La peor noticia posible
- "Una 'cabecera' sigue siendo más que un 'lugar': define un organismo complejo, un proyecto colectivo que demanda determinadas voces y determinadas texturas"
- "En el mundo de hoy no sólo necesitamos puntos; también necesitamos líneas.De hecho -me parece- nunca las hemos necesitado tanto"
- "En nuestro país sigue habiendo una relación inversamente proporcional entre la defensa de un periodismo con línea y no alineado y la esperanza de vida"
En un mundo que nos proporciona sobre todo malas noticias, la peor noticia que puede dar un periódico es la de su propia desaparición. Eso es lo que hizo ayer cuartopoder, un medio en el que llevo colaborando desde 2012 y para el que he escrito unos 130 artículos. Me siento, pues, directa y dolorosamente concernido por su desaparición. Primero con Francisco Frechoso, después con Sato Díaz, cuartopoder publicó mis textos, celebró la salida mis libros, me hizo entrevistas que contribuyeron a difundir mi obra y mi pensamiento. “Personalmente concernido” no se limita, en todo caso, a una cuestión de agradecimiento exterior. También cuartopoder, al revés, se forjó con mis artículos, como con los de decenas de colaboradores que participaron en la construcción de un proyecto con personalidad propia. Que se entienda lo que estoy diciendo. Si sólo estuviese en juego la libertad de expresión individual uno podría limitarse ahora a dar las gracias y trasladar sus textos a otro medio -o abrirse un blog- sin que el mundo se viese alterado o descompuesto. No quiero decir, pues, que Cuartopoder tenga, a su vez, que darme las gracias porque tiene que darme más bien el pésame. Quiero decir que Cuartopoder no es -me resisto a hablar en pasado mientras escribo aún en sus páginas- una caja o una cesta donde voces diversas han arrojado sus artículos o sus noticias. Quiero decir sencillamente que Cuartopoder “somos nosotros”. Si hay algo objetivamente luctuoso en la desaparición de un periódico es porque todos tenemos la conciencia de que, todavía hoy, cuando internet garantiza al mismo tiempo la libertad individual y su dispersión narcisista, una “cabecera” sigue siendo más que un “lugar”: define un organismo complejo, una irreemplazable “especie” intelectual -como se habla de una especie animal-, un proyecto colectivo organizado que demanda, por eso mismo, determinadas voces y determinadas texturas. Es eso lo que queremos decir cuando hablamos de la “línea” de un diario. Al contrario de lo que se puede pensar, en el mundo de hoy no sólo necesitamos puntos; también necesitamos líneas. De hecho -me parece- nunca las hemos necesitado tanto.
Los artículos que me ha publicado cuartopoder estaban escritos para Cuartopoder y ya no se podrán leer en ningún otro medio. Eso es lo que quiere decir “línea”, que es lo contrario, por cierto, de decir “alineamiento”. Si tienen algún sentido aún las palabras “independencia” y “pluralidad” solo puede ser este: el que implica la idea de defender una “línea” frente a un “alineamiento”. El hecho de que Cuartopoder defendiese una “línea” -en la que cabía toda la izquierda a la izquierda del PSOE oficial- da parcialmente respuesta a la primera cuestión sobre la que quería reflexionar en estas letras de dolorosa despedida: ¿por qué desaparece un periódico? Un periódico no se autodestruye cuando miente o cuando deja a un lado la profesión periodística para dedicarse a la maquinación ideológica, porque en ese caso habrían desaparecido, por ejemplo, Okdiario o Libertad Digital y Cuartopoder seguiría vivo y robusto. Tampoco desaparece porque no tenga buenos colaboradores o suficientes lectores; Cuartopoder tenía las dos cosas. Nuestro país ha sido siempre un país más de alineamientos que de líneas: un país en el que, como escribía ayer mi amigo Carlos Fernández Liria, se ha confundido siempre lo gubernamental y lo público o, si se prefiere, lo partidista y lo plural. Muchos de los periódicos y revistas en los que he publicado a lo largo de mi vida han desaparecido y casi todos en los que sigo escribiendo sobreviven gracias a un esfuerzo titánico, siempre bordeando el abismo, mediante suscripciones trabajosas y crowfundings agónicos. No es la crisis de internet ni el nuevo modelo de información. Lo que ocurre es tan antiguo como las piedras y tan doloroso como las pedradas: en nuestro país, aún más que en otros, sigue habiendo una relación inversamente proporcional entre la defensa de un periodismo con línea y no alineado y la esperanza de vida. La muerte de Cuartopoder demuestra que, cuando la prensa aspira a serlo realmente (un cuarto poder) sucumbe a los otros poderes y, sobre todo, al verdadero poder: el poder económico.
