El fin de la mascarada tunecina

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El humo de un incendio provocado el viernes por los manifestantes, al lado de un cartel de Ben Alí. / Efe-Stringer

Cuando hace 23 años, Ben Alí desplazó del poder al presidente Burguiba “por incapacidad para ejercer el cargo”, el nuevo mandatario fue recibido con los brazos abiertos por una oposición cansada de 30 años de abusos y arbitrariedades. Con Ben Alí volvieron cientos de exiliados, algunos de relevancia, entre ellos Ahmed Ben Salah, líder de la influyente Unión General Tunecina de Trabajadores (UGTT). También se creó la primera asociación de derechos humanos, Amnistía Internacional pudo abrir una oficina en la capital y comenzaron a funcionar las asociaciones feministas.

Pero “la primavera tunecina” duró poco. Ben Salah, el dirigente de la UGT, tuvo que hacer de nuevo las maletas y, en 1991, la Liga de los Derechos Humanos denunciaba “un deterioro sin precedentes de las libertades fundamentales”. Teóricamente, Túnez era una república parlamentaria basada en el multipartidismo y, de hecho, existían entonces y también cuando estallaron las protestas partidos legales, teóricamente en la oposición. Por citar solo los más importantes, se puede mencionar al Movimiento Demócrata Socialista (MDS), a Renovación o al Partido de Unidad Popular.

Sin embargo, en la práctica, el oficialista Reagrupamiento Constitucional Democrático acaparaba todos los resortes del poder, comenzando por las instituciones elegidas por sufragio universal. Un sistema mayoritario, que reserva, según el tipo de comicios, entre el 20 y el 30 por ciento para la oposición, da al partido de Ben Alí un poder absoluto, permitiéndose el lujo de presentarse ante la comunidad internacional como un país moderno, estable y democrático.

Pero todo era pura mascarada. La prensa, los grupos realmente en la oposición, las páginas web y, en general, toda la sociedad vivía atemorizada por un sistema policial que nada tenía que envidiar a otros vecinos del Magreb. Durante los juicios contra los islamistas radicales, que en los 80 intentaron trasladar a Túnez el modelo argelino del Frente Islámico de Salvación (FIS), aseguraban que la policía de Ben Alí era mucho más brutal en las torturas que la de Burguiba.

Cuando en 1995 los demócratas  socialistas se atrevieron a criticar al presidente porque en las elecciones locales solamente habían conseguido dos concejalías frente a las 4.000 de las listas gubernamentales, Mohamed Muada, presidente del MDS, fue detenido, procesado y condenado a 11 años de cárcel por colaborar, se supone que en calidad de espía, con un país extranjero. En las cinco elecciones presidenciales celebradas desde que Ben Alí dio su golpe palaciego, su candidatura nunca cosechó menos del 90 por ciento de los votos.

En Túnez, como ocurre también en sistemas parecidos, la paz y la seguridad impuestas por un régimen policial impedían que afloraran las tensiones acumuladas con el paso del tiempo. Se calcula que en las cárceles había medio millar de presos políticos, muchos de ellos del grupo islamista Renacimiento pero también del prohibido Partido Comunista de los Trabajadores. Una crisis económica que ha golpeado duramente a la capas medias haciendo bajar el índice de crecimiento a la mitad, la reducción de las exportaciones, el desplome del turismo y el odio a una familia presidencial que se enriquecía sin escrúpulos a costa del país han formado el “cóctel molotov” que ha estallado en las manos de Ben Alí.

Imagen oficial de Habib Bourguiba, en 1960. / Wikimedia..

El llamamiento realizado por Al Qaeda en el Magreb para que los tunecinos se levanten en armas contra el Gobierno ha hecho saltar las señales de alarma y las preguntas sobre si estaremos o no ante una revuelta con componentes islamistas. Es cierto que los grupos integristas son una fuerza real en Túnez, tanto los legales como los ilegales; pero también es cierto que la sociedad tunecina y los activos partidos y sindicatos de izquierda ven con temor la irrupción del salafismo, hasta el punto de que muchos miraron para otro lado cuando en los 80 se inició “la caza” al islamista radical.

El avanzado desarrollo del turismo, la occidentalización de la juventud y de las clases urbanas, que representan con mucho la mayoría de la población, y, sobre todo, la libertad de que goza desde hace años la mujer tunecina parecen marcar un punto de no retorno en este sentido. Los gritos de hombres y mujeres para acabar con esta mascarada e instaurar una verdadera democracia señalan que la solución a la crisis tunecina no es otra que la de conservar el pluralismo negado por dos presidentes –Burguiba y Ben Alí- que han gobernado el país con mano de hierro durante medio siglo.

2 Comments
  1. Jonatan says

    También el Irán de Reza Phalevi parecía que no iba a dar marcha atrás y llegaron los ayatolás. El reto es seguir conteniendo a los salvadores islámicos de patrias en el Magreb.

  2. Aguila says

    Se acabo un gobierno autoritario lo que tienen que tener cuidado es que los islamistas radicales, que no descansan, tomen el poder porque entonces si que el gobierno anterior se quedara pequeño.

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