Siria, un régimen atrapado entre la represión y los cambios inevitables

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Imagen de los campos cultivados al pie de los montes de Latakia, entre el río Orontes y el Mediterráneo. / M. Martorell

La trascendencia y proyección internacional de la crisis siria supera con mucho a la Revolución tunecina del Jazmín y a la caída de Mubarak en Egipto. La posibilidad de que desaparezca este régimen baasista no supone solamente el fin del último sistema político panárabe, sino que implica también la pérdida del único aliado que tiene Irán en Oriente Medio y abre igualmente las puertas a cambios en las relaciones con el Líbano e Israel, países que tienen un peso fundamental en la política exterior e interior de Damasco.

No es descabellado, en este sentido, pensar que una desestabilización general de Siria o la hipótesis de una guerra civil dieran paso a la intervención en el conflicto tanto del Estado hebreo, que sigue ocupando parte de su territorio, como de la República Islámica para evitar un mayor aislamiento internacional y defender a su intermediario tanto ante el Hezbolá libanés como ante otros grupos radicales controlados por Damasco. Recientemente, en una clara señal de apoyo militar, Ahmadineyad desplazó hasta aguas sirias un buque de guerra cuyo paso por el canal de Suez fue considerado como una provocación por Tel Aviv.

Mapa señalando en verde las zonas donde ha habido protestas. / Actualidad Kurda, citando a Suriye Nu

No cabe duda de que estos factores fueron determinantes, junto al peso que dentro del régimen baasista conservaba la “vieja guardia”, para que Bachar al Asad incumpliera reiteradamente las promesas realizadas entre los años 2000 y 2005 de iniciar una evolución hacia un sistema verdaderamente pluripartidista, de permitir la presentación de varios candidatos en elecciones presidenciales (actualmente solo se puede presentar el candidato del Baas) y de aceptar la alternancia en el poder. Dada la extensión que han adquirido las protestas y la nueva escalada represiva registrada desde el pasado viernes, Bachar al Asad parece haber quedado atrapado entre el carácter inevitable de las profundas reformas que exige el país y la necesidad de seguir aplicando la mano dura para evitar el colapso total del régimen.

El caso de Siria aún se complica más respecto al de Túnez, Egipto y Libia porque es en este país donde se teme, de forma más fundada, que el vacío de poder sea aprovechado por las organizaciones islamistas para volver a tener una presencia pública tras ser castigadas sin piedad tanto por su padre, Hafez al Asad, como por el propio Bachar. Pero ¿puede realmente la desestabilización de Siria provocar el triunfo del islamismo? La existencia de poderosas comunidades opuestas a la hegemonía del integrismo, como son los alawíes, cristianos, tradicionales “enemigos” de los suníes, los kurdos, drusos y los simpatizantes de los siete partidos del Frente Nacional Progresista, que apoyan el Gobierno del Baas, hacen extremadamente difícil tal toma del poder por el fundamentalismo suní.

El verdadero peligro de la crisis siria estriba en que Bachar al Asad y el equipo que le rodea no parecen ser capaces de responder a tiempo a las expectativas que la sociedad siria está mostrando, sobre todo entre los amplios sectores de población que llevan años sufriendo las incongruencias de un Gobierno cuyos proyectos de reforma económica y de apertura a la iniciativa privada han quedado reducidas a un puñado de buenas intenciones.

Región olivarera de Afrín, con paisajes muy semejantes a los de Jaén. / M. M.

Siria cuenta con grandes posibilidades de desarrollo. Dejando a un lado la explotación de petróleo y gas, que le permite el autoabastecimiento y la exportación de la mitad de su producción, cuenta con una fuerte potencialidad turística, enormes extensiones olivareras -80 millones de olivos-, de cereales y fértiles llanuras a ambos lados de la cordillera situada entre el río Orontes y la costa; además, los tres grandes puertos en el Mediterráneo –Latakia, Tartus y Banias- se presentan como privilegiadas plataformas comerciales entre Europa y todo Oriente Medio, haciendo, incluso en la actualidad, una fuerte competencia al puerto turco de Mersín.

Sin embargo, toda esta potencialidad económica, igual que la política o cultural, se ve paralizada por una burocracia al servicio de los caciques del Baas, auténticos “reyes de taifas” que no dejan de amasar fortunas a costa de mantener a la cuarta parte de los sirios bajo el nivel de la pobreza, a una juventud que representa el 60 por ciento de la población sin esperanza de futuro y a amplios segmentos de profesionales y empresarios que ven día tras día cómo sus iniciativas son bloqueadas por una burocracia estatal sumida en la parálisis.

La complejidad del rompecabezas sirio hace imprescindible la integración de todas sus partes en un nuevo proyecto, profundizando en el respeto a la diversidad cultural y religiosa pero también permitiendo que los sectores más emprendedores de la sociedad puedan participar del desarrollo económico sin el corsé de la corrupción y las trabas de una Administración anquilosada, y mucho menos respondiendo a la expectativas de cambio con una sangrienta represión que lleva camino de superar en crueldad a la de su padre.

2 Comments
  1. Antonio says

    Magnífica exposición de un país que pocos entienden

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