El 'extraordinario éxito' de Estados Unidos en Irak

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Cientos de soldados estadounidenses procedentes de Irak escuchan al presidente Barack Obama (al fondo de la imagen), en Fort Bragg, Fayetteville (EEUU) el miércoles pasado. / Stand Gilliland (Efe)

Estados Unidos se sigue permitiendo declarar guerras y decretar paces sin que se den las condiciones necesarias para justificar ninguna de las dos situaciones. Lanzó una invasión militar contra Irak en el año 2003 basada en mentiras y sin una autorización legal de la ONU que ha tenido y sigue teniendo dramáticas consecuencias, no sólo para Irak sino para todo Oriente Próximo y, en cierta forma, para el mundo. Y ahora anuncia se vanagloria de la situación en Irak porque de alguna forma tiene que justificar la salida de sus tropas, sin un atisbo de autocrítica, sin un mea culpa y sin haber preguntado a los iraquíes cómo se sienten.

El presidente norteamericano, Barack Obama, se ha referido a Irak como un "extraordinario éxito", asegura que la invasión fue "una forma de hacer lo correcto" y considera que la antigua Mesopotamia está mejor ahora que hace una década. Irak no es un lugar perfecto. Tiene muchos desafíos por delante. Pero allí dejamos una nación soberana, estable, autónoma, con un Gobierno representativo elegido por su propia ciudadanía”.

Creo que no es el mismo Irak que conocemos quienes hemos trabajado en la antigua Mesopotamia, en especial quienes hemos vivido la dictadura, la invasión, la post-invasión, la aparición de la insurgencia y de Al Qaeda -dos conceptos radicalmente diferentes- y el proceso de desintegración que llevó a una guerra civil despiadada de la que aún no se han investigado sus verdaderas consecuencias humanas. No es sólo que cada día se registren atentados en territorio iraquí -algunos con decenas de víctimas- sino el retroceso cultural, educativo y sanitario, el auge del extremismo religioso, el retroceso en derechos fundamentales -en concreto, el estatuto de la mujer, protegido por la dictadura- y, por encima de todo ello, la destrucción física y  moral de un país y de una población que, en los años de las sanciones e incluso durante los bombardeos, se comportaba mucho más civilizadamente que sus agresores, ya fueran externos o internos.

Hoy Irak no es ni la sombra de lo que fue. Y no es que la población no quisiera el final de la dictadura, algo que ansiaba: lo que no quería era ver su país ocupado por una potencia extranjera interesada en esquilmar sus recursos y en garantizar la seguridad de su socio israelí. Los iraquíes, herederos de la antigua Mesopotamia, tienen un fuerte sentimiento patriótico, y por ello vivieron con agradecimiento pero resquemor las primeras horas de ocupación.

Cuando los soldados de Washington asistieron en silencio a los saqueos de la Biblioteca o el Museo Nacional mientras protegían el Banco Central o el Ministerio de Petróleo, comprendieron que el interés de Irak y la seguridad de la población no estaba entre las prioridades de los ocupantes. La peor de las sospechas se confirmó cuando se nombró como administrador de Irak a Paul Bremer, y cuando éste disolvió las Fuerzas de Seguridad iraquíes, dejando al país a su suerte. Con las prisiones desiertas -algunos presos comunes fueron excarcelados por Sadam Husein en los meses previos de la invasión como gesto de buena voluntad; el resto escapó durante el caos de la ocupación- y la ausencia de policía y Ejército, el crimen se disparó, y los primeros secuestros de iraquíes se extendieron como una plaga.

La legítima insurgencia contra los invasores se nutrió de antiguos soldados, policías y baazistas perseguidos por la nueva administración, que consideró a los miembros del Baaz -en muchos casos de pertenencia obligatoria- como proscritos. La minoría suní iraquí, que había gobernado durante décadas, pasó a ser despojada de prebendas y perseguida por los chiíes, víctimas de los peores excesos de Sadam junto a los kurdos, y ascendidos a un poder que siempre les había sido negado.

Una interminable cadena de atentados sectarios, algunos reivindicados por Al Qaeda (inexistente en la época de Sadam, llegada a Irak para combatir a los invasores) y otros de muy sospechosa autoría, hicieron el resto: tras dos años de insurgencia destