Judíos antisemitas y otras paranoias israelíes

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Noam Chomsky, en una imagen de archivo. / Marcello Casal Jr/ABr

Según el Diccionario de la RAE, un antisemita es un “enemigo de la raza hebrea, de su cultura o de su influencia”. Semejante definición debería ser polémica puesto que, al mismo tiempo, “semita” -según la misma referencia lingüística- “se dice de los árabes, hebreos y otros pueblos”. En los tiempos modernos, el significado del adjetivo ha sido politizado y apropiado por Israel, aplicándose contra todo aquel que cuestione la política del Estado hebreo. Y en ese saco también caben los judíos que se rebelan contra la ocupación y los crímenes de guerra, especialmente en estos tiempos donde la sociedad israelí se radicaliza víctima de sus propios miedos.

La última víctima de esa paranoia ha sido el reputado filósofo de izquierdas Noam Chomsky, uno de los lingüistas más prominentes del pasado siglo, profesor emérito del Massachusetts Institute of Technology y judío estadounidense que, en la década de los 50, vivió temporalmente en un kibutz israelí, experiencia de la que no se arrepiente.

Chomsky se declara sionista, pero eso no implica que acepte las tácticas de ocupación de Palestina, la opresión de la población árabe y el sistema de apartheid imperante. Sus puntos de vista, siempre críticos –no sólo con Israel, también contra EEUU y la mayoría de democracias europeas por su doble rasero- son el principal motivo por el que el domingo, el lingüista izquierdista de 81 años se viera en una curiosa tesitura en el cruce de Allenby, que separa Jordania de la Cisjordania ocupada, controlado por Israel.

Al tratar de entrar para dar una conferencia en la universidad cisjordana de Beir Zeit, fue detenido por las autoridades israelíes, interrogado durante tres horas sobre cuestiones como por qué no tiene pasaporte israelí o por qué no declama en la universidad israelí y finalmente enviado de vuelta a Amán al serle denegada la entrada.

El veto en sí no es novedoso. En los últimos meses, desde que la última ofensiva contra Gaza se desarrollara sin consecuencias para Israel, el Estado judío ha radicalizado su postura hacia quienes disienten y denuncian, tanto dentro como fuera del país. Las ONG están siendo progresivamente expulsadas de los territorios y a los cooperantes no se les permite entrar. Pero Chomsky no es un cooperante, sino un estudioso de talla internacional. “Me resulta complicado encontrar un caso similar, en el que se niegue a una persona la entrada porque no da conferencias en Tel Aviv. Puede que sólo en los regímenes estalinistas”, aventuró en declaraciones al Haaretz.

En el diario israelí, un enorme número de lectores opinaba del suceso. Unos tachaban el veto de error; la mayoría lo justificaba y calificaba al filósofo de “despreciable”, “vil”, “ruin”, “traidor” y de “judío que reniega de sí mismo” (self hating jew, en inglés), la expresión peyorativa que se aplica a los judíos discrepantes con el Gobierno de Tel Aviv.

Que se lo cuenten al juez sudafricano Richard Godlstone. Judío y sionista, este magistrado de reconocida trayectoria profesional fue el encargado de realizar la investigación de Naciones Unidas sobre los crímenes cometidos en Gaza en 2008. Su elección no pudo ser casual: todo indica que sus raíces y religión pesaron para que Israel no pudiera tacharle de simpatizante de los árabes y por tanto invalidar su trabajo.

Pero los resultados de sus indagaciones –de las que dedujo que ambas partes, Hamas e Israel, habían cometido crímenes de guerra y debían ser juzgadas por ello- fueron considerados una traición por los israelíes. En la prensa no sólo se descalificó al juez sudafricano, al que se calificó de judío antisemita; también se indagó en su expediente hasta desempolvar unas controvertidas condenas que dictó en sus tiempos de magistrado en Sudáfrica. La conclusión del Yediot Ahronot –el diario más leído de Israel- fue que un hombre que había condenado a muerte no tenía derecho a juzgar los crímenes de los demás.

El lobby judío sudafricano fue más lejos, promoviendo una campaña para evitar que el juez pudiera asistir al bar mitzvah de su nieto, la ceremonia que marca el paso de niño a adulto en lo que a responsabilidades religiosas se refiere. El rabino de Sudáfrica, Warren Goldstein, afirmó que el magistrado mentía para “deslegitimar a Israel”; los fieles de la sinagoga amenazaron con impedirle la entrada al bar mitzvah y la propia familia del juez le rogó que no acudiera.

Finalmente, Goldstone pudo ir no sin pasar muchas penalidades narradas en un artículo publicado en The Guardian, en la que el magistrado se defendía por haber investigado los crímenes de guerra que mataron a 1.400 palestinos en la franja de Gaza.

