Intimidades, manías y chorradas de los presidentes y gobernantes

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Portada de 'El poder en el bolsillo', de Jorge Elías. / Algón Editores

Yo te he dado a tu mujer”, le espeta Silvio Berlusconi a Nicolás Sarkozy en referencia a Carla Bruni. Las insolencias de Il Cavaliere, la ambición de Sarko, las patochadas de George Walker Bush, la carne que mejora la actividad sexual de Cristina  Kirchner, la suerte de Barack Obama y otras “manías e intimidades” de presidentes y gobernantes van desfilando por las 276 páginas de El poder en el bolsillo, del periodista argentino Jorge Elías (Algón editores), un libro que ilustra al lector sobre la catadura de los principales dirigentes de nuestro tiempo.

El autor aprovecha entrevistas, recepciones, cumbres y viajes para preguntar a más de cincuenta personajes políticos --desde Mijail Gorbachov a George Bush, pasando por Kofi Annan, Lula da Silva, Néstor Kircher, José María Aznar, Mariano Rajoy o Hugo Chavez-- “¿qué lleva en el bolsillo?” El rasgo común a casi todos los poderosos –también de los mendigos– es que van por el mundo con los bolsillos vacíos, sin dinero, sin documento de identidad, sin llaves. El Bush que envía sus divisiones militares a invadir Irak lleva un pañuelo blanco. Ya es ironía. En campaña electoral del 2000 pide el voto a los inmigrantes hispanos en California. “Yo quiero tu bota”, les dice. Ya es premonición: un año después, miles de ellos se calzan las botas y engrosan la vanguardia de las tropas que envía a Afganistán e Irak.

Es el Bush que para diferenciarse de su padre hace que escriban su segundo nombre, Walter o, por lo menos la W en los documentos que firma, que comparte con las tropas que han derribado la estatua de Saddam Husein en Bagdad un suculento pavo de plástico el Día de Acción de Gracias, que llama grecianos a los griegos, kosovarianos a los kosovares, que confía en “un progreso inamovible” y que en su primer viaje a Madrid –el segundo a Europa en su vida adulta-- llama Ansar a Aznar mientras su hermano Jep, gobernador de Florida, promete “grandes beneficios a la república de España” por su aportación de tropas en Irak.

Los objetos de bolsillo sirven a Elías de hilo conductor de su relato. Tampoco el presidente Bill Clinton lleva dinero cuando en una visita a Reino Unido decide entrar a almorzar al restaurante Portovello Gold del barrio londinense de Notting Hill. Pide gambas, trucha ahumada y paté con nueces. Cuando termina de comer, saluda con la mano, sonríe y se marcha sin pagar. La BBC difunde de inmediato la noticia: “Clinton no paga la cuenta”. Son 24,70 libras. En cambio, Clinton sí lleva dinero y paga en efectivo el poemario Hojas de hierba de Walt Whitman, un alfiler de sombrero y un prendedor de oro que compra para Mónica Levinsky en los comercios de Martha’s Vineyard (Massachussets), donde pasa sus vacaciones con Hillary, Chelsea, el perro Buddy y el gato Socks.

Barack Obama, del que el lenguaraz Berlusconi dice que es “joven, lindo y además está bronceado”, mira el reloj del nuevo presidente chileno, Sebastián Piñera. Es un extravagante Toy Watch rojo chillón. Lo llama su “reloj de la suerte”. Es su amuleto. Al terminar la entrevista, Piñera comenta que Michelle Obama usa uno de la misma marca, de color morado, y que Obama le ha dicho que “también su mujer le ha traído suerte, así que hubo una gran coincidencia”, resume.

Puesto que el autor es consciente de que con el siglo XX se han extinguido los grandes dogmas ideológicos y hoy la atención se centra en los líderes y no en las ideologías, explota el filón de la anécdota, de la personalidad de marketing o mercadotecnia, que diría el publicista y académico Eulalio Ferrer, y de la convivencia de pareja de los poderosos. Así vemos a Sarkozy queriendo ser presidente desde los seis años, casi lo mismo que el colombiano Álvaro Uribe y que el soñador Simón Bolivar. También vemos al argentino Menem, de apellido palíndromo o capicúa, ufanándose de sus lecturas de Sócrates, el filósofo griego que no dejó obra escrita, y a José María Aznar diciendo a la candidata a la presidencia de Argentina Cristina Kirchner en 2007 que se cuide de Zapatero porque es “gafe o mufa, como dicen ustedes”. Todo lo que apoya pierde: apoyó a John Kerry en Estados Unidos y perdió, apoyó al canciller alemán Gerhard Schröder y perdió, apoyó a Ségolène Royal en Francia y perdió. La señora Kirchner, llena de arreglos corporales y ya convertida en presidenta, descubre después de un acto con productores porcinos que esa carne mejora su actividad sexual. “Es mucho más gratificante comerse un cerdito a la parrilla que tomar Viagra”, afirma después de explicar que el fin de semana anterior en El Calafate, en vez de tomar el clásico cordero patagónico “comí el cuerito hecho galletita, que queda crocante… Bueno, no saben. Impresionante”.

Con estilo ágil, el periodista va tejiendo historias y anécdotas, sin olvidar las discrepancias de pareja. Nabuko, la esposa del primer ministro de Japón, Naoto Kan, pone de vuelta y media al “inútil” de su marido; las esposas de Sarko y Berlusconi huyen de ellos; Bernardett, la mujer de Jacques Chirac, formula siempre la misma pregunta cuando llama al servicio de seguridad: “¿Saben dónde está mi esposo esta noche?”; Marina Shriver, de la familia Kennedy, se declara en huelga de sexo con su marido, Arnold Schwarzegengger, gobernador republicano de California, porque ha ganado Bush y ella es demócrata hasta la médula… El resultado es una higiénica desmitificación de los tipos que gobiernan, no saben lo que cuesta un café y nos piden que creamos en ellos, como si fueran unos santos o como si hubiera algún santo sin pecado.

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