ENTREVISTA

David Perejil: “Necesitamos un nuevo internacionalismo popular”

  • Periodista y analista de Relaciones Internacionales, autor de 'Europa frente a Europa'

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David Perejil (Madrid, 1976) es periodista y analista de Relaciones Internacionales, así como activista de Derechos Humanos. Perejil es editor del libro Europa frente a Europa. Mapa de crisis y vías de escape (Lengua de Trapo, 2020) de reciente publicación. Un recorrido desde múltiples perspectivas y autores por la encrucijada en la que se encuentra la Unión Europea en este momento tan especial. Escriben en él Pablo Bustinduy, Santiago Alba Rico, Gabriel Flores, Emma Rose Álvarez Cronin, Itiziar Ruiz-Giménez Arrieta, Javier Martín y Tica Font. Perejil también editó y escribió ¿Qué queda de las revueltas árabes? (La Catarata, 2015). Responde a las preguntas de cuartopoder.

-En la presentación del libro, hace referencia a cómo de enrevesada es la política europea y el lenguaje que la rodea. ¿Por qué después de 27 años de Unión Europea sigue resultando tan lejana a las ciudadanías?

-La Unión Europea es un híbrido complejo entre una estructura supranacional y la coordinación de políticas estatales. Desde sus comienzos, hay graves déficits democráticos, como el limitado papel de un Parlamento Europeo que no tiene las mismas funciones de los parlamentos de cada país. Este déficit se convirtió en una crisis con la austeridad y los recortes sociales a Grecia, Italia y España en la anterior crisis económica. 

Cada país tiene su propia relación con la Unión Europea. En el nuestro, ha estado unida a la modernización económica y a nuestra propia historia, que tras una dictadura quería ser Europa. Y por eso hay una elevada aceptación, que no es para siempre como se ha visto en las recientes crisis. Más allá de la necesidad de conocer la importancia de la Unión Europea en las normas, empleos o alimentos en nuestra vida cotidiana, es necesario dotarnos de análisis y acciones para poder actuar con posiciones políticas diferentes. Urge conocer las diferentes crisis económica, social, política, de valores, derechos humanos, política exterior, relación con el mundo árabo-musulmán y de seguridad que atraviesa la UE.  

Por esa razón, nos empeñamos en publicar Europa frente a Europa (Lengua de Trapo, 2020). Queríamos huir de las explicaciones que adjetivan la palabra “euro” para ofrecer explicaciones a fondo, en muchas ocasiones enraizadas en la historia de Europa más allá de la estructura comunitaria; señalar problemas, separarlos de los aspectos positivos e indicar alguna vía de escape. Como editor, pretendía que cada lector o lectora que se acerque a las páginas del libro pueda tener un mapa para orientarse en el debate público y, ojalá, para actuar. 

-El libro estaba a punto de publicarse cuando estalló la pandemia de la covid-19. En un primer momento, vimos la debilidad europea, estados enfrentándose por recursos sanitarios, incapacidad de una directriz común para afrontar la tragedia. ¿Estuvo la Unión Europea en peligro?

"Claramente (la Unión Europea) corrió peligro"

-Sí, claramente corrió peligro. Podía llegar una nueva crisis a una estructura que en la última década ha sufrido la gran recesión, la crisis del euro y la crisis refugio. La ausencia de solidaridad hacia Italia, que buscó otras alianzas fuera de la Unión Europea, los cierres de fronteras y la prohibición de compartir material médico marcaron un punto de inflexión hacia una nueva crisis. Sin embargo, a partir de esas semanas, la Unión Europea reaccionó con rapidez para los tiempos a los que nos tiene acostumbrados. En primer lugar, desde el BCE y la Comisión Europea, seguidos de un fuerte apoyo del Parlamento Europeo y, en último lugar, con la negociación entre estados de los últimos Consejos Europeos.

Es curioso, porque la actuación de la Unión Europea se suele analizar desde posturas muy apriorísticas. Por un lado, como un espacio de deseos más que de realidades concretas sobre las que actuar, en función de las competencias de cada institución y de diferentes opciones políticas a veces poco explicitadas. En este sentido, ante la magnitud de la pandemia, muchas personas de los países más afectados deseaban más presencia porque sentían que era el momento para una organización como la Unión Europea. Y desde algunos ámbitos cercanos a Bruselas se llegó a justificar la inacción porque las competencias sanitarias son básicamente estatales como una exculpación de la Comisión Europea. Eso es real, pero choca con la rapidez con que cambian las reglas del juego cuando hay acuerdo político y con la necesidad de de actuación.

