Yemen ha vivido un fin de semana de celebraciones. Las decenas de miles de personas, las centenares de miles que pedían desde febrero en las calles la salida del dictador Ali Abdullah Saleh creyeron ver cumplido su sueño el sábado tras el ataque contra el palacio presidencial que provocó una decena de muertos y una veintena de heridos, entre ellos, el propio presidente. Saleh terminó volando a Arabia Saudí con un nutrido séquito para someterse a varias intervenciones quirúrgicas: una esquirla de seis centímetros le atravesaba el pecho justo por debajo del corazón. Los yemeníes creyeron ver en su salida por motivos médicos la huída del tirano, y posiblemente no se equivoquen. Como asegura el experto británico en Oriente Próximo Brian Withaker, autor del blog Al Bab, “hace tiempo ya tuve la impresión de que la medicina tiene un historial de intervencionismo en Oriente Próximo cuando la política falla. Actúa como una suerte de fuerza mayor”.
Al fin y al cabo, el dictador tunecino Zine el Abidine Ben Ali también atribuyó a motivos médicos su exilio saudí. Y Hosni Mubarak trata de evitar la cárcel amparándose en sus dolencias. Eso suena a un Ratklo Mladic que se presenta a ratos como una desafiante sombra del general nazi que fue, orgulloso de pasear su locura ante las cámaras repartiendo chocolatinas a los críos que pretendía fusilar, y a ratos como un anciano de salud precaria. Pero en el caso del yemení, no busca evitar su destino escondiéndose tras problemas de salud, más bien al contrario: amenaza con regresar en cuanto termine su baja médica. Su hijo Ahmad y sobrinos Yahia y Ammar, responsables de las unidades de elite del Ejército capaces de continuar la guerra civil iniciada apenas hace dos semanas, bien podrían mantener el país en jaque mientras eso ocurra.
Resulta difícil saber si Saleh, que llevaba casi un mes jugando con la comunidad internacional –prometiendo firmar un acuerdo con la oposición con el que abandonar el poder de forma pacífica para acto seguido negarse a rubricarlo-, regresará a Yemen. Su círculo afirma que lo hará en dos semanas, pero los expertos dudan de que saudíes y norteamericanos lo permitan. El dictador yemení está acabado desde hace meses, pero la ausencia de un recambio que satisfaga a Riad y Washington –que ven en él a un socio dócil en un país especialmente inestable, dada la importante presencia de Al Qaeda y dos movimientos separatistas- ha ralentizado su recambio. Nadie tiene prisas por sustituir al hombre que ha asumido bombardeos norteamericanos contra objetivos yemeníes como propios para proteger a EEUU a cambio de prebendas. Al hombre que permitió que tropas saudíes invadieran el norte de su país para confrontar la revuelta houthi. Nadie salvo los propios yemeníes, hartos de 33 años de dictadura, corrupción, torturas y miedo.
¿El ataque que ha alejado a Saleh del país es lo mejor que podría haber pasado en Yemen? Para Withaker así es, como explica en su artículo Saleh se ha ido. ¿Qué será lo siguiente en Yemen? publicado en The Guardian. Porque el plan ofrecido por el Consejo de Cooperación del Golfo nunca habría sido respetado por Saleh si siguiese en Saná, y porque desde hace dos semanas se libraban combates entre seguidores del dictador y la tribu más poderosa del país, los Ahmar, empeñada desde hace semanas en la caída del régimen. La guerra civil ya estaba agravando el caos habitual yemení y abonando el terreno para el extremismo de Al Qaeda y de otros muchos grupos radicales para desgracia de los yemeníes que llevan más de cuatro meses exigiendo que se les devuelvan sus derechos más básicos. Todo ello, a las mismísmas puertas de Arabia Saudí, el mismo país que lleva años comprando la lealtad de las tribus y su colaboración en la lucha armada contra los rebeldes huthis chiíes.
“Para los saudíes, Yemen no es una cuestión de política exterior sino de Seguridad”, explicaba al Guardian el historiador Madawi al Rasheed. De Yemen partieron los militantes de Al Qaeda que casi logran matar al asistente para la Seguridad del ministro del Interior saudí, Mohamed bin Nayef bin Abdulaziz. En los últimos años, los saudíes han impedido 230 ataques terroristas: han padecido otros 10. Y la mayor parte de sus autores provienen del vecino yemení, el país más pobre del mundo árabe y pozo de extremismo regional. Pero el riesgo del fanatismo armado es sólo un factor: el fanatismo sectario -el levantamiento de la minoría chií saudí, alentada por el intervencionismo saudí en el Bahréin chií o en el norte chií de Yemen- es otro motivo a temer por Riad. Sería irónico que se volviera en su contra: al fin y al cabo, el reino wahabí de Arabia Saudí es el principal promotor del fanatismo regional.
Al país wahabi le sobran motivos para tener un vecino estable, y todo parece indicar que eso pasa por no permitir el regreso del dictador. “El reino [de Arabia Saudí] convencerá a Saleh de ratificar la salida ofrecida por el Golfo para que la situación se resuelva pacíficamente y sin derramamiento de sangre”, explica el analista saudí Abdulaziz Kassem en referencia al plan presentado por el Consejo de Cooperación del Golfo para alcanzar un acuerdo. "Hay un consenso para comprometerse a evitar que salgan problemas de Yemen", afirmaba al Wall Street Journal Gerd Nonneman, investigador asociado del think tank Chatham House. "Harán lo que sea para evitar que Saleh regrese".
Por el momento, su ausencia ya está reportando beneficios al país. La principal tribu de Yemen, involucrada en los combates contra las tropas progubernamentales -el Ejército se ha escindido entre pro y contra Saleh- ha declarado un cese el fuego ya en vigor. Su principal sheikh, Sadiq al Ahmar, así como su hermano Hamid al Ahmar y el hermanastro del presidente, el general de División Mohamed Ali Mohsen al Ahmar -también en las filas de la oposición desde hace varias semanas- mantienen vínculos con los saudíes que bien podrían ser reforzados para buscar un reemplazo manejable.
Muchos analistas coinciden en la oportunidad, si bien frágil, que la gravedad de las heridas de Saleh ofrece a Yemen. Con el dictador en el refugio saudí y un vicepresidente, Abd Rabu Mansur Hadi, actuando como rais en funciones, ya no hay necesidad de que aquél dimita: Washington y Riad tienen ahora la oportunidad de presionar al nuevo dirigente yemení para que acometa las reformas democráticas. Otro dictador ha caído o está a punto de hacerlo, si la realpolitik que tantos muertos deja en todo el mundo no lo impide. Pero en el caso de Yemen, las esperanzas de que el final de la tiranía se traduzca en estabilidad son escasas. Demasiados intereses exteriores, desde Arabia Saudí hasta Al Qaeda, poco afines a la democracia. La sombra de Somalia planea sobre el Golfo de Aden.