Cuando pregunté a Ali Ahmed al Obeidi, un tendero suní de la provincia de Nínive, qué esperaba de las elecciones generales que Irak se disponía a celebrar sus ojos se colmaron de lágrimas. Enseguida comprendí que, más que la pregunta en sí, la oportunidad de dirigirse al mundo exterior, le llenaba de esperanzas. “¿Que qué espero? Espero que todos los milicianos y todos los que han robado Irak sean encarcelados. Espero que arresten a todos los miembros de las Brigadas Badr y del Ejército del Mahdi. Y sobre todo espero que todos los hombres, nuestros hijos, hermanos y padres, secuestrados por las fuerzas de Seguridad y por el UPK y el PDK sean liberados. Se los llevan para nunca ser juzgados. ¿Por qué no nos los devuelven? ¿Sabe que tenemos que pagar 3.000 dólares a sus guardianes para que los liberen?”.
La denuncia de Ali al Obeidi, en la cincuentena, no era nueva. Desde que la invasión acabara con la dictadura, un nuevo régimen de terror fue impuesto en la antigua Mesopotamia, esta vez por la interacción de los ocupantes, la insurgencia suní, el terrorismo de Al Qaeda y las milicias chiíes [como las citadas Brigadas Badr y Ejército del Mehdi, dependientes de los principales partidos en el poder y legalizadas por la invasión] que terminaron copando los cuerpos de Seguridad y dando caza a suníes que serían torturados y asesinados en centros secretos de reclusión o en cárceles oficiales.
Las milicias religiosas chiíes integradas en las fuerzas de Seguridad retomaron así las prácticas que su comunidad había padecido durante casi tres décadas de dictadura: las torturas más salvajes. Los grupos armados suníes replicarían, con el tiempo, agrupándose en torno a Al Qaeda y atentando masivamente contra chiíes en una guerra civil en la que las exacciones más inimaginables tuvieron lugar. A ese inmenso número de víctimas había que sumar los iraquíes ‘desaparecidos’ a manos norteamericanas, arrestados e ingresados en centros de detención tan siniestros como Abu Ghraib a menudo sin pruebas.
En el Irak democrático las prisiones siguen siendo lugares donde las leyes no existen, donde los abogados no tienen acceso y donde los métodos más bárbaros de interrogatorio son empleados de forma sistemática. En mi último encuentro con la ministra de Derechos Humanos, Wijdan Salim, la portavoz insistió en que esas prácticas habían sido prácticamente abolidas y que ahora eran la excepción y no la regla. Sin embargo, parece que el tiempo y las urnas no han cambiado las cosas: Los Angeles Times ha desvelado el hallazgo de la penúltima instalación ilegal “bajo la jurisdicción del primer ministro [saliente] Nuri al Maliki” donde se hacinaban casi 500 suníes detenidos el pasado mes de octubre por las fuerzas de Seguridad iraquíes en la provincia de Nínive.
Cuando leí la noticia, recordé súbitamente la conmoción de Ali al Obeidi al reclamar la devolución de sus presos. El gobernador de Nínive ya había denunciado hace meses que entre los detenidos no sólo se hallaban presuntos militantes de grupos armados sino también civiles contra quienes no fueron presentados cargos. Pero temerosas de que fueran excarcelados en Mosul, las fuerzas de Seguridad obtuvieron una orden para transferirlos a Bagdad, donde quedarían bajo su absoluto control. Y por desgracia, no es difícil obtener órdenes judiciales dudosas en el nuevo Irak.
Funcionarios del Ministerio de Derechos Humanos supieron en marzo por familiares de las víctimas del emplazamiento de sus allegados: una instalación secreta en el aeródromo de Muthana, al oeste de Bagdad. Pese a depender del primer ministro de Irak sus responsables, relata el LATimes, “se resistieron inicialmente a los esfuerzos de inspeccionar la prisión pero recularon y permitieron la visita de dos equipos de inspectores, incluida la ministra de Derechos Humanos. Los inspectores afirmaron haber encontrado 431 presos sujetos a condiciones sobrecogedoras y citan a los reclusos cuando afirman que uno de ellos murió en enero a causa de la tortura”.
Los abusos son bien conocidos por todos los que han pasado por prisiones iraquíes. “Golpes, electricidad, les ahogan con bolsas de plástico…”, enumeraba un oficial iraquí que ha participado en las inspecciones. Según un informe interno de la Embajada de EEUU al que tuvo acceso el diario norteamericano, los presos denunciaron a la ministra haber sido sodomizados.”Un prisionero le dijo que había sido violado a diario, otro le mostró su ropa interior, completamente ensangrentada”, se lee en el informe. ¿Alguien se pregunta cómo los presos lograron avisar a sus familias de su nuevo emplazamiento? “Algunos describieron que los guardias cobraban hasta 1.000 dólares a los prisioneros que querían telefonear a sus familias”, escribe el rotativo. No sólo no es descabellado: en numerosas ocasiones, ex presos iraquíes me han confirmado que sólo fueron liberados tras desembolsar sumas de hasta 35.000 dólares, incluso cuando una resolución de juez ordenaba su liberación.
Varios ex reos han confirmado a Al Yazira (ver el vídeo) sus padecimientos. Contacto con Abu Yumana, de 45 años, recién liberado de una de esas instalaciones. “No me sorprende oír hablar de cárceles secretas porque casi todas lo son. Los iraquíes no saben qué ocurre dentro. Cuando fui detenido, mi familia pasó meses buscándome pero o bien no confirmaban dónde estaba recluido o bien desmentían que estuviera en prisión. Pasé por seis cárceles diferentes en Irak, y también por casas o edificios empleados como cárceles secretas que ni siquiera sé dónde están”.
