‘Drones’ en la ciudad: Mire al cielo y sonría

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Varios modelos de 'drone', durante una demostración de la Marina de Estados Unidos. / Wikimedia Commons

Este mes se cumple una década desde que la CIA llevó a cabo el primer asesinato selectivo con drones, que son unas pequeñas aeronaves no tripuladas utilizadas hasta entonces sólo para labores de vigilancia y espionaje en conflictos bélicos. Un artículo de John Sifton publicado en el semanario estadounidense The Nation  recuerda que en febrero de 2002 la CIA envió a Afganistán uno de estos aparatos cargado con explosivos para eliminar a un hombre alto al que creían Osama Bin Laden. El sesudo fundamento que apoyaba esta teoría era que, según las imágenes obtenidas por un drone enviado previamente, las personas que rodeaban a este hombre de gran estatura parecían mostrarle un respeto reverencial.

Terminado el ataque y eliminados el hombre alto y sus acompañantes, una portavoz del Pentágono se dirigió a la prensa: "Estamos convencidos de que era el objetivo adecuado". Y añadió: "Aunque no sabemos todavía quién era exactamente". Un compañero en el cargo quiso arreglarlo: "No hay indicios previos de que fueran inocentes". Y la guinda la puso el propio secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, al sentenciar que "No hay mucho que se pueda añadir, salvo que hay esa versión y que hay otra versión". La envidia de Perogrullo.

Poco después, la prensa descubrió que aquellos hombres eran vecinos de un poblado paupérrimo que habían subido al monte para recoger chatarra militar. Recibían 50 céntimos de dólar por toda la quincalla que podían cargar en un camello, pero aquel día saltaron por los aires por parecer lo que no eran en una pantalla observada a muchos kilómetros de allí.

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El ejemplo pone de manifiesto cómo la tecnología a menudo se usa y después se estudia. Como cuando se sacaba el microondas de la caja y se hacían todo tipo de pruebas imposibles para leer después las instrucciones y constatar que "bajo ningún concepto" había que meter tenedores de metal, so pena de chamuscarse el bigote.

Una década después del primer asesinato selectivo con drones, el Pentágono conoce muy bien las instrucciones de esta tecnología, pero sigue sin saber leer bien entre líneas. Ni lo necesita, pues los trabajos son limpios y rápidos, el bigote se lo chamuscan otros y los jefes están contentos, que es de lo que se trata.

Tan contentos que la semana pasada Barack Obama decidió ir un paso más allá y abrir el espacio aéreo estadounidense al uso comercial de estos aparatos. El presidente de Estados Unidos parece responder así a las necesidades de un mercado creciente y en constante desarrollo, capaz de animar la economía y aliviar las cifras de paro. Nada que ver con que el lobby de fabricantes de estos aparatos, encargado de convencer a los congresistas de las innumerables ventajas de esta tecnología, haya duplicado su presupuesto sólo en el último año.

A la espera del improbable caso de que el Congreso acepte la eliminación selectiva de objetivos en territorio patrio, los drones se dedicarán a patrullar los cielos en labores de seguridad y vigilancia, ya sea policial, de tráfico o meteorológica, y es previsible que en el plazo de sólo ocho años haya más de 30.000 aparatos surcando los cielos estadounidenses.

En principio, no habría por qué asustarse de que una tecnología militar se traslade al ámbito civil, pues hay magníficos inventos nacidos de la investigación armamentística (sin ir más lejos, Internet). Lo que sí debería preocupar es precisamente lo que casi nunca se tiene en cuenta: cómo se va a introducir esta tecnología en la sociedad y quien va a vigilar su uso, al menos, durante su ingreso.

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Hoy en día, hay drones al alcance de casi todos los bolsillos y es cuestión de tiempo ver alguno husmear a través de la ventana de la vecina del tercero izquierda, que es un bombón, o detenerse a varios metros de altura para escuchar la conversación de una pareja sentada en un banco del parque. Porque, como sucede en los partidos sin árbitro o con colegiado casero, la cosa empieza con un puntapié en la espinilla y acaba con hachazos al borde del área. Y no parece muy probable que la Administración Federal de Aviación, encargada de desarrollar el reglamento de estos aparatos, esté muy preparada para vestirse de corto y controlar los usos espurios de la cosa más allá del tráfico aéreo.

En cualquier caso, habrá que observar atentamente la jugada, porque es casi cuestión de minutos que a los gobiernos europeos les guste el invento -que también usan desde hace tiempo en el campo de batalla- y nos coloquen unos cuantos sobre nuestras cabezas, a ver qué tal... Los maravillosos usos de la tecnología los veremos muy pronto. Las instrucciones ya las leeremos después.

5 Comments
  1. Eulalio says

    Entre el drecreto ley de la reforma laboral y este artículo uno no gana para sustos con lo que lee. Parece que la ficción de Terminator se hace real y empieza la era de compañías como Skynet.
    En fin, voy a tirar a la basura mi scalextric por si acaso.

  2. luiseme says

    Pues anda que no suena bien lo de «tiro al drone» jojojo
    😉

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