El grafeno, material de una ciencia oxidada

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El premio Nobel de Física 2010 ha recaido en los investigadores Andre Geim y Konstantin Novoselov por el descubrimiento de las propiedades conductoras de un sorprendente material: el grafeno. Sorprendente, porque al leer sus propiedades uno podría pensar que no es de este mundo, pero lo cierto es que proviene del carbono, un elemento químico sencillo y abundante que forma parte de muchos minerales y todos los seres vivos; humanos, incluidos.

Ligero, flexible, resistente y muy buen conductor de energía, el grafeno podrá utilizarse en la construcción de circuitos integrados, pantallas, carrocerías y fuselajes con sendas mejoras en la rapidez, eficiencia y fortaleza de los aparatos o vehículos que lo integren. Además,  tanto su proceso de fabricación como su menor coste energético contribuirán a reducir la tradicional toxicidad ecológica de la industria de la alta tecnología y el consumo eléctrico de los aparatos.

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El premio debería ilusionarnos por reconocer el descubrimiento de nuevos materiales, cuando parece que todo está inventado, pero sobre todo por  devolver al primer plano de la actualidad un tipo de investigación que parecía olvidado: la ciencia que surge de la curiosidad y el juego.

Que hace sólo 10 años Geim recibiera un premio igNobel -otorgados a la ciencia más absurda- por hacer flotar una rana en un campo magnético podría parecer una anécodta. Como que la idea original del descubrimiento surgiera de un experimento tan sencillo como arrancar capas de grafito con cinta adhesiva; o que cuando comenzaron a experimentar, los investigadores no supieran ni siquiera qué pretendían encontrar.

Sin embargo, en unos premios Nobel trufados de ciencia aplicada, planificada, financiada y precomercializada, lo verdaderamente anedótico es encontrar una buena idea que surge del juego y la curiosidad, dos elementos que parecían proscritos entre los investigadores, tal vez atosigados por inversores ansiosos de resultados y poco propensos a reconocer el buen sentido del humor.

Tres lecciones podríamos extraer de este Nobel: que la ciencia básica, la investigación y la experimentación son procesos importantes en sí mismos y no sólo en función de lo que consiguen en el plano de la cliencia aplicada o la tecnología. Que ningún investigador fracasa al experimentar, incluso cuando no obtiene lo que pretende. Y que para hacer un buen descubrimiento a veces no sólo hay que medir y sumar, sino también imaginar.

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