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Amnistía Internacional exige una investigación inmediata, algo que no ha hecho EEUU. El primer ministro saliente dice que él no sabía nada y que ya ha cesado a los funcionarios implicados, pero la comunidad suní no le cree. Más bien, considera que él es el responsable directo de que la caza de brujas de suníes se reanude. Y los odios de la guerra fraticida están demasiado frescos para no temer que la aparición de estos centros ilegales, sumada a los últimos ataques y asesinatos sectarios, no reinicien la contienda recreando el mismo escenario del vacío político que siguió a las elecciones de 2005, cuando las partes aprovecharon los seis meses que tomó la formación del Gobierno en detonar la primera fase de la guerra civil. No hay cifras oficiales, pero muchos iraquíes de ambas sectas consideran que no murieron menos de un millón de compatriotas.
Ahora Irak encara el mismo escenario. Maliki, perdedor de las elecciones, se considera el legítimo primer ministro y ha exigido un recuento que ha sido aprobado y que demorará la formación del Gobierno. En estas semanas, Irak está sufriendo más ataques sectarios que en buena parte de 2009. Las dos comunidades son víctimas, como ocurriera en 2005.
El pasado viernes, varias explosiones contra tres mezquitas chiíes dejaron 69 muertos. Era el último de una serie de ataques con bomba, que parecían olvidados antes de las elecciones. Nuri al Maliki no tardó en acusar a Al Qaeda –presuntamente ‘descabezada’ días atrás, según anunció el propio primer ministro- y también a los baazistas volviendo a identificar a la comunidad suní con el terror. Muchas de las víctimas perecieron en Sadr City, suburbio devoto del líder chií Muqtada al Sadr, reforzado tras las elecciones pero enemigo de Maliki. El barrio está rodeado de muros y las escasas entradas son controladas por puestos de control policiales, lo cual hace pensar en la presencia de infiltrados que facilitan el acceso a quienes ponen las bombas.
La respuesta chií no se ha hecho esperar: el clérigo Muqtada al Sadr, quien en teoría había disuelto su milicia, el Ejército del Mahdi, ha hecho un llamamiento a los suyos para que formen brigadas que protejan las mezquitas, lo cual ha sido interpretado por muchos como la resurrección de su paraejército que destacó por su activo papel en la guerra civil. En un comunicado publicado de la web Hanein, que agrupa a responsables de varios grupos armados iraquíes, se puede leer. “A nuestros hermanos de Bagdad: Tenemos información obtenida desde el interior del Ejército del Mahdi acerca de que éste está preparando a sus milicias para atacar a los suníes, como hizo en 2005. Las últimas explosiones son una excusa para iniciar [la guerra civil]”.
Todos los ingredientes vuelven a reunirse. A los coches bomba contra mezquitas chiíes hay que sumar los asesinatos de suníes, ya sean oficiales de las fuerzas de Seguridad o miembros del Sahwat, la milicia progubernamental. Hace unas semanas, una familia fue asesinada y decapitada, incluyendo los tres hijos, en Tarmiya, cerca de Bagdad. El padre es el único superviviente: líder del Sahwat local, estaba en un puesto de control cuando los criminales masacraron a su familia. Semanas antes, 24 suníes, entre ellos mujeres y niños, habían sufrido una suerte similar al sur de Bagdad. Los asesinos vestían uniforme.
“La pregunta que nos hacemos es a quién benefician los atentados, y no nos cabe duda de que sólo benefician a los partidos en el poder”, explica Taha Al Ani, portavoz del Frente de la Lucha y el Cambio, una organización paraguas que agrupa a 13 movimientos guerrilleros, contactado por correo electrónico.
“La guerra civil estallará en cualquier momento gracias al Gobierno”, apunta por su parte el abogado Ali Husein, militante baazista residente en Bagdad, también en mensaje electrónico. “Ha habido campañas [de asesinatos] en Abu Ghraib, Hur Rjab, Mosul, Diyala Faluya y otras zonas suníes. Sin embargo, no escuchamos noticias similares en las zonas chiíes, salvo en algunos casos que tienen a los sadristas como objetivo”, insiste.
Entonces, ¿Irak está destinada a retomar la guerra civil? “No creo que volvamos al conflicto interno porque consideramos los víctimas [suníes] de la Policia y a los militares asesinados como traidores que aceptan trabajar con el ocupante y con el gobierno títere, así que no nos vengaremos”, incide Al Ani.
Pero eso es cuestión de tiempo y de qué objetivos tengan los asesinatos y atentados. Los suníes están convencidos de que el Gobierno chií, apoyado por Irán, desea su exterminio. Y si siguen los atentados, los chiíes recuperarán la paranoia de que los suníes son equiparables a los baazistas y a Al Qaeda, es decir, un grupo de terroristas dispuesta a lo que sea con tal de regresar al poder que retuvo Sadam más de 25 años.
Todo depende de los próximos ataques. Resultará fácil culpar a Al Qaeda, aunque el Gobierno se vanaglorió de haber acabado con su capacidad de operar tras la muerte de sus líderes. Todo indica que alguien está empeñado en que los seguidores de Muqtada al Sadr vuelvan a enfrentarse contra los suníes, abandonando así su enfrentamiento con el Ejecutivo de Maliki –quien ha llegado a dictar orden de captura contra su líder- y contra la ocupación, que vive sus últimos días. Parece que la voluntad democrática de los iraquíes, que respaldaron en las urnas el secularismo frente al sectarismo ciego de los partidos religiosos, es ignorada por las potencias que dominan el nuevo Irak.
Human Rights Watch confirma las denuncias. Vía BBC.
http://news.bbc.co.uk/2/hi/middle_east/8648059.stm