En esa línea, deberíamos estar alertas ante la idea mágica de que las crisis crean Unión Europea, pues la Unión Europea avanza, pero también retrocede con las crisis y en su actuación cotidiana. ¿Pero avanzan en posibilidades de otras políticas económicas, sociales o de derechos? Las crisis no dejan de ser un punto en un camino en el que, en función del peso de cada país, dirigente, empresa o lobby siguen abiertas todas las opciones. Por esa razón decía antes que necesitamos análisis diferentes que nos den paso a actuaciones, en clave de izquierdas frente a derechas o reacción y progreso, como personas, partidos políticos, movimientos sociales o gobiernos. 

-¿Qué valoración hace del acuerdo del mes de julio sobre los fondos de reconstrucción europeos para los estados?

"Nadie puede discutir que ahora, con la pandemia, hacen falta otras políticas económicas"

-En línea con lo que comentaba, ha sido muy positivo porque ha cambiado el marco de la austeridad y recortes por el de cierta mutualización con transferencias de partidas, aunque limitadas y repartidas de manera desigual tras las negociaciones en el Consejo Europeo, pero es algo que ha sucedido cuando parecía que era imposible vistas las actuaciones durante la crisis del euro. El montante del Fondo de Reconstrucción Europea de 750.000 millones (repartidos entre 390.000 millones en transferencias y 360.000 millones en préstamos) supera el pírrico presupuesto común, pero incluso con el resto de créditos, ampliación del MEDE y mecanismos para apoyar empresas y empleo, es insuficiente si lo que se trata es realizar cambios profundos.

Además, deja muchos de los aspectos más positivos con poco presupuesto, como el Fondo para una Transición Ecológica Justa o partidas de investigaciones, o abiertas a futuras negociaciones, como los impuestos europeos. En este sentido, o se consolida la suspensión del Pacto de Estabilidad y Crecimiento o hay puerta abierta a la exigencia de recortes, como ya declararon los gobiernos que ven la Unión Europea como un intercambio comercial favorable a sus intereses. También hay que presionar para no solo salvar economías sino por cambios de modelo económico, transición energética y laboral. Y trabajar por cambios profundos para evitar los desequilibrios económicos entre países, el papel del BCE y acabar con los paraísos fiscales. 

En el libro, hay tres mensajes económicos que son claves para entender el trasfondo del acuerdo. El primero lo escribe con su habitual claridad Pablo Bustinduy en el prólogo: necesitamos que se abra paso la economía política. Nadie puede discutir que ahora, con la pandemia, no solo hacen falta otras políticas económicas sino que se pueden realizar porque ya se han hecho tímidamente. En este sentido, nos toca señalar que hacen falta cambios en la estructura económica neoliberal heredada del Pacto de Maastricht en 1993.

El segundo lo ofrece el economista Gabriel Flores: hay espacio para realizar otras políticas económicas, incluso dentro de los márgenes europeos en temas bancarios, fiscales y de solidaridad. Y el tercero está en el capítulo de Emma Álvarez Cronín: la verdadera identidad europea son los derechos sociales. Desde la experiencia del estado del bienestar de cada país, debemos trabajar por un nuevo contrato social que no permita la dualización que crece en nuestros países, entre empleos antiguos protegidos y absoluta precariedad para el resto porque además puede crecer sobre los cuidados, el feminismo y la ecología.

-¿El Brexit marca una tendencia: el regreso al estado-nación como unidad política de primer orden?

"Como pone de manifiesto la crisis de la covid-19, el estado es más necesario que nunca"

- El Brexit marca muchas cosas. La posibilidad ya real de que un país abandone la UE, la dificultad para separar economías plenamente imbricadas y el cambio radical de su sistema político cabalgado por las opciones más excluyentes. No creo que el estado se haya ido nunca pero, como pone de manifiesto la crisis de la covid-19, es más necesario que nunca. Lo necesitamos para afrontar en común problemas sanitarios, reordenar la economía y atender fragilidades. Eso es algo que no puede ni quiere hacer el mercado y que ahora hay que exigir que sea en beneficio de todos y todas, no como salvación de empresas sin personas.

En ese sentido, tampoco creo que las naciones se hayan ido, sino que en tiempos de excepción económica se reconstruyen de manera dual, ellos o nosotros, en beneficio de unos pocos y contra otras muchas. Cuando nuestras necesidades como personas están más atendidas, podemos gestionar las identidades nacionales como otra marca más de lo que nos define como personas y es más fácil gestionar soluciones basadas en la convivencia y derechos. 

Volviendo a Gran Bretaña, nos encontramos con que su historia marcó una siempre difícil relación con la Unión Europea, pero que tiene poco que ver con las promesas de la campaña del “Leave”. El país tiene la opción real de ensayar otras políticas económicas o exteriores, pero hasta ahora solo zozobra con un peso inferior al anterior, ya que apuesta por exacerbar sus relaciones financieras para configurarse como una especie de Singapur y en el plano internacional. Ha perdido peso, como demuestra su relación con China.

-Santiago Alba Rico habla en el libro de la crisis de valores en Europa. ¿Qué destacaría de este capítulo?

- Alba Rico aborda un asunto crucial para poder entender qué sucede en Europa y en el mundo. Su texto disecciona los grandes logros que han sucedido en territorio europeo, especialmente el surgimiento y consolidación de los derechos humanos, frente al expolio colonial y políticas de rapiña de muchos países europeos, a veces incluso en nombre de esos propios derechos que decían proclamar. Santiago cree que la historia de Europa es el cruce entre una guerra civil, entre fuerzas, que yo llamaría conservadoras y en favor de la emancipación, y una guerra expansiva, con políticas de depredación exterior. Como siempre, aporta una mirada nítida y contundente sobre debates de hace siglos necesarios hoy, sobre si esos derechos eran solo propios de los europeos, luego deberían exportarse o imponerse en su versión más cruda, o eran de todo el planeta si se daban unas condiciones para que pudieran emerger y consolidarse.

Es fundamental hacer estas distinciones para poder conservar y construir desde el logro, atacado y parcial pero más que necesario, de los Derechos Humanos. Y para que, desde una aproximación horizontal, se puedan apropiar personas y pueblos de todo el mundo. Si no, corremos el riesgo de que con las necesarias críticas eliminen todo el conjunto de precarios derechos sobre el que podamos exigir dignidad. Y, además, también nos abre camino a alianzas dentro y fuera de Europa entre diferentes opciones de cambio.

-Itziar Ruiz-Giménez escribe sobre la crisis de Derechos Humanos. Hemos visto estas semanas cómo ultraderechistas queman campamentos de personas refugiadas en Grecia. Algo similar ha ocurrido en Lepe con los temporeros. Malos momentos para los derechos humanos. ¿Cómo combatir esta deriva ultraderechista?

"No podemos concebir a la ultraderecha como un monstruo, una excepción o una desviación"

-Ruiz-Giménez hace un exhaustivo análisis de la historia de los derechos humanos desde la Segunda Guerra Mundial, de su aplicación real, de los obstáculos para entender toda su dimensión política, pero también económica y social. Y de cómo las narrativas que diferenciaban el poder de una Venus europea de un Marte estadounidense ocultaban graves violaciones de derechos humanos en un sistema distinto al de Estados Unidos pero profundamente desigual y depredador. Para combatir la extrema derecha es especialmente importante lo que Itziar destaca en su capítulo siguiendo a Bauman. No podemos concebir a la ultraderecha como un monstruo, una excepción o una desviación, debemos mirar qué políticas estructurales le dejan campo de acción, qué de esos monstruos habitan en nuestras vidas cotidianas y qué necesitamos cambiar también en nosotros y nosotras.

Cada país europeo tiene una historia particular que marca mucho el camino contra esta deriva extremista, pero sí sabemos claramente que si en estos momentos de miedo al futuro, o incluso al presente, hay políticas de protección y cuidados basadas en derechos sociales, empleo, salarios dignos, igualdad entre mujeres y hombres, las extremas derechas tienen menos campo de actuación. Es la lección que nos dejan los cambios producidos tras la crisis económica de 2008. También, que si no defendemos el cumplimiento de los derechos conquistados a lo largo de la historia, si no incluimos los derechos de más y más personas, como sucedió con las conquistas del movimiento obrero o el voto de las mujeres, ese sistema frágil puede hundirse con todos. Es lo que ahora señalan las demandas del feminismo, de las personas con diferentes orígenes, las personas refugiadas, migrantes y las grandes desigualdades sociales.

-Sobre inmigración, la política europea está externalizando las fronteras. Desplazándolas al Sahel donde los controles de derechos humanos son más precarios todavía.

-Es una política que en nuestro país conocemos bien, pues la ha usado en su frontera sur durante años, pero que ahora está en plena expansión en Turquía, Libia o el Sahel. Es una política basada en la securitización, como analiza Tica Font en su capítulo de Europa frente a Europa. En vez de apostar por el desarrollo y los intereses mutuos, por políticas de cultura de paz que pudieran cerrar las brechas económicas entre la UE, el Magreb y el Sahel, desde el 11S se han acelerado las políticas de vigilancia frente a cada vez más “enemigos” externos e internos. En vez de pensar en políticas no extractivas para que cada país pueda tener su desarrollo y ordenar los flujos de personas en movimiento, el mensaje es que, frente al miedo, vale apostar por zonas de excepción.

Esto no solo es contradictorio e hipócrita con los principios de la UE, sino que es una mirada muy corta. Pensemos en los beneficios mutuos que podríamos tener con un Magreb sin conflictos, con más desarrollo económico y que respetara los derechos de sus personas. Como escribe en el libro Javier Martín, periodista que conoce muy bien las dimensiones estructurales del mundo árabo-musulmán, en determinadas zonas debemos abordar cambios de largo plazo que suponen revisar relaciones de siglos para evitar falsas tolerancias, mutuas desconfianzas y alianzas de extremismos de uno y otro signo que nos hacen presos y nos llevan al choque de las mayorías de uno y otro lado del Mediterráneo. Cambios que se podrían combinar con otras políticas más cercanas de ayuda mutua para acabar con los graves conflictos que sufren muchos países, como los del Sahel, y que pueden tener un componente militar, siempre que se cumpla el Derecho Internacional y los derechos humanos, y siempre que sean un complemento de otras políticas y no la única solución.

- En el “nuevo teatro geopolítico”, ¿qué papel puede jugar la Unión Europea ante la escalada de la rivalidad entre Estados Unidos y China y, también, aunque a menor escala, Rusia?

"Donald Trump ha decidido romper los consensos liberales"

Como sucede en otros ámbitos, en geopolítica, llevamos recibiendo signos de cambio de era durante muchos años. Estas mutaciones no suponen una destrucción radical del sistema que hemos vivido, sino que por el momento conviven todas juntas. Nos encontramos con un mundo que ha dejado de ser unipolar, pero no acaba de ser multipolar; en el que Estados Unidos está perdiendo peso aunque siga siendo el hegemón mundial, pero en el que otros países están avanzando y reclamando presencia, especialmente China, por su desarrollo económico y tamaño de país, o Rusia, que por su empuje militar ha pasado de actuar en su antigua zona de acción soviética a extenderse y confrontar en Oriente Medio y África.

Por otra parte, el sistema multilateral y de Derecho Internacional no solo está cuestionado, sino que los principales países y agentes tratan de deslegitimarlo y olvidarlo. Prueba de ello son los últimos vetos o asuntos que no se discuten en el Consejo de Seguridad; la creciente irrelevancia de la OMC y la impunidad con que se violan las reglas más básicas de la humanidad en los nuevos y viejos conflictos. Existen amplías zonas mundiales que son gigantescos agujeros negros de impunidad en las que solo rige la confrontación de intereses, las guerras intermediadas, la destrucción, expulsión de personas y la violencia sexual.

Ahora percibimos de forma clara la rivalidad entre Estados Unidos y China, que encadena acciones y reacciones en el cierre de consulados, en la extensión de la nueva red 5G, en aranceles a productos o en Hong Kong y Taiwán. Como cita Ivan Krastev, Donald Trump ha decidido romper los consensos liberales para acelerar políticas por la fuerza en su propio beneficio. En este sentido, aún es pronto para tener una perspectiva histórica, pero la administración Trump puede marcar una etapa, como la marcó Ronald Reagan como protagonista que aceleró la revolución política neoliberal y conservadora. De momento, sabemos que ha actuado con una mezcla de aislacionismo, poder militar, presión comercial y diplomática contra países supuestamente aliados para que acepten nuevas reglas económicas y con alianzas aún más  descarnadas con líderes autoritarios y países donde se violan los derechos humanos.

Con este panorama, que analizo yo mismo en el capítulo de política exterior del libro, hay que ver si la Unión Europea es capaz de cumplir lo que ha escrito en sus análisis estratégicos exteriores de una política que es básicamente de coordinación de sus estados miembros. Es decir, si es capaz de tener políticas independientes en política exterior que pasen por cumplir sus propios principios comerciales, en disputa por una parte de la sociedad que exige que no sean meros tratados depredadores de derechos laborales y medioambientales, y sus criterios de derechos humanos. Para cumplirlo, debería ser capaz de tener una postura propia frente a Washington, lo que necesariamente le obligaría a repensar sus políticas de defensa, y frente a China, en la que debería ser capaz de poder combinar relaciones comerciales y respeto a los derechos humanos. Lo mismo debería suceder con Rusia, con quién debería tener una relación matizada, porque es un país vecino, propia y basada no solo en la economía sino también en el respeto de los derechos humanos. Si no lo hace, Europa corre el grave riesgo de convertirse en objeto de las políticas de otros países y de sus intereses.

Como en todo, en Europa frente a Europa también recordamos que esos riesgos no son solo para estados o líderes, sino para todas las personas que habitamos este continente. Si no somos capaces de analizar y actuar con nuestras demandas en política exterior en beneficio de todos, con un cambio de modelo económico para evitar un desastre ecológico y profundamente igualitarias, corremos el riesgo de vernos aún más arrastrados por los interés de otros. Necesitamos un nuevo internacionalismo popular que pueda demandar y actuar con las instituciones. Por justicia con la gente que sufre en el mundo y por nuestro propio interés en mantener el mundo en que vivimos, necesitamos presionar para que la UE tenga una política exterior que combine independencia, geopolítica y derechos humanos. Y trabajar para cambiar un modelo insostenible y profundamente desigual.

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