La otra cuestión, anterior y si cabe más importante, es la siguiente: ¿por qué aparece un periódico? Una posible respuesta, recogida también por Fernández Liria y consecuencia de lo que he dicho hasta ahora, es la de que en España hay muy buenos periodistas y muy malos periódicos. Pero, ¿por qué los buenos periodistas más jóvenes querrían emprender una aventura tan azarosa? No se debe, creo, o no solo, a las cornadas que da el paro ni al impulso individual de expresarse libremente. El periodismo no da de comer y la libertad de expresión, como he dicho antes, está garantizada por la multiplicación de los nichos en la red. Se debe más bien a una depurada conciencia ciudadana: la conciencia de que lo que no está garantizado en nuestro país, aún menos que el sueldo y la vivienda, es un verdadero espacio público. Se estaba construyendo trabajosamente después de la muerte de Franco cuando la crisis de credibilidad del régimen del 78 iluminó, hace aproximadamante una década, las dependencias y subordinaciones de nuestros medios de comunicación. Lo que Ignacio Ramonet llamó en 2003 “inseguridad informativa”, incoada en la invasión criminal y fraudulenta de Iraq, en España adquirió su propia coloración local: el descrédito de las instituciones democráticas, origen de nuestro 15M, se proyectó sobre ese pretendido “cuarto poder” que habría debido vigilarlas y apuntalarlas y que formaba parte inextricable, en cambio, de sus vísceras descompuestas. Eso es una tragedia de dimensiones incalculables. Al contrario de lo que se puede pensar, no fue el éxito de internet el que socavó el periodismo tradicional; fue, al revés, el menoscabo irresponsable del periodismo tradicional, y del espacio público concomitante, el que dio una peligrosísima autoridad a internet. Frente a esa nueva autoridad, fundada en la arena movediza del yo y su libertad de expresión, en el oligopolio de las redes y los fervores conspirativos, los periodistas más jóvenes están tratando desde hace una década de reconstruir la autoridad socavada del espacio público: es decir, el derecho a la información y, sobre todo, el derecho a escuchar al otro. Recurren a internet, obviamente, porque es más fácil y barato, pero en realidad no son medios “digitales”, si asociamos este término a la proliferación de los nichos tecnológicos. Tratan de abrir de nuevo el espacio público, trágicamente cerrado por el desprestigio mediático, a través de proyectos realmente periodísticos cuyo carácter colectivo e “independiente” cristaliza, como antaño, en una “línea” y una “cabecera”, las dos cosas más clásicas y liberales -en el mejor sentido de la palabra- que existen. La conservación misma de la democracia, en un mundo crecientemente iliberal, depende de ese esfuerzo.
Uno de esos proyectos de restauración del espacio público -mientras otros se dedican a restaurar regímenes trileros y virginidades monárquicas- es Cuartopoder. Era Cuartopoder. Será Cuartopoder. Su desaparición encoge aún más el espacio público, ya bastante estrecho, como la desaparición del rinoceronte blanco o del colibrí encogen el espacio natural y la riqueza intangible del mundo. Pero los buenos periodistas que lo han hecho posible, comprometidos con el oficio y las libertades públicas, no desaparecen y seguirán luchando, aquí y allá, para evitar esa clausura colectiva. Les deseo mucha suerte, les mando muchos ánimos y les doy las gracias -mientras me doy el pésame- por haberme dejado compartir con ellos estos diez años de honestidad, rigor y compromiso. La “línea” que deberían imitar todos nuestros medios.
Gracias Santiago, gracias Cuarto Poder. Muchas gracias a todos los de ‘la primera línea’. Salud y abrazontes.