Artur Mas, político hermafrodita

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Hace tiempo me dijo un amigo catalán: “Creo que Artur Mas es un político hermafrodita”. “¡Anda ya –le contesté- vuestro Conseller en Cap (eran los tiempos de Jordi Pujol) es un político de una pieza!”. “Que no, que te equivocas, Artur es un buen tipo, muy serio, pero le gustar trotar como un centauro para que los de fuera no distingáis al jinete del caballo. Ya lo comprobarás cuando sea President”, me espetó finalmente mi amigo.

Antes de meternos en harina política les diré que, en general, no me parece nada recomendable ser hombre y mujer a la vez. Va de suyo que te hagas un lío al expresar tus impulsos y que no tengas a nadie al lado para que te desate. Por falta de demanda: no hay muchos hermafroditas en el mundo. Y, si por fortuna encuentras a alguno, tampoco tu situación mejorará demasiado. Lo que ganas en compañía puede que lo pierdas en relación con tu perspectiva de la realidad. Quizás el grupo anfibio en el que entres piense que ser hombre y mujer a la vez no es una alteración cromosómica, sino el estado más frecuente y ordinario de la biología humana.

Incluso los dioses tienen un grave problema si sus defensas son las de un varón y su delantera la de una mujer. Acordémonos del pobre Hermafrodito, hijo de Hermes y Afrodita, un joven muy bello que, al ser besado y abrazado por la náyade Salmacis cuando se bañaba en un lago, se fundió con el cuerpo de su amante teniendo desde entonces dos géneros, como suele decirse en estos tiempos de postclasicismo. No fue el único cambio que alteró el cuerpo y la mente de Hermafrodito, porque ese día también le creció un colmillo muy retorcido. Se hizo odioso para remediar su desgraciada soledad al pedir a sus padres que todos los muchachos que se bañaran en el  lago se convirtieran también en hermafroditas convictos cuando salieran del agua. Lo consiguió y la gente empezó a pasar obligatoriamente por caja. Y no tiene ninguna gracia que para resolver el infortunio personal uno tenga que meter en el saco a todos los que pille desprevenidos.

Artur  Mas quiere meter a los catalanes en las aguas de ese lago. Para darles unos cuantos manguerazos de ducha escocesa, como hicieron sus antecesores en el cargo con nulos resultados, ya que todos, los catalanes y los demás, salimos del trance bastante agotados (y escaldados). El President no puede hacer una cosa y su contraria porque el Estatuto de Autonomía de Cataluña dice (artículo 3) que “la Generalitat es Estado”. En su consecuencia, el artículo 67 del Estatut le confiere, como Presidente de la Generalitat, “la representación ordinaria del Estado en Cataluña”.  Mas no puede defender la Constitución en su territorio y votar (aunque diga que lo hace a título privado y como un ciudadano “más”, con minúscula que debilita el acento) en un referéndum ilegal convocado para que ese territorio obtenga su independencia. Pero sus primeros 100 días de mandato no sólo han sido confusos por su retórica religiosa, sino sobre todo, lo que es mucho más grave para los catalanes, por su práctica cotidiana.

1.- Mas no puede pedir al Gobierno central que le deje endeudarse infringiendo la Ley de Estabilidad Presupuestaria si no sanea previamente la Hacienda catalana. Y eso no se producirá si mantiene su estrategia política de reducir los tributos propios y compartidos de la Generalitat.

2.- Mas no puede disminuir drásticamente los servicios públicos de Cataluña (como la asistencia sanitaria) y al mismo tiempo suprimir (en su casi totalidad, como ya ha anunciado) el Impuesto sobre Sucesiones. Los catalanes deben saber lo que ya sabemos los madrileños: que estas condonaciones fiscales son simplemente un alivio a corto plazo para las clases medias y un cerrojo económico para su futuro (y el de la inmensa mayoría de la población) si, como alternativa al populismo, se tiene algo más de perspectiva de “país”. Los desarmes de las Haciendas públicas en los impuestos patrimoniales (Mas ha prometido igualmente la desaparición posterior del concepto de Donaciones) son un injustificable trasvase de rentas hacia los estratos superiores de la riqueza de cada territorio, especialmente  en las fases de crisis económica y anemia de las cuentas públicas.

