Bárcenas, los griegos y la bella percepción

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Se publican noticias diarias acerca de cómo el negro panorama económico griego provoca el “nerviosismo de los mercados”, y nadie sospecha de esa coletilla, tan inconsistente en su sintaxis: padecer de los nervios es una acción reservada a sujetos animados, no a un objeto como el mercado. Los periódicos resultan últimamente menos rigurosos que las fábulas de Esopo, pues la atribución de pasiones humanas a los animales, propia de aquellos relatos infantiles, al menos conservaba la distinción entre seres vivos y materia inerte, un matiz demasiado sutil para el periodismo actual, que regresa al blanco y negro en plena era digital.

Digamos, pues, que quienes tienen los nervios de punta son los mercaderes. Para aplacar su histeria, se reunieron no hace mucho los prohombres de la UE y elaboraron un plan de ayuda, con el FMI a la cabeza, que no pretendía actuar sobre la realidad de la economía griega, sino sobre la percepción que tienen de ella los mercaderes. Como el plan era más bien incierto y la UE sólo se comprometía a, tal vez, echar una manita en el futuro, los mercaderes se percataron de que se les estaba siguiendo la corriente como a los locos, y esto les crispó aún más, como a los locos. En los últimos días, los líderes europeos se han contagiado del desquicie y no han dejado de llamarse por teléfono: habrá que aumentar las dosis de tranquilizante. En cuanto a los males de los griegos, que sigan su curso: la salud mental que preocupa es la de los mercados, perdón, los mercaderes.

Se reiteran acuerdos, pactos y actuaciones porque son ficticios, aunque los medios insisten en tomárselos en serio. Los gabinetes de prensa conocen los códigos del realismo mágico y se nota. Los guionistas del PP, sin ir más lejos, han estudiado minuciosamente Las tres muertes de Melquíades Estrada antes de poner en escena las varias dimisiones de Luis Bárcenas. Hace unos meses, cesó como tesorero del PP. Y ahora lo hace como militante del PP porque, al desvelarse el sumario, en Génova gritaban: ¡Hay que hacer algo! Y los guionistas contestaron: ¡Pues que vuelva a dimitir! 

Según evolucione la percepción ciudadana, Bárcenas seguirá dimitiendo poco a poco. Todavía puede abandonar el grupo popular en el Senado, como han hecho los diputados <em>populares </em>en la Asamblea de Madrid: Aguirre es menos dada al suspense. Y si la cosa procesal viene muy torcida, aún podrá dimitir una pizca más, renunciando a que el PP abone la minuta de su abogado o desalojando de una vez el despacho de Génova. A los guionistas les han dicho que no contemplen la única dimisión verdadera, la de ese escaño de senador que le otorga fuero. Porque la política de la bella percepción no puede llevar al extremo de abolir los privilegios: el Código Penal está escrito con precisión hiperrealista. 

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