

En cuanto a lo de “soluciones radicales y peligrosas aventuras”, da como la etérea y deletérea impresión de que Felipe se está refiriendo a Podemos. Yo no sé al atribulado lector, pero al que esto suscribe le encantan las “soluciones radicales” y las “peligrosas aventuras”. Cual sería una tercera república sustentada por el artículo 59.2 de nuestra sacrosanta e intocable Constitución: “Si el rey se inhabilitare para el ejercicio de su autoridad y la imposiblidad fuere reconocida por las Cortes Generales, entrará a ejercer inmediatamente la Regencia el Príncipe heredero” (el lenguaje de la Constitución aún no entiende de igualdad de sexos).

Como el rey es un señor que a los vasallos nos toca en suerte, no se puede cerrar una disquisición sobre lo monárquico sin ninguna alusión a la lotería, que también ha sido esta semana: Página 48 del ejemplar (y ejemplar) de La Razón del día 23: “El décimo que no le tocó a Teresa Romero, se titula el reportaje. Por si el lector ha sufrido periodos de catalepsia en los últimos y alcohólicos tiempos, recordar que Teresa Romero es la sanitaria infectada y curada de ébola en el Hospital Carlos III. ¿Es noticia que a esta mujer no le haya tocado la lotería o son ganas muy grandes de seguir criminalizando a las víctimas de los asesinos recortes a las que no se refirió en absoluto Felipe VI? En plan monárquico, voy a calzarme la corona de espinas.

3 Comments
  1. filomates says

    No entiendo tantas críticas, si parecía el discurso de Pablo Iglesias.
    Si acaban trayendo la república, será tan mala como la monmarquía: sólo es democracia y la democracia tiene la calidad que le demos la gente del pueblo presionando, opinando e influyendo…. nunca es un regimen acabado, siempre está en construcción. Lo que importa es la participación de la gente en los distintos ámbitos: partidos políticos, administraciones públicas….

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