Riesgos y esperanzas de la crisis siria

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Desfile de jóvenes cristianas uniformadas por las calles de Damasco. / Manuel Martorell

Tras varios e infructuosos intentos durante el mes de febrero para que la  Revolución del Jazmín prendiera en Damasco, ahora le ha llegado el turno a Siria. Entonces se interpretó que el fracaso era debido, en primer lugar, al temor generalizado a los servicios secretos y a que se repitieran los sucesos de Hama, donde la brutal represión contra los Hermanos Musulmanes el año 1982 dejó una huella indeleble en la conciencia colectiva de la población siria.

En segundo lugar, se  cree que la mecha no terminó de prender por los recelos entre las principales fuerzas de la oposición: los partidos kurdos, por un lado, y las organizaciones islamistas por otro. Los primeros, que han llevado el peso de las protestas populares durante los últimos años, no solamente se quejan de que los árabes integristas les han dejado solos, especialmente durante los graves disturbios del 2004, sino que tampoco se fían de esa ideología, nada partidaria de los nacionalismos.

Pese a ser ambos musulmanes suníes, para los partidarios de la umma (comunidad de creyentes), la autonomía kurda supone dividir una hermandad musulmana en la que no caben fisuras. Mayores recelos hacia un hipotético resurgimiento del integrismo muestran los cristianos y aún más los “herejes” alawíes, que controlan con mano férrea todas las estructuras del poder.

Las diferentes comunidades de Siria. En verde, los árabes suníes; verde oscuro, los alawíes; amarillo, cristianos; morado, kurdos; naranja, drusos; rosado, ismailíes; marrón claro, el desierto. / M. M.

Este temor está justificado. Estas tres comunidades –kurdos, cristianos y alawíes- representan en conjunto, casi a partes iguales (entre un 10 y un 12 por ciento cada una), un tercio de la población total, y ni siquiera sumando las otras minorías –drusos, armenios, ismailíes y turcómanos- superarían, demográficamente, a los mayoritarios árabes suníes, tradicional base del integrismo en Siria. Por razones e intereses distintos, todas tienen mucho que perder si se declarara un estado confesional.

El fantasma a una balkanización de Siria en la que primero se enfrentarían suníes y alawíes; después los árabes –bien sean suníes o alawíes- con los kurdos, y, finalmente, musulmanes y cristianos, ha funcionado como un freno para las ansias de cambio. En ese sentido, muchos sirios han aceptado durante décadas la seguridad y estabilidad del sistema baasista como un “mal menor”.

Por eso ha sido una sorpresa ver estos días a jóvenes kurdos gritar “libertad” en árabe y no en kurdo, como solía ser habitual. Se trata de una clara muestra de apoyo a los árabes suníes del sur. Pero aún más sorprendente es que la mayor ciudad de la región alawi –Latakia- se haya convertido en uno de los epicentros de las protestas.

Lo ocurrido en este puerto clave del Mediterráneo es más que significativo. Latakia, junto al también puerto de Banias, es punto neurálgico para las importaciones y exportaciones, por aquí entran ingentes cantidades de mercancías que se distribuyen por el resto del país o emprenden camino a Irak, Irán o Jordania. Y también de esta rica y fértil franja montañosa bañada por el Mediterráneo sale hacia Europa una parte del petróleo iraquí. Nada indicaba que podía germinar la revuelta. Todo lleva a pensar que tal ha sido el abuso del poder, que hasta las comunidades más favorecidas han llegado a la conclusión de que, sin acabar con el régimen, no hay futuro para nadie.

Manifestación frente a la embajada el pasado domingo. Se aprecian varias banderas sirias y kurdas. / Actualidad Kurda

Ahora, la camarilla alawi intenta, contrarreloj, taponar las vías de agua con parches improvisados: libertad de cientos de personas que se pudrían en las mazmorras, cuestionamiento del estado de emergencia tras casi medio siglo en vigor, cambios en una Constitución que consagra el “liderazgo” (partido único) del Baas, posible legalización de partidos perseguidos sin piedad… Hasta acaba de descubrir el Gobierno que “el Día de la Madre” (21 de marzo) es, en realidad, el Newruz, el Año Nuevo kudo y que los dos millones de ciudadanos inexistentes llevan décadas en “hermosa coexistencia” con los árabes. Pero ya es tarde; el verdadero cambio estriba en que el pueblo sirio ha perdido el miedo al Muhabarat y a otros servicios secretos semejantes.

Bachar al Asad ha tenido diez años para poner en marcha los cambios que prometió al heredar el “trono” de su padre. Si se quiere que la presente crisis no desemboque en un conflicto intercomunitario, debiera escuchar las reivindicaciones de la oposición: un Estado de Derecho que garantice las libertades, fin de la impunidad en la represión, libre concurrencia económica frente al monopolio de la corrupción, reconocimiento de la diversidad cultural… en definitiva, una nueva Constitución, tal y como pidieron este domingo ciudadanos sirios de “todas las ideologías, confesiones y culturas” ante la Embajada de su país en Madrid, como volverán a hacerlo en el mismo lugar, hora y día esta semana en solidaridad con quienes, al otro lado del Mare Nostrum, han puesto en marcha la cuenta atrás del último sistema baasista.

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