Los desastres naturales avivan la fe religiosa

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Estado en el que quedó la catedral anglicana de Christchurch (Nueva Zelanda), tras el terremoto de 2011. / Wikipedia

Nueva Zelanda es uno de los países más seculares del mundo, con casi la mitad de su población que se declara atea o agnóstica (el doble que en España). Sin embargo, hay un rincón del país donde la fe religiosa ha recuperado terreno. La región de Canterbury, en la isla del sur, ha visto como en el último año el número de creyentes ha aumentado. La explicación a esta anomalía podría estar en el terremoto que asoló su capital, Christchurch, en 2011. Cuando la tierra tembló, los hombres volvieron a mirar al cielo.

En febrero de 2011, la ciudad neozelandesa sufrió un seísmo de magnitud 6,3 (Mw). Murieron 185 personas y un tercio de la ciudad quedó arrasada. Fue el mayor desastre natural que ha vivido Nueva Zelanda en 80 años. Ya en 2010,  Christchurch vivió otro terremoto similar y en junio y diciembre pasados otros dos más, aunque de menor importancia. La mala suerte quiso que el desastre ocurriera entre dos oleadas (en 2009 y 2011) de una encuesta realizada en todo el país sobre las actitudes y valores de sus habitantes.

Esto ha permitido a investigadores de las principales universidades del país examinar cómo un desastre natural de esta magnitud afecta a la fortaleza de las convicciones religiosas. Se plantearon dos cuestiones. Por un lado, si el terremoto alteró la ratio de conversión religiosa. Por el otro, quisieron comprobar si la creencia en una fe o no está asociada con una mayor o menor valoración subjetiva del estado de salud de aquellos que vivieron el temblor.

"En Christchurch, donde tuvo lugar el terremoto, hubo una conversión religiosa neta del 3,4%. En el resto del país se produjo una pérdida de afiliación religiosa neta de casi el 1%", dice Joseph Bulbulia, de la Universidad Victoria, y coautor del trabajo publicado en PLoS One hace unas semanas.  "El efecto total del terremoto sobre la afiliación religiosa fue por tanto del 4,3%. Es un gran efecto", añade el también presidente de la Asociación Internacional de la Ciencia Cognitiva de la Religión.

En concreto, el número de nuevos creyentes en Nueva Zelanda entre las dos fechas fue del 5,3%. En Canterbury subió hasta el 8,6%. De forma paralela, el número de apostasías también difiere. Mientras en todo el país llegó al 6,9%, en la región afectada por el seísmo apenas superó el 5%. Aunque la gran mayoría de los encuestados creyentes pertenecían a alguna confesión cristiana (en especial anglicanos y católicos), el fenómeno se reprodujo entre los seguidores de otra treintena de religiones.

En el gráfico se puede comprobar el mayor número de conversiones y menor de apostasías en la región de Canterbury respecto del resto del país. PLoS One

Aparte de dar un explicación más sencilla de nuestro lugar en el mundo, hay dos grandes grupos de teorías que intentan explicar la pervivencia del sentir religioso a lo largo de la evolución y a pesar del proceso de secularización que han vivido las sociedades, en especial las occidentales, en los últimos siglos. Por un lado, está la teoría del consuelo de la religión. Filósofos como Schopenhauer, Freud, Marx o Feuerbach han defendido que las religiones funcionan como cortafuegos emocionales contra la ansiedad y el sufrimiento. Como señalan los investigadores, esto ocurre especialmente tras un desastre sea natural o no. Por ejemplo, tras los atentados del 11S, el 75% de los estadounidenses recurrieron en distinto grado a la oración para lidiar con el estrés. También, tras la crisis económica de 1929, se produjo en aquel país un resurgir del fenómeno religioso.

Otra teoría apunta a los beneficios concretos que ofrece la religión al individuo, como su efecto placebo, el reforzamiento de la cooperación, la solidaridad intragrupal... Para testar su validez, los investigadores analizaron un segundo conjunto de datos de la encuesta sobre actitudes y valores. La gran ventaja de ésta, inicialmente realizada a casi 10.000 personas, es que se entrevista a las mismas personas en cada oleada. Los investigadores repasaron las declaraciones subjetivas sobre su salud y las cruzaron con la afiliación religiosa para comprobar la hipótesis de que los creyentes afectados por el terremoto o de las cercanías presentarían mejores niveles de bienestar declarado.

Sin embargo, comprobaron que ni los creyentes ni los ateos mostraron una mejoría de su salud entre una oleada y la otra. Pero tampoco los que se habían convertido a alguna religión entre 2009 y 2011 declararon sentirse mejor que los anteriores, lo que negaría el valor terapéutico de las creencias. "Sin embargo, comprobamos que las personas que habían perdido su fe sufrían una peor salud subjetiva", desvela Bulbulia.

Para explicar esta diferencia, el estudio plantea que en las democracias altamente secularizadas, prósperas y pacíficas, como la neozelandesa, podría esperarse "un abanico de soportes institucionales y filosóficos que protegen al individuo en tiempos de crísis". Pero, mientras los nuevos conversos pueden beneficiarse de teologías listas para consumir y comunidades claramente identificables donde apoyarse, "las comunidades seculares son más difusas y con una menor asociación a sistemas normativos", mantienen los autores en el estudio. Esto dejaría desamparados a los que han dejado de creer en dios tras un terremoto.

2 Comments
  1. jorge says

    no me gusto

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