La lista de ‘judíos antisemitas’ es, para los defensores derechistas del Estado de Israel, muy extensa. En concreto, 8.860 nombres recolectados por la organización ultra radical sionista Masada2000, destinada a “exponer a los judíos que aborrecen de Israel y del judaísmo que representan y a los judíos progresistas que militan en ‘causas sociales’ de cualquiera salvo de la población judía”. O lo que es lo mismo, de destapar a los judíos antisemitas (también calificados de judeorratas), para lo que utiliza la SHIT List (Lista Mierda, in inglés), cuyas siglas significan en inglés Self-Hating and/or Israel-Threatening, algo así como auto aborrecedores y/o amenazantes para Israel.

Incluye rabinos, supervivientes del Holocausto, periodistas, políticos, filósofos, historiadores, actores, cantantes… cualquiera que no comulgue con la política llevada a cabo desde la creación del Estado de Israel. ¿Algunos nombres? Por supuesto Richard Goldstone y Noam Chomsky, pero también los académicos Ilan Pappe –quien abandonó Israel a causa de las presiones-, Avraham Burg, Norman Filkenstein o Israel Shahak, políticos como Naomi Chazan o Yossi Beilin –uno de los arquitectos de los Acuerdos de Oslo-, actores como Woody Allen o  Richard Gere y periodistas israelíes como Amira Hass o Guideon Levy, ambos miembros del diario Haaretz.

“Desde el Informe Goldstone, la sociedad israelí es mucho menos tolerante y democrática hacia ningún tipo de crítica, especialmente cuando se trata de crítica doméstica”, explica Levy a cuartopoder mediante correo electrónico, una de las pocas formas de comunicar con Israel desde el Líbano. Como Hass, Levy se ha convertido con sus reportajes y artículos de opinión en la voz de la conciencia de una sociedad que no quiere reparar en sus propios fallos a costa de atacar al mensajero. “Por supuesto que recibo amenazas, aunque no significan mucho para mí”, insiste el periodista.

En el Nuevo Fondo Israelí, una fundación creada para promover la tolerancia y la democracia israelí, sí tienen mayor significado. A sus miembros les sorprendió hace algunas semanas el asalto a su sede en Jerusalén a manos de extremistas, presumiblemente miembros de Im Tirtzu, una organización sionista que acusa al Nuevo Fondo Israelí de estar tras los documentos que facilitaron a Goldstone la elaboración de su informe. “En los emails que recibimos se nos exige que paremos, que callemos las bocas… Son muy violentos”, denuncia Rachel Liel, responsable de la oficina.

En septiembre de 2008, al profesor Zeev Sternhell –especialista en Fascismo, superviviente del Holocausto y declarado sionista aunque crítico con la política israelí hacia los árabes- un extremista le lanzó una bomba casera a la salida de su casa, provocándole heridas menores. En la escena aparecieron panfletos que ofrecían una recompensa de un millón de shekels (unos 250.000 euros) a cualquiera que matase a miembros de la organización pacifista local Peace Now.

Con Anat Kamm, la joven soldado que robó documentos oficiales que demostraban cómo el Ejército israelí tiene instrucciones de matar y no detener a los ‘buscados’ palestinos de Cisjordania aunque no ofrezcan resistencia, el objetivo fue su familia: la residencia de sus padres fue ‘etiquetada’ con la consigna ‘los traidores pagan el precio’ en un gesto perturbador.

Ya no se tolera ninguna crítica interna o externa. Aquel que cuestiona es enemigo del Estado de Israel. Lo más preocupante es que se está pasando de las palabras a los hechos, de las amenazas de antisemitismo a los atentados contra quienes piensan de forma diferente. La impunidad de los extremistas, sumada a decisiones oficiales como la negación de la entrada de Noam Chomsky o el trato de segunda clase propiciado a los árabes israelíes cuestionan la democracia en un estado poco caracterizado por su tolerancia desde el momento en que se define como judío y tolera prácticas discriminatorias no sólo contra la población árabe, también en el seno de la comunidad ultraortodoxa. Para Guideon Levy, todo esto sólo tiene una interpretación: “La democracia de Israel está en verdadero peligro”.

6 Comments
  1. Eulalio says

    Pareciera que se estuviera preparando una noche de los cuchillos largos…

  2. Treparriscos says

    Lo siguiente es pasar lista en un campo de concentración (Gazachau) y precalentar el horno. Las vueltas que da la vida. Pero en este conflicto todos son el problema y tienen parte en la solucion. Al sufrimiento de la población los estados son insensibles, de otra forma no se entiende una agonía tan larga.

    http://es.wikipedia.org/wiki/Plan_de_la_ONU_para_la_partici%C3%B3n_de_Palestina_de_1947

  3. ANTONIO says

    Pues como en el Apartheid, cuando también había blancos a los que se acusaba de rojos y comunistas por defender los derechos de los negros. La historia es cíclica

  4. jordi says

    Israel hace tiempo que paso todas las lineas rojas.

  5. Albert says

    1.500 muertos en la Franja de Gaza?? Varias fuentes como ONG`s y cooperantes hablan de 4.500. muertos incluso hay un documental sobre los hechos de un periodista independiente que quedó aislado en la zona.

  6. vimo says

    Una persona judía puede ser una buena persona. Pero si ve la actuación del estado judío y no reniega de él, solo será un cómplice de asesinato.

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