Objetivos del milenio

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Corría el año 2000, ¿se acuerdan? Todos temían que las computadoras dejaran de funcionar, que el mundo se detuviera y no había acuerdo sobre si era ése el comienzo del segundo milenio. En septiembre se celebró la cumbre de los Objetivos de Desarrollo del Milenio: 189 Estados miembros participaron y llegaron a un acuerdo histórico: ser la primera generación que deseaba acabar con la pobreza mundial.

Hoy, diez años después, está a punto de celebrarse la tercera, tras la de 2005, en la que ya mucha gente habla de fracaso. Con excesiva facilidad se critica y se opina. Pero, ¿sabemos qué son y cuántos los ODM? Sus dos principales virtudes consisten en que permiten realizar un análisis riguroso sobre los indicadores de pobreza y exclusión con los que comparar el avance de un país con respecto a sí mismo o  con respecto a otros y en que posibilita el apoyo a los países empobrecidos para que formulen políticas de Estado orientadas a avanzar en estos ocho objetivos. Porque son ocho. En teoría, para el año 2015, debería haberse reducido la pobreza a la mitad con respecto a 1990; conseguido la educación primaria universal, equidad de género; disminuir en dos tercios la mortalidad infantil y en tres cuartos la materna; combatir el VIH; asegurar la sostenibilidad medioambiental; y alcanzar una asociación mundial para el desarrollo.

Sin embargo, existen muchos factores que limitan esta posibilidad. Por un lado, los gobiernos, al formular sus políticas de largo plazo, no coinciden necesariamente con el año 2015 e igual que sucede con la declaración universal de los Derechos Humanos, es más fácil defenderlas en un discurso que con acciones. Además, existen muchos Estados débiles con serios problemas institucionales que no se soluciona simplemente con recursos económicos. Y por qué no, también hay gobiernos corruptos y un mundo rico, demasiado acomodado, que no está ni dispuesto ni convencido de que la situación deba cambiar.

En un planeta mayoritariamente religioso, donde el concepto de la compasión está mucho más extendido que el del derecho, reaccionamos ante un tsunami, un terremoto o una hambruna; es decir, ante las manifestaciones de la pobreza, pero no somos capaces de soliviantarnos ante sus causas. Nos sentimos bien con la idea de ayudar, pero no terminamos de creer que todos los habitantes de este planeta son sujetos de derecho, lo cual convierte su posible acceso a salud, vivienda, educación o una vida digna en una obligación para los Estados. Un amigo me hacía una comparación sobre la Organización Mundial del Comercio. “Es –decía– como si algunas familias de ricos hacendados invitaran a todo el vecindario a una fiesta nudista a su chalet en la playa: los invitados llegan desnudos para darse cuenta, en ese momento, que los anfitriones están en traje de baño, riéndose de todos ellos. La mal llamada globalización, que consagra la libre circulación de bienes y servicios pero olvida a las personas, obliga a los países pobres a abrir sus economías indiscriminadamente, mientras en Europa y Estados Unidos nuestras vacas reciben mayores ingresos por subsidios que el 70% de las personas más pobres del mundo”. Si queremos lograr los ODM, si sentimos desilusión porque no se avanza habrá que tener claro qué son, qué representan, en qué consisten y después indignémonos todos los días y no en fechas de conmemoración.

2 Comments
  1. Concha says

    Inmersos como estamos en aquello que se ha dado por llamar la polémica del día, se agradece un artículo como el de Carmen Gurruchaga que, invitándonos a pensar, nos lleva a uno de esos objetivos a largo plazo, que se han impuesto ni más no menos que 189 Estados miembros, a fin de acabar con la pobreza mundial. Hace bien en recordar esos ocho objetivos para los que hemos postergado poner los medios, haber si no se nos olvida que “los habitantes de este planeta son sujetos de derecho” y sólo recordamos el refrán de a río revuelto ganancia de pescadores. Muchas gracias

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