‘El chef, la receta de la felicidad’: contra el drama español, ¿comedia francesa?

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Fotograma de 'El chef, la receta de la felicidad', de Daniel Cohen.

Se estrena en España una comedia francesa coproducida aquí que es una cucada: El Chef, la receta de la felicidad (Comme un chef en Francia). La dirige Daniel Cohen y la protagonizan el grandioso Jean Reno y Michaël Youn, que es más pequeño pero para nada manco. Por cierto que nació en Suresnes y fue novio de Elsa Pataky. Jean Reno ya sabemos todos que de segundo apellido se llama Herrera-Jiménez y que nació en Casablanca de padres gaditanos. Lloró cuando le hicieron hijo adoptivo de Cádiz. Para colmo en la película sale Santiago Segura. Tiene un papel muy pequeñito, casi un cameo, pero que no dejará a nadie indiferente. De patrullar la ciudad como Torrente a parodiar a Ferran Adrià

Y sin embargo la película no puede ser más francesa. Francés es el tono, el humor, el encanto, la entera levedad del drama… Tenemos a un joven que es un genio de los fogones (Youn) pero precisamente por eso le echan de todos los restaurantes cutres en los que desesperado trata de encontrar trabajo, más cuando su mujer está a punto de dar a luz. Tenemos a un chef (Reno) consagrado pero cercado por la nueva crítica culinaria, más amante de lo molecular que de lo tradicional, y por su pérfido socio capitalista, que quiere aprovecharse de su crisis creativa para quitarle una estrella Michelin y echarle del negocio. Tenemos un enjambre de personajes secundarios adorables, como los inmigrantes que guisan en una residencia para ancianos, al principio muy remisos a dar el salto a la alta cocina y la creatividad, pero que cuando lo prueban ya no hay manera de que lo dejen… Tenemos una hija de papá enfurruñada e insoportable hasta que se descubre que lo único que quería era amor. Como todo el mundo. Si eso es tan simplemente así, ¿por qué cuesta tanto darse cuenta?

La película se ve con gusto. Empieza mal y acaba bien. Sales contento del cine y sin sensación de haber tenido que drogarte o volverte imbécil para lograrlo. Es una historia más que decentemente narrada y construida, más que apetitosamente interpretada y con capacidad de tocar toda clase de fibras, desde la de la panza hasta las del corazón. La clase de película que uno quizás necesita ir a ver en tiempos de crisis. No es raro que la edad de oro del Hollywood más sensacional y glamuroso empezara en los años 30, justo poco después de la Gran Depresión, y se prolongara hasta bien entrada la Guerra Fría. Era cuando la cultura de masas tenía la función esencial de consolarte y distraerte de la que estaba cayendo en la vida real. ¿Quién quiere realismo después de Wall Street y de Auschwitz?

¿Significa eso que se hacían hermosas películas chorras? Algunas veces sí. Pero otras veces no. Ahora que vuelve la Navidad seguro que vuelve también la oportunidad de ver una vez más en la tele Qué bello es vivir (It,s a Wonderful Life), dirigida por Frank Capra y protagonizada por James Stewart. Sin duda es una fábula muy bonita…que envejece mejor que muchos sesudos tratados de economía. La desigual lucha del bueno de George Bailey contra lo peor del capitalismo y de nosotros mismos está de plena, por no decir rabiosa, actualidad. Si la película emociona tanto es por lo bien que acaba lo que tan mal empieza. Por cómo actos de cotidiana generosidad y valentía, de sencillo pero pleno compromiso individual, pueden llegar a marcar la diferencia para mucha gente.

“Qué bello es vivir” por la vía de cierto melodrama, El chef… por la vía de la comedia, nos pueden vacunar suavemente contra muchos males. Porque son fábulas, pero fábulas para quien se las trabaja; ni a George Bailey ni a los atribulados cocineros Alexandre y Jacky nadie les regala nada. Más bien les quieren quitar todo, una y otra vez, y las pasan canutas para evitarlo. Mi escena favorita de El chef… es una que muestra a un aguerrido pelotón de cocineros en apuros (el malvado socio capitalista ha conseguido que no les quieran servir verduras en el mercado) desfilando en actitud casi Reservoir Dogs hacia el colmado de la esquina donde se “armarán” para la batalla. “Es imposible…pero vamos a intentarlo”, arenga Jacky a su tropa de gorros blancos. Es algo que pone discreta pero maravillosamente la piel de gallina.

Resumiendo, que una película muy agradable, con sus bromas y su Santiago Segura y su todo, pero de evasión, lo que se dice evasión, nada de nada. Al contrario, la historia plantea una revolución cotidiana en toda regla contra el individualismo cabrón y contra el desánimo que es más cabrón todavía. Contra el nihilismo. Contra la sensación de que para qué, si ya da todo igual. Qué va a dar igual, joder. Tú levántate y pelea, haciendo lo que mejor puedas y sepas, sin rendirte jamás y sin envilecerte, sin traicionar a nadie, y menos que a nadie, a ti. La receta de la felicidad puede ser algo tan olvidado y tan mágico como atreverse a guisársela y a comérsela.

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