Nos tiramos en Ciudad de Panamá 23 periodistas españoles, representativos de todos los medios y sensibilidades y vertebrados por el Foro Arekuna , 6 de los cuales van a ser ponentes en un debate sobre la libertad de expresión con estudiantes de periodismo de la universidad local. Los debates con estudiantes de periodismo siempre tienen algo de tardíos bautismos de fuego para los periodistas curtidos y en activo. Son como ruedas de prensa salvajes en contraposición con las de piscifactoría, que diría el difunto Paco Umbral.
Ejemplo: un joven estudiante va e inquiere cómo es posible que un periódico digital extranjero, El País de Costa Rica, publique informaciones sobre un presunto lavado de dinero por parte del presidente panameño, Ricardo Martinelli, sin que estas informaciones sean recogidas por ningún medio de comunicación de Panamá.
Ahí es Troya. En la sala hay distinguidos periodistas locales y hasta un alto representante del Consejo Nacional de Periodismo de Panamá, que se dispone a firmar un convenio de colaboración con el presidente del Foro Arekuna, Félix Puebla. Por cierto que lo firma ante cierta suspicacia gubernamental muy criticada en la prensa local al día siguiente. Las frías relaciones del máximo órgano de representación de la prensa panameña con el poder dan qué pensar y dibujan un contexto donde ubicar el debate que sigue.
“Con dos cojones y un palito”, celebran los españoles en voz baja la audacia del joven estudiante. Toma la palabra Guido Rodríguez, por tres años presidente del Comité de Ética del Consejo Nacional de Periodismo de Panamá, y que luego nos contará cómo tuvo que lidiar con la dictadura cuando esta cerraba medios de comunicación “desde ya” y durante semanas, con el argumento de que “abusaban” de la democracia.
Es este hombre quien reivindica que no siempre que el río suena, agua lleva. Insiste en que las informaciones del digital de Costa Rica tenían más espectacularidad que sustancia y que cuando su director fue entrevistado por una radio panameña no fue capaz de aportar prueba ninguna. Subraya que la prensa democrática seria (tan históricamente reciente en Panamá como en España) no posee otro escudo que su credibilidad y que “no podemos publicar las pamplinas que aparecen en cualquier digital”.
Este comentario sin duda hiere los sentimientos de uno de los seis ponentes españoles, el director de Diario Crítico, Fernando Jáuregui, quien habla el último en la mesa y lo atribuye a que “a los digitales siempre nos ponen a la cola”.
Tendrá razón pero otro día y en otro lugar, porque de los seis españoles sentados a la mesa los que representan a medios digitales son por lo menos cuatro. Aparte del susodicho Jáuregui tenemos a José Oneto, director de La República; a José Antonio Sentís, director de El Imparcial, y a Esther Jaén, bloguera de Cuarto Poder. Los otros dos son Esther Esteban, del diario El Mundo, y Rafael de Miguel, de CNN Plus y de Cuatro.
Ciertamente, y eso lo destacarán varios de los ponentes en sus intervenciones, en ocasiones lo digital es sinónimo de un periodismo con más google que espesor, peligrosamente tendente a minimizar lo presencial y a despreciar lo exacto. En cambio a veces el periodismo en red es el santuario de un talento y un espíritu crítico no precisamente, o no siempre, mimado por los medios más convencionales en estos tiempos de asedio y de tribulación. “El periodismo es duro, pero más duro es trabajar”, apunta José Antonio Sentís con certera ironía digna de Gracián o de Quevedo.
En todo caso es apasionante tener dudas y que la arqueología de la verdad tenga la emoción de una película de Indiana Jones. Rafael de Miguel ilustra vibrantemente a la audiencia sobre cómo Ronald Reagan, en pleno escándalo del Irancontra, se veía acribillado a preguntas incómodas por los periodistas que le asediaban cada vez que salía por el South Lawn de la Casa Blanca para coger el helicóptero presidencial, el Marine One. Hasta que sus asesores de prensa descubrieron que con el ruido que metían las aspas del helicóptero era fácil ahogar las preguntas hasta lo inaudible y dejar que quedara la imagen de un Reagan saludando desde las alturas de su glorioso porte y sonrisa. Es sólo un ejemplo de cómo una imagen de televisión puede desinformar más que mil palabras.
