Francia debe estar agradecida

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Strauss-Kahn, esposado, camina escoltado por policías de la comisaría de la ciudad de Nueva York, el pasado domingo. / Andrew Gombert (Efe)

Si el Congreso de Estados Unidos estuvo a punto de destituir al presidente Bill Clinton en el año 1999 no fue por adúltero sino por mentiroso. Su pecado no fue meterse en un -otro- lío de faldas (si bien con Monica Lewinsky transgredió la norma sagrada de la cultura corporativa estadounidense de no enredarse con la becaria); Clinton mintió sobre su relación con la sub-subordinada bajo juramento. Por eso estuvo a punto de perder el puesto, por mucho que nos queramos olvidar los europeos, que tratamos con desdén el supuesto puritanismo de la cultura americana.

Me viene todo esto a la cabeza viendo y leyendo buena parte de la cobertura del caso de Dominique Strauss-Khan. Desde la vieja Europa se escuchan gritos de indignación por el trato dado al poderoso político socialista -jefe a dedo del Fondo Monetario Internacional, entidad que exige austeridad fiscal mientras su líder se aloja en habitaciones de hotel de tres mil dólares la noche-, que hasta el otro día parecía ser el favorito para suceder a Nicolas Sarkozy en el Elíseo. Si bien uno de los conceptos en el lema de la República francesa es "igualdad", más de uno se está rasgando las vestiduras por las imágenes públicas de un Strauss-Khan saliendo esposado de una comisaría de East Harlem (práctica habitual de la policía neoyorquina con todo tipo de presuntos delincuentes) y luego unas horas más tarde cabizbajo ante la recta juez que le negó la libertad bajo fianza el lunes.

Entre ellos, su amigo Bernard-Henri Lévy, que embarra sus credenciales de filósofo y pensador en un artículo de defensa sin pies ni cabeza en The Daily Beast. En él, después de preguntarse cómo una limpiadora de hotel de lujo entraba sola "a la habitación de una de las figuras más vigiladas del planeta" (¿sugiere Lévy que la mujer iba buscando algo?), sentencia con que "nada en el mundo puede justificar que un hombre sea tirado a los perros de esa manera".

Maureen Dowd le contestaba desde las páginas del The New York Times: "Es algo inspirador de Estados Unidos, donde hasta una criada puede tener dignidad y ser escuchada cuando acusa a uno de los hombres más poderesos del mundo de ser un depredador".

Avisado iba. "Francia no se puede permitir un escándalo", le habría advertido Sarko a DSK antes de mandarlo para Washington en 2007, según reporta el diario británico The Times. "Allí no se toman estas cosas a broma", le recordaba al apodado en Francia como "El Gran Seductor".

Está claro que Strauss-Kahn es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Sin embargo, los delitos de los que se le acusa son extremadamente graves y no simplemente fruto de un desafortunado intento de contacto sexual. Si el veredicto fuera de culpabilidad, Francia debería agradecerle a Estados Unidos el favor de haber abierto la puerta de la mal llamada vida privada del que podría haberse convertido en su presidente.

Al contrario de la prensa estadonidense, la francesa ha sido siempre muy cuidadosa de no entrar en el terreno privado de los políticos de turno. Cada uno puede hacer en su casa lo que quiera mientras desempeñe su trabajo como debe. Pero la pregunta es, ¿no son muchos comportamientos privados signos fundamentales del carácter y la personalidad de la persona?

Seguro que los electores -y electoras- de California y de cualquier lugar del mundo hubieran considerado de relevancia la información de que Arnold Schwarzenegger le ocultaba a su mujer, Maria Shriver, hasta hace muy poquito, que era suyo el hijo ya adolescente de la empleada del hogar que ha trabajado en su casa hasta hace unas semanas, tras veinte años de fiel servicio.

La honestidad es un valor intrínseco -si bien nada corriente- de la política.

Es la misma razón por la que nadie da dos duros por la candidatura presidencial del republicano Newt Gingrich, ex-presidente de la Cámara de Representantes. Sí, se ha convertido en un devoto católico que cumple un papel de buen marido, padre y abuelo. Pero todos sabemos que de aquí a las elecciones nos habremos empapado gracias a la prensa americana de su no tan pío pasado, cuando con su segunda mujer en el lecho de muerte, retozaba en la cama con su empleada y actual tercera esposa, mientras pedía la dimisión del mentiroso Clinton.

Y qué decir de Eliot Spitzer -"la jodida apisonadora", como se auto-llamaba a gritos en tensas conversaciones con aquellos políticos que no se doblegaban a su paso-, que tuvo que renunciar a su cargo de gobernador de Nueva York una vez se supo que era el "cliente número 9" de una red de prostitutas de lujo. Un desliz lo tiene cualquiera; la hipocresía, eso sí, es más difícil de perdonar. Antes de llegar a la Gobernación, como fiscal general del Estado de Nueva York, él mismo había endurecido las leyes anti-prostitución que se estaba saltando a la torera. Nunca fue procesado. Pagó su pecado abandonando el puesto que siempre quiso le llevara un día hasta la Casa Blanca. Ahora se conforma con presentar un programa de opinión en la cadena de noticias CNN.

Sin caer en una obsesión enfermiza, es definitivamente necesario el escrutinio público de ciertos comportamientos privados de la clase dirigente. Es saludable para cualquier democracia saber cuándo sus políticos se creen por encima del bien y del mal. Porque cuando se trata de encomendar a alguien el futuro de nuestro país, estado, región o ciudad, y la gestión de nuestros impuestos, más vale tener abierta una ventana a su alma. Por si acaso la malvende.

3 Comments
  1. David says

    Sinceramente, no coincido con usted en gran parte de su argumento. Creo que a los políticos debe juzgárseles por lo que hacen, no por sus relaciones matrimoniales. No concibo una sociedad que se escandalice porque su representante ponga los cuernos a su mujer pero no porque deje en la calle, restrinja los derechos de sus representados o robe del erario público.

    http://www.laverdadcritica.blogspot.com

  2. M says

    No sé por qué estos tipos todopoderosos son incapaces de mantener la braqueta cerrada

  3. zurdo says

    Totalmente de acuerdo contigo, Juan Manuel. La mujer del César no solo tiene que ser honesta, sino parecerlo. Si un político engaña, miente y abusa de su poder en privado, ¿qué nos hace pensar que no hará lo mismo con los ciudadanos en su vida pública?

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