MEDIO AMBIENTE

COP25, pulso a la vía institucional

  • "La acción juvenil ha supuesto un cambio de paradigma, un salto en la movilización ecologista que ha llegado por la única vía posible: la del conflicto abierto"
  • "La cara del cantante famoso Alejandro Sanz es sólo un fragmento de la inmensa fachada con la que la acción institucional pretende cubrir su desnudez"
  • "La institucionalidad neoliberal no incluye nada que se salga de incrementar la producción y el consumo. Por esa vía jamás atajaremos los desafíos ecológicos"

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Juanjo Álvarez, militante de Anticapitalistas

Tal vez podamos seleccionar dos imágenes que resuman COP25, pasados ya casi treinta años de la primera Cumbre sobre medio ambiente que tuvo lugar en Río de Janeiro. Por una parte, la entrada de Greta Thunberg a la Cumbre Social, organizada por los movimientos sociales y llamada popularmente Contracumbre: en el extremo opuesto, Alejandro Sanz hablando de la responsabilidad de todos. No son imágenes gratuitas sino dos polos que se enfrentan en el marco de un problema social que ha ido escalando y que es hoy día, pese a la amenaza de crisis y la beligerancia de la política internacional, uno de los conflictos que más preocupan en todo el mundo.

Uno de los polos es enormemente visible desde hace más de un año, y es el que se corresponde con la movilización popular. En buena medida, la acción juvenil ha supuesto un cambio de paradigma, un salto en la movilización ecologista que ha llegado por la única vía posible: la del conflicto abierto y presente para toda una generación. Durante décadas, el ecologismo ha sido un movimiento duro, resiliente y responsable que ha trabajado a contra corriente para tratar de mitigar los daños que estaban por llegar; sin embargo, para esta generación de jóvenes, ya no se trata de esto, sino de los conflictos vivos que están impidiendo la reproducción social. Dicho en términos más llanos: para la gente que ronda los veinte años, el conflicto ecológico no es algo por venir, es algo que bloquea su inserción laboral, su acceso a la vivienda, su vida. Han recogido el guante y han respondido al conflicto con una movilización de primer orden. Dar cuerpo a la crisis, actuar en lo social para que las grietas del sistema se abran en una dirección revolucionaria.

Pero en esta cumbre se ha dado además un segundo paso, el que lleva desde una organización juvenil a una movilización más amplia que activa a diferentes sectores sociales. La manifestación del día 6 fue la prueba viva de este fenómeno: cientos de miles de personas de todas las edades, con banderas, pancartas y lemas de infinidad de signos. La emergencia climática despierta y da vida a innumerables colectivos que llevan años trabajando, con más o menos acogida, en diversas luchas. No sólo ecologistas; el viernes desfilaban colectivos jóvenes y organizaciones ya curtidas, pero también de mundos ajenos al ecologismo, como pensionistas o asociaciones de vecinas.

En el polo opuesto, la cara del cantante famoso es sólo un fragmento de la inmensa fachada con la que la acción institucional pretende cubrir su desnudez. Ayer se cumplía el undécimo día de la Cumbre oficial con dos cuestiones prioritarias que pasan definitivamente a segundo plano: se pospone el plan de adaptación a procesos de negociación después de la COP y se llega sin acuerdo de financiación. Todo esto, el mismo día que han llegado los primeros espadas de la acción gubernamental. No se trata de algo nuevo, ya en la COP de Katowice se ensanchaba la brecha entre el diagnóstico y las conclusiones políticas: mientras el primero se recrudecía e indicaba necesidades más radicales, las posiciones políticas se hacían más conservadoras y jugaban todo a la carta de unas improbables soluciones tecnológicas que aún no están ni siquiera desarrolladas. Dos puntos son especialmente significativos: por una parte, las tecnologías a las que aluden están en su práctica totalidad en fase experimental y carecemos de garantías de su posible eficacia; por otra, plantear que una subida por encima del umbral de los 2° es reversible implica pasar por alto todo el trabajo técnico del IPCC.

En parte por esta fractura, que genera un enorme desfase entre las necesidades y los compromisos reales, y en parte por el desgaste de casi tres décadas de cumbres climáticas, el resultado de Katowice fue francamente gris, con un impacto mediático mucho menor que en otros años y con muy bajas expectativas por parte de la población. Pero ya antes de Katowice, Bonn y Marrakech habían pasado sin pena ni gloria, y París había sido un alarde de cómo no comprometer nada y vender mucho. Es difícil pensar formas más vergonzantes de evidenciar la incapacidad del sistema frente a la mayor crisis a la que se enfrentan el conjunto de las sociedades actuales.

Por eso, no es de extrañar que el peso esté basculando. Hoy, el movimiento social acumula fuerzas y credibilidad muy por encima de lo que cualquier movimiento ecologista podía haber aspirado a hacer unos años atrás. Tiene por delante algunos retos importantes, sobre todo el de dar cuerpo a una multitud que empieza a activarse pero necesitará dotarse de mecanismos abiertos de participación colectiva, pero son retos a la ofensiva, ya en una fase nueva. También está pendiente el trabajo político que sitúa el capital como enemigo común en la lucha ecologista, laboral, de vivienda, básico para construir un discurso unitario y políticamente solvente. En frente, la acción institucional pierde credibilidad a marchas forzadas y entra en una fase de la que le resultará difícil salir, más aún teniendo en cuenta que la primera potencia económica mundial, EEUU, ya ha anunciado su abandono de los nimios acuerdos de París.

Esto no quiere decir que podamos tirar por la borda el marco institucional; muy al contrario, amplios sectores de la población se referencian en sus gobiernos y esperan de ellos soluciones concretas, en buena parte porque la cultura política posmoderna no incluye otras formas de solucionar los conflictos sociales. Lo que viene entonces es un periodo de desafío, de dialéctica entre lo que se exige, la fuerza que cobra el movimiento climático y la respuesta de unas administraciones que no tienen ninguna vía abierta para dar alternativas reales. Porque, no nos engañemos, la institucionalidad neoliberal no incluye en su repertorio nada que se salga del incremento de la producción y el consumo, y por esa vía jamás atajaremos ninguno de los desafíos ecológicos, tampoco el climático.

Se inicia un juego en el que todas las cartas están sobre la mesa. El poder sigue estando en manos de una oligarquía que decide, pero ya no tiene soluciones y apenas puede aguantar su propia ficción: no hay nadie al volante. Al otro lado, un movimiento que aún carece de la fuerza y el proyecto estratégico útil para lanzar una vía de poder alternativo, pero que está, por primera vez en muchos años, en condiciones de construirlo. Suena, la música, empieza el baile.

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