Esperanza Aguirre: antes matar que pecar

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Esperanza Aguirre, el pasado viernes, durante su intervención en un seminario sobre inversiones para emprendedores. / Fernando Alvarado (Efe)

Ya está. Asunto resuelto. Por fin Esperanza Aguirre sabe cómo solucionar el estrepitoso déficit de la Comunidad de Madrid. Es una pena que haya tardado un poco en encontrar la piedra filosofal y convertir en oro todo lo que toca, igual que en la época dorada de los bingos madrileños. Pero bien está lo que bien acaba. Y además -¡qué diantres!- no había aparecido aún en su horizonte intelectual el sucesor de Friedrich Hayek o Ludwig von Mises. A vino nuevo, odres nuevos, porque la novedad de los problemas económicos así lo exige sin remisión. Los viejos maestros ya estaban un poco chochos y no tenían nada que hacer frente a la apostura y el pensamiento directo, incisivo, del nuevo bodeguero madrileño que, por si alguien tuviera dudas, responde al nombre de Percival Manglano. Él es el inventor del elixir mágico que devolverá el esplendor a la vieja Casa de Correos de la Puerta del Sol.

¿Subir un par de puntitos el marginal del IRPF autonómico? ¿Reinstaurar en la Comunidad el pago efectivo del Impuesto sobre el Patrimonio? ¿Eliminar la reducción en la cuota del 99% en el de Sucesiones y Donaciones para el cónyuge y los descendientes? No, no y tres veces no, como San Pedro, que no se debe contrariar ni al emperador ni a la lideresa. Tampoco necesitamos la generosidad del magnate Adelson: que le regale su Eurovegas a los alemanes.

La solución fetén son las tasas y precios públicos. Para gravar el tránsito de vehículos pesados por vías pecuarias, cobrar por la emisión de la tarjeta sanitaria en caso de rotura (10 eurillos) o por certificar el grado de discapacidad (20 euros), y -¿por qué no?- sacar también unos cuartos al revisar el grado de dependencia (30) y hacer felices a los que sufren la condición de siniestro total. Sin olvidar los precios públicos que van a recaer sobre la educación infantil y la escolarización en Casas de Niños o los que gravarán el uso de centros de día por personas mayores. Una involución económica en toda regla si no fuera por la gracia que nos pueden hacer los detalles exóticos del plan Aguirre-Manglano, como las tarifas por visitar el Castillo de Manzanares o la nueva tasa “medioambiental” relativa al mantenimiento de animales de compañía extraviados en centros de acogida. Y, como Madrid es un territorio tan minero como California durante la fiebre del oro, la estrella errante de nuestra región, emulando a Lee Marvin, ha endilgado cinco nuevas y pintorescas tasas a las explotaciones del sector que obligarán a Madrid a sustituir el emblema del oso y el madroño por el cuerno de la abundancia. De usted hablará sin descanso el porvenir, joven Manglano.

¿También habrá que pagar por respirar, como anunciamos en su día? ¿Llegará Aguirre a parecerse a Anastasio de Bizancio, al que fulminó un rayo por gravar incluso a los mendigos? “Prefiero morir antes que pecar”, dijo Santo Dominguito Savio cuando recibió la Primera Comunión. Lo mismo piensa Esperanza Aguirre, pero exigiendo la inmolación a los demás, a los trabajadores y a las clases medias de la región, a los que esquilmará o dejará sin servicios públicos antes que desdecirse y reimplantar la imposición patrimonial para las clases acomodadas. Si la realidad contradice la soberbia de uno mismo y su identidad política, peor para la realidad y también para los que no pueden zafarse de ella. Los neoliberales del no, no y no –a diferencia de San Pedro- jamás reconocen un error y su autosatisfacción es sorda a todos los gallos de Palestina. Caiga quien caiga y sufra quien sufra, siempre que no se trate de nuestros amigos. Como decía el tullido Ian Dury, “hit me with your rhythm stick”, Esperanza.

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