La España vacía en los programas electorales

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La concentración de la población en unos pocos espacios cada vez más reducidos es un fenómeno planetario. No es un asunto singular español, aunque pudiera parecerlo si uno lee la abundante literatura, tan promocionada, sobre españas vacías, laponias con moscas y siberias de hielo. Con una mirada geográfica al espacio, veríamos, por las mismas razones, “Francia vacía”, “Alemania vacía”, “Japón vacío”, “Andalucía vacía”, “Cataluña vacía”. Finalmente, todo depende de la alfabetización geográfica, de la capacidad para comprender cómo se modifican los espacios geográficos con los cambios sociales.

Si se habla de espacios rurales cada día con menos población, ¿la respuesta es cómo redistribuir población? Lo primero es entender la geografía de la concentración de la población en el mundo real y, en segundo lugar, construir una respuesta social sostenible para un medio rural con una nueva relación con los espacios urbanos, también nuevos. Menos literaturas, pues, y más Geografía.

Llama la atención que todos los partidos políticos ignoren esta transformación, la construcción silenciosa de un nuevo espacio geográfico que afecta al 80% del territorio nacional. Dan la espalda a millones de españoles que en los últimos años han invertido sus ahorros en los pueblos, a sabiendas de que no es la inversión más rentable. Ellos sí están salvando la que han dado en llamar “España vacía”.

Sobre esto, en los programas electorales, nada de nada. Se despachan con simples catálogos de lugares comunes. Pero no es un asunto menor. Su incapacidad para comprender lo que algunos geógrafos han calificado como transición rural sería el equivalente a ignorar la transición energética, por ejemplo, y pretender seguir instalados en la economía del carbono, como si nada.

Lo que se puede leer son tópicos que no sirven como alternativa a la urgencia de una estrategia de desarrollo rural sostenible para el país. El PSOE y el PP reproducen una vez más el fracasado bipartidismo agrario que, en manos de Nuestra Señora de la PAC, ni resuelve los problemas de agricultura y ganadería, ninguneadas en una cadena de valor en la que industria y distribución se lo llevan todo, vía precios, ni responde a las nuevas funciones que debe cumplir un medio rural transformado. Ambos partidos están tan fuera de la realidad que ya ni saben que nombre ponerle al ministerio de la cosa.

Cuando aportan ocurrencias sobre política rural, parecen dispuestos a modificar la tendencia mundial a la concentración de la población en espacios cada vez más reducidos. Se muestran, en un ejercicio de buenismo tonto, incapaces de entender que no se trata de parar esa tendencia inevitable sino de dar una respuesta geográfica para el nuevo medio rural. Decir lo que piensas que quiere oír la gente no es ninguna estrategia de desarrollo rural. PP y PSOE, incapaces de aportar una alternativa rural, confunden reto demográfico, un desafío ante nuestra bajísima fecundidad, y cohesión territorial, una brecha en las rentas regionales que se agranda, con la política rural que exige un enfoque específico aún por ensayar en España.

Lo que más me sorprende es que los partidos nuevos, Podemos y Ciudadanos, se hayan contagiado del mismo desenfoque. Como no cuentan con ninguna estrategia que pueda identificarse como una política desarrollo rural, recurren a vacíos “planes de choque” y “planes nacionales”, que son simple sucedáneo para la carencia de cualquier cosa que pueda parecerse a una estrategia de futuro para el medio rural. Cartas a los Reyes Magos.

Cuando proponen una medida, como la reducción del 60% en el IRPF para vecinos de los pueblos, tiene interés, pero es poco útil si no se articula como un incentivo para convertir la población flotante vinculada de los pueblos en permanente. Pero eso sería un programa de política de desarrollo rural, la apuesta por un plan coherente, que no aparece por ninguna parte.

¿Y Vox? Como los independentistas, estos no proponen un programa electoral, lo suyo es una declaración de guerra.

Lo que a fecha de hoy ningún partido logra es conectar sus ofertas políticas con la nueva realidad rural. Hace unos días el actual ministro de agricultura, Luis Planas, lo hizo explícito en la provincia de Zamora. Cuando le preguntaron por las macrogranjas de miles de cerdos que se están construyendo en la zona, el titular del desarrollo rural se manifestó a favor. Vino a decir que, aunque nadie las quiere cerca de su casa, en alguna parte habrá que ponerlas. Pero este ministro olvida que el coste de oportunidad en Economía también es aplicable a los pueblos.

Puedes promocionar estas macrogranjas, y los purines que producen, hoy sin alternativa de eliminación sostenible, pero no puedes ignorar que es incompatible con otras actividades que producen mucho más empleo, como residencias de ancianos, hoteles rurales o residencias secundarias. Si tienes una estrategia seria de desarrollo rural, no puedes incentivar un restaurante rural y, a la vez, ponerle a un kilómetro una piscina de purines.

En su apoyo a la implantación de las macrogranjas, las que no quieren ni ver en Dinamarca, oeste de Alemania, o Cataluña, como muestra el informe del Síndic, no fue más acertado el viceconsejero de desarrollo rural, del PP, en Castilla y León. En su opinión, estas concentraciones de purines atraen población, sobre todo femenina, llegó a decir. En fin, nada que no se cure con unas buenas clases de Geografía, nivel de enseñanza obligatoria.

Son geógrafos los que ha demostrado que en los pueblos se asiste a un decisivo proceso de transición rural, la que los ministros y consejeros no ven. Luis Carlos Martínez y otros han estudiado cómo millones de españoles se han convertido en nuevos pobladores “vinculados” a los pueblos y en dinamizadores de economías que están cambiando el medio rural. Solo para Castilla y León representan un millón de pobladores, en su mayor parte procedentes de otras regiones. Julio Hernández Borje ha estudiado este movimiento de repobladores silenciosos en Galicia y demuestra que afecta sobre todo a la Galicia más despoblada del interior. Milagros Alario Trigueros, Fernando Molinero y Erica Morales han demostrado la trascendencia de este cambio geográfico, “la semilla de un cambio más profundo”.

En esa fuente deberían beber los partidos políticos, y no en una nefasta literatura centrada en la explotación comercial de la nostalgia rural tan arraigada en España. En un negocio editorial que vive de convertir pueblos en cementerios. El problema no proviene de describir ruinas, está en “seleccionar” solo eso, un material convertido en “lluvia amarilla”, en necrológicas. “Ni Laponia ni Siberia llegan a este nivel de desolación”, nos ilustra Paco Cerdá en su Los últimos. Voces de la Laponia española, un ejemplo de la literatura de “España vacía”. Ponte a hacer desarrollo rural a partir de esa tarjeta de presentación.

Entretanto la nave de la transición rural sigue su travesía sin que nadie la gobierne. Y el tiempo pasa : tic-tac, tic-tac.

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