El turismo como reclutador ideológico en la Guerra Civil

  • En mayo de 1938 surgieron las rutas de guerra para mostrar los territorios que el bando nacional ya tenía bajo su control.
  • De septiembre de 1936 a julio de 1938, la embajada española en Londres financió los viajes de 39 personalidades británicas

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Viajar y explorar otra cultura se asocia al placer pero en la España convulsa de 1936 tanto el bando republicano como el sublevado veían a los extranjeros como pancartas andantes. “La idea de organizar circuitos fue una gran estrategia de marketing político”, explica Beatriz Correyero, que ha investigado la propaganda durante el conflicto y el régimen franquista.

Correyero apunta que en mayo de 1938 surgieron las rutas de guerra para mostrar los territorios que el bando nacional ya tenía bajo su control. Los propósitos eran dos, según se recoge en el decreto del 25 de mayo de ese mismo año: conseguir divisas foráneas y dar una imagen favorable del régimen. Para ello crearon dos itinerarios. Uno al norte con Irún, Oviedo, San Sebastián, Bilbao, Santander, Gijón y Tui como hitos. Y otro recorrido al sur, con Sevilla, Ronda, Jerez, Cádiz, Algeciras, Málaga, Granada y Córdoba como destinos.

Los viajes duraban nueve días y costaban 975 pesetas, incluidos transporte, hoteles, comidas y guía”, detalla la también vicedecana de Periodismo en la Universidad Católica de San Antonio. Año y medio después de esta estrategia el balance era el siguiente: 250.000 kilómetros recorridos; 8.060 visitantes; 461.251 pesetas facturadas en alojamientos y más de 1,3 millones de pesetas ingresados. El plan cumplió con el primero objetivo: atraer dinero.

La segunda meta, la de los apoyos internacionales, el Servicio Nacional de Turismo del bando nacionalista consiguió intensificar las relaciones culturales con los países amigos y en los territorios hostiles, lanzó mensajes culturales y propagandísticos a través de periodistas, escritores e intelectuales de prestigio.

El bando sublevado pasó de que en su primera ruta de guerra hubiera tres monjas francesas y un periodista inglés a contabilizar llegadas de Francia, Inglaterra, Portugal, Bélgica, Holanda, Alemania, Suiza e Italia. “Me impactaron los recortes de la prensa portuguesa enviados a Interior del embajador de Portugal en agosto de 1938”, destaca la investigadora. Son documentos inusuales que evidencian el discurso del régimen sobre la Guerra Civil.

Algunos de los escritos consultados por Correyero son claros en sus palabras. Por ejemplo, el telegrama urgente en 1939 del ministro del Interior, Ramón Serrano Súñer, indicando cómo se ha de recibir y tratar a cinco altos mandatarios fascistas italianos: “Deben conocer muestras de vitalidad, prosperidad y trabajo visibles en la España liberada con personas cuyas relevantes cualidades les proporcionen elevado concepto de los valores con los que cuenta España para su reconstrucción y nuevas rutas de grandeza”.

Hospitalidad para movilizar a Europa

Aunque ciudadanos de otros países europeos visitaban España, la postura oficial de los gobiernos era no intervenir para evitar una escalada a nivel mundial. Disconformes con la medida, los republicanos aplicaron ‘técnicas de hospitalidad’ para mostrar las consecuencias de la guerra y provocar una reacción que culminara con acciones.

Hugo García Fernández, doctorado en Historia Contemporánea, abordó cómo los británicos fue una de las nacionalidades con la que más se volcaron los republicanos. De septiembre de 1936 a julio de 1938, la embajada española en Londres financió los viajes de 39 personalidades británicas. Una de las que más apoyó a los republicanos como legítimos en el poder fue la duquesa de Atholl, diputada conservadora.

Una de las beneficiadas, la novelista Sylvia Townsend Warner, dijo: “Nos agasajaron con una hospitalidad de cuento de hadas”. Sin embargo, el viaje consistía en causar el mayor impacto posible más allá de dar el mejor alojamiento disponible. Se iba por ejemplo al barrio de Argüelles, uno de los más afectados por estar cerca del frente. En marzo de 1937, con la captura de legionarios fascistas en Brihuega, los viajeros entrevistaban a los rehenes. Y en febrero de 1938 se llegó a mostrar el depósito de cadáveres en una Barcelona arrasada por las bombas.

El recuento oficial de 1936 a 1939 registró 120 entradas de británicos políticos, religiosos, intelectuales y periodistas, entre otros perfiles variados. No abundaban los comunistas pero sí los llamados ‘compañeros de viajes’, demócratas simpatizantes de la URSS, según el estudio de García.

También se visitaban las cárceles aunque los republicanos tuvieron que admitir que tenían prisiones clandestinas. Y mostraban dónde se guardaba el patrimonio artístico por las acusaciones de haberlo destruido, así como iglesias por las filtraciones de que las habían quemado. En la Ciudad Condal, por ejemplo, enseñaban la Sagrada Familia, una de las pocas aún en pie.

Tal y como indicó Oscar Dignoes en 1964, citado por Correyero: “La principal y menos costosa propaganda es la que hace el visitante que regresa con recuerdos agradables, hablando con familiares y amigos”. La investigadora concluye lo siguiente: “El turismo de campos de batalla ha existido y existirá siempre porque es parte de la memoria histórica”.

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