Oneto incide en el peligro del maridaje entre prensa y poder, tratando de explicar a los estudiantes panameños el insólito grado de interdependencia que prensa y poder llegaron a desarrollar en España en momentos escogidos de la Transición. En momentos así se entiende que políticos y periodistas se enamoren pero nunca es bueno que lleguen juntos a la cama, afirma. Aunque sólo sea porque, como subraya Esther Jaén, es sobre todo en momentos políticamente intensos cuando resulta más crucial la aportación del periodista como descifrador de los arcanos políticos para la sociedad civil y el común de las gentes.
Jaén se refiere sobre todo al boom de tertulias políticas en los medios audiovisuales que desde los años ochenta funcionan en España como correa de transmisión entre la alta y la baja política, entre los debates y las razones (no siempre evidentes) de la élite y la tertulia de café “donde todo español cree llevar dentro un presidente del gobierno y un seleccionador nacional”.
Las tertulias han situado a menudo al periodista al borde de un vertiginoso (también peligroso) estrellato. Asimismo frente a una constante amenaza de frivolización, desprestigio o incluso linchamiento. Esther Esteban recuerda como un reciente intento suyo de poner en pie una tertulia televisiva exclusivamente femenina tuvo que bregar primero con el escepticismo de la cadena y segundo con “la hostilidad de algunos compañeros” del género aún predominante en los medios de comunicación, es decir, el masculino. “Me tuve que enfrentar a una feroz campaña donde nuestra tertulia era calificada de gineceo o incluso llamada Mujercitas”, evoca con beligerante amargura.
Por cierto que el llamamiento de Esteban al poder femenino en periodismo siembra en la audiencia una reacción inesperada: una joven estudiante en Panamá pero que subraya que es de Venezuela expresa su felicidad porque “nunca había visto a tantas periodistas rubias juntas”. Es tan desconcertante su entusiasmo que por un momento cunde la duda de si junto con Jaén y Esteban no estará contabilizando el áureo flequillo mítico de Oneto.
Nos salva de la caída femenina libre una providencial intervención de Antonio Miguel Carmona, dirigente del PSM que se encuentra aquí en calidad de comentarista económico. Desde su condición de no-periodista hace un alegato a favor de la prensa noble y libre que todos le agradecemos mucho y obliga a tomar la palabra a Charo Zarzalejos, que se encontraba entre el público agazapada, con intención de entrar y salir de incógnito.
Ella describe en sencillas pero magistrales pinceladas su larga experiencia. El sobresalto y la tragedia de escribir en el punto de mira de ETA del País Vasco. El descubrimiento en Madrid de algo que, sin ser perfecto, se parecía más a la libertad. La entrega de 24 horas. La lucha por mantener la ilusión intacta. “Formaos y leed mucho y, sobre todo, que os importe menos ganar la fama que el prestigio”, remata, tocando nervios olvidados y poniendo benditamente la piel de gallina.
Para no pasarnos de trascendentales ni de trágicos nos viene muy bien que a Carmona se le haya caído un “juventud hondureña” en lugar de panameña. Los aludidos no se habían dado cuenta del faux pas pero los propios españoles lo hacemos visible y audible al regodearnos en el recuerdo de aquel vibrante “¡Viva Honduras!” que en su día soltara Federico Trillo ante los soldados de El Salvador. Jáuregui cuenta la anécdota con pelos y señales a la audiencia de Panamá, lo cual sin duda redunda en beneficio de la transparencia, no sabemos si tanto de las relaciones públicas.
Concluimos enzarzados con los peligros de la frivolización de esos dispensadores o cajeros automáticos de la verdad que son las tertulias políticas o impolíticas. Esther Jaén lanza un trascendente interrogante mayúsculo: por qué será que el crecimiento de las tertulias es explosivamente e inversamente proporcional al crecimiento del voto. ¿Por qué cuánto más y más públicamente se habla de los políticos y de la política, menos se vota?
La joven estudiante de Venezuela y fan de las periodistas rubias apunta una posible explicación: “es que cuanto más sabemos de los políticos y más les conocemos, menos les respetamos y menos nos interesan”.
Y usted, ¿qué cree?
Existe en Panamá un grupo de periodistas, unidos que se hacen llamar FRENADESO (http://www.frenadesonoticias.org/), llevan años denunciando la actual situación de Panamá, no sólo con la falta de libertad de expreción en los medios, si no las injusticias de un pais, donde el 80% de la población está bajo el umbral de la pobreza.
Sin embargo ningún medio de comunicación se hace eco de la brutal represión de los periodistas Panameños y de los trabjadores de aquel pais.
El conocimiento de los políticos no genera un aumento de la abstencion, lo que sucede es que la política se va alejando cada día mas de las preocupaciones de los ciudadanos y los tertulianos se convierten en los brujos de los problemas colectivos