Escenas de miseria en el corazón de un barrio rico de la España del PP

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Imagen captada con un teléfono móvil a las 12 de la noche del pasado día 8: Seis jóvenes españoles –cuatro hombres y dos mujeres– buscan comida en la basura en la calle Narváez de Madrid, a un paso del Retiro. / G. C.

Cuando escuchó la frase críptica del vicepresidente de la Comisión Europea, Joaquín Almunia: “Las condiciones (del rescate) a España no serán diferentes de lo que ya se conoce” y unas horas después oyó al jefe del Gobierno, Mariano Rajoy, decir que los “sacrificios son necesarios para salir de la crisis”, se le avivó el dolor de la T-4 y comenzó a llorar como el día que despidió al hijo en el aeropuerto de Barajas. Tenía 32 años, el hijo, y se largó allende el Atlántico de este país que le negaba el pan y el futuro.

Iba, el hijo, en mangas de camisa y pantalón vaquero; calzaba unas recias botas de cuero con las suelas bastante gastadas de andar las calles del Madrid granítico; llevaba el pelo cortado al cero como solía y el cerebro repleto de conocimientos adquiridos durante los años de estudio en uno de los más exigentes institutos públicos de la capital y luego en la universidad y en Londres durante un año; poseía habilidades musicales, hablaba dos idiomas universales y tenía la experiencia de la disciplina y el esfuerzo que había adquirido en distintos empleos con contratos temporales o sin contratos, desde freidor y vendedor de palomitas en la puerta de unos cines, hasta corrector y eventual traductor a tanto la pieza de libros de texto para algunas renombradas editoriales.

El caso del hijo que cruzaba el charco hacia Norteamérica para quizá nunca más volver le partía el corazón, pues un hijo es lo que queda de una; sin embargo, era uno más en la desdichada historia de este país periódicamente empujado al éxodo y la pérdida de los mejores. Recordó las palabras de Graham Greene: “Los ingleses hemos sufrido mucho, pero a ustedes, los españoles, les han traicionado siempre”. Para ser inmisericorde, sólo le faltó añadir: “Y les seguirán traicionando”. Se negó a vendar la dolorosa herida de la pérdida con porcentajes de ausencia, pero comprendía que miles de jóvenes no sintieran el menor aprecio hacia el país que los desprecia.

Como en tantos asuntos de importancia, en el de la emigración, las autoridades carecen de datos precisos sobre la cifra de emigrantes, pero ya saben que en 2011 se marcharon 100.000 españoles más de los que llegaron de otros países. Por primera vez en dos décadas se invirtió la tendencia y hoy se estima que uno de cada cinco emigrantes es español y que a finales de 2012 habrán abandonado el país más de 100.000 jóvenes, empujados al exilio económico. El Padrón de Residentes Españoles en el Extranjero (PERE) registró un aumento de 102.432 personas entre 2009 y 2010 y de 128.655 más de 2010 a 2011. El último barómetro del CIS ya indica que casi el 20% de los españoles ha pensado el último año en abandonar el país.

Después de escuchar la comparecencia televisiva del jefe del Gobierno, la mujer sintió la necesidad de pasear y salió a la calle. Era ya tarde, el reloj marcaba las 22:30 de la noche, pero su residencia, en el distrito de El Retiro, junto al barrio de Salamanca, de derechas de toda la vida, era una zona tranquila y patrullada por policías de todos los colores. Caminó por la calle de Narváez, cruzó los bulevares de Ibiza y Sáenz de Baranda, y hacia el final de la calle, ante un establecimiento de alimentación, vio cómo seis jóvenes españoles, dos mujeres y cuatro hombres con ropa limpia y perfectamente aseados, se abalanzaban sobre los dos capachos de basura, repletos de bolsas verdes, que un vigilante armado sacaba de la tienda, y llenaban sus carritos con barras de pan duro, pastas endurecidas, yogures caducados, algunas piezas de fruta parcialmente salvables de la pudrición y otros productos que en la noche no alcanzó a identificar. Les saludó, les hizo una fotografía con su teléfono portátil. Ellos correspondieron al saludo sin prestarle mayor atención, pues el camión de la basura se acercaba con un ruido voraz y amenazador.

Hace dos años, aquellas “compras nocturnas” quedaban para inmigrantes rumanos, andinos, marroquíes, subsaharianos... Ahora, en el corazón del Madrid opulento que vota al PP de Aguirre, Botella y Rajoy, las realizan jóvenes españoles, ciudadanos de la España inhabitable de los especuladores financieros causantes de la depresión y el sufrimiento, a los que ni un Gobierno con mayoría absoluta se atreve a negar los rescates que le exijan a costa de los ciudadanos que ya buscan comida en las basuras.

5 Comments
  1. inteligibilidad says

    Le digo yo volverá, aunque sea por Navidad, verano… no se preocupe usted por eso, que no lo pierde… se lo dice alguien que siempre vuelve 🙂

  2. Ramon says

    Probablemente ni cumplan las nuevas condiciones para recibir la famosa ayuda de los 400 euros.

  3. Miriam says

    Esta imagen la vemos a diario en toda España. Yo soy de Barcelona, y cada mes va augmentando la demanda de comida. Cada dia son mas las personas que se ven obligadas a una vida en la calle. Intolerable!!!!!!!

  4. Patronio says

    Tampoco exageremos. El establecimiento es un Opencor situado en una calle donde vive gente de clase media y bastantes emigrantes hispanos, no es un barrio rico y españoles que han rebuscado entre la basura los ha habido toda la vida.

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