Grandes titulares y medias verdades

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El rey Abdullah durante su intervención ante el consejo Shura, en Riyadh, el pasado domingo. / Efe

Los medios tradicionales han empleado ríos de tinta y grandes espacios para hacerse eco de un anuncio político sin pararse a pensar cuánto hay de cierto en el mismo. O sin consultar a sus periodistas sobre el terreno cuál es el contexto del mismo.

El discurso del rey saudí Abdullah, que prometió el domingo que las mujeres tendrán derecho a voto en las próximas elecciones municipales, ha sido rápidamente magnificado y simplificado logrando así que nos congratulemos por el reformismo imperante en Arabia Saudí, socio fundamental de Occidente en Oriente Próximo. Pero en este país del Golfo la iniciativa ha sido acogida con tanta satisfacción como escepticismo.

En primer lugar, la iniciativa del Rey Abdullah sólo entrará en vigor en las próximas elecciones municipales, que se celebrarán en 2015. Cuatro años en los que puede ocurrir cualquier cosa, desde un deceso del monarca, de 87 años de edad y numerosos achaques, hasta un cambio -si bien muy improbable- en la situación política del reino. Además la iniciativa no será aplicada en los comicios que tendrán lugar este jueves, con la obvia excusa de que sería imposible organizarlo en tan corto espacio de tiempo.

El Consejo de Gobierno -un órgano consultivo que asesora al rey, quien también ejerce de primer ministro- ya había propuesto en años anteriores la participación femenina en las elecciones municipales. Lo hizo con ocasión de los primeros comicios que celebró el reino de los Saud en toda su historia, los municipales de 2005. Sólo participaron hombres. Luego prometieron que las mujeres podrían votar en la siguiente cita con las urnas, en 2009. Ni siquiera se celebraron aquellos comicios, que finalmente tendrán lugar este jueves con dos años de retraso.

Pero el hecho de que se celebren, raramente y con retrasos inexplicables, elecciones en el Reino de los Saud no significa que haya democracia. Oficialmente es una monarquía absolutista -gracias a la primavera árabe por fin podemos calificarla abiertamente de dictadura- teocrática wahabi, sin Constitución -se considera que el Corán y la Sunna, la tradición del profeta Mahoma, son lo más parecido a la Carta Magna- y donde la Sharia o ley islámica es una única fuente de jurisprudencia. Los ulemas o líderes religiosos suníes tienen un papel predominante en la toma de decisiones junto con parte de la familia real saudí, y la gran mayoría de instituciones del país son designadas a dedo o bien carecen de poderes. El Consejo de Gobierno es nombrado por el rey, como lo son los miembros del Consejo de la Shura, órgano puramente consultivo que propone leyes, o los gobernadores de las 13 regiones saudíes.

Esos gobernadores son quienes presiden los consejos municipales, aparentemente los únicos organismos electos por la población. Solo que, en realidad, sólo la mitad de los concejales salen de las urnas, mientras que la otra mitad son designados a dedo también desde Ryad. A esto se añade que, a juicio de muchos analistas, estos consejos municipales carecen de poder real. O lo que es lo mismo, que se trata de puro maquillaje para minimizar las críticas de las ONG internacionales.

Al margen de consideraciones sobre la inexistencia de democracia en Arabia Saudí, si queremos ser optimistas, como muchas saudíes lo son, nos podemos aferrar a que el rey es el único con prerrogativas para adoptar una medida como permitir el voto femenino, y que ello representa sin duda un gran paso en la situación de la mujer saudí, una eterna menor de edad, como destacaba en un informe Human Rights Watch. Las saudíes no pueden conducir -una de las pioneras en la lucha por este derecho, Najla Hariri, se enfrenta a un juicio por desafiar esa implícita prohibición estos días; otra fue condenada el martes a diez latigazos por haber osado arrancar su coche- y dependen de un permiso masculino -de su padre, marido o cualquier familiar varón que ejerza como tutor- para poder trabajar, viajar, estudiar, casarse, abrir una cuenta bancaria o acceder a un hospital.

Todo esto podría haber matizado la euforia internacional ante el arranque reformista del anciano Rey Abdullah. En este contexto, el derecho a voto en unas eventuales elecciones destinadas a designar a la mitad de los miembros de un organismo sin poder real no parece un gran éxito, más bien un pequeño aunque importante paso en una larga travesía por el desierto.

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