3.- El President no puede seguir con la emisión de bonos patrióticos. Sólo significa prolongar el estancamiento de la economía catalana con un menor coste político, eso sí (pero haciendo más ricos a los que detentan el capital suficiente para invertir), aunque con la contrapartida irracional de aumentar el tamaño de la bola de nieve del gasto financiero de la Generalitat.

4.-  Artur Mas no puede alegar a su favor, para justificar su draconiana política de ajuste del gasto en Cataluña, que la Unión Europea le obliga a ello. No vale su utilización de Europa como Ley del Embudo, porque es precisamente el llamado Semestre Europeo el que impide a nuestro país –a toda su estructura territorial- desarrollar la política expansiva de endeudamiento que está realizando el President, y cuya autorización y reconocimiento político está exigiendo al Gobierno de Rodríguez Zapatero. No vale escudarse detrás de Europa para acatar sus normas obligatorias y discutir las españolas (¿no son también obligatorias?), porque en realidad son las mismas normas. Y…

5.- …por la misma razón, resulta absurdo y asimétrico que Mas vuelva a lanzar otra vez el órdago del “pacto fiscal” del Estado con Cataluña o, lo que es lo mismo, su exigencia de un régimen de Concierto fiscal que la Constitución sólo reconoce a los territorios forales del País Vasco y Navarra. Enredar de nuevo con este asunto, arropándose además con el abrigo de un plebiscito catalán que dentro de un año se pondrá sobre la mesa del Gobierno central que –previa la investidura parlamentaria- salga de las urnas en las próximas elecciones generales, es una irresponsabilidad política condenada al fracaso aunque rentable en términos de victimismo nacionalista. Buscar otra vez el enfrentamiento social mediante el apalancamiento en unas  pretensiones que chocan contra el muro constitucional (sin bajar antes su altura, que eso es perfectamente legítimo) significa poner las energías de todos, en vez de para el auxilio de la concordia ciudadana y de la resolución de los problemas territoriales, al servicio de claros intereses de parte. Basta: ya hemos padecido demasiada política de trincheras.

Lo mejor es dejar la ambigüedad de Hermafrodito para actividades más inofensivas que la administración de los intereses públicos. Por ejemplo, para la música. Artur Mas hace weaving, un sonido confuso pero estimulante en el que no se puede distinguir la guitarra solista de la guitarra rítmica. Pero Artur Mas no toca con los Stones. Él es el solista de la Generalitat. Y debe ser la voz cantante y discrepante si hace falta en defensa de los intereses catalanes. Pero lo cortés no quita lo valiente y todos ganaremos si el President es también el solista leal del Estado en su territorio.

2 Comments
  1. celine says

    Hoy sale Puigcercós con que si no hay concierto no hay encaje (de bolillos) de Cataluña en España. Y Rajoy con que hay que pagarle a Cat un montón de millones. Desde luego, no puede negarse que los negocios no le quitan el ojo a la política. Y viceversa.

  2. J Mos says

    Desde que conozco la democracia, Vascos y catalanes no han hecho más que jugar a ver cuanto sacan por estar en esta fiesta (España) en la que no quiero estar y me han invitado.Rozar la legalidad constitucional siempre ha sido lo suyo y ademas muy rentable. Por otro lado al PP y al PSOE les interesa pues no tienen ninguna intención de cambiar la ley electoral que lo perpetua.
    Mas hace lo que siempre han hecho jugar a dos bandos y sacar tajada para mi reino de taifas, aunque como es de derechas, cuida más el capital privado a costa del recorte de lo público. En fin de hemafroditas está lleno este sistema politico que ampara los discursos victimistas y lejanas ofensas mientras sean rentables para negociar pactos que mantengan en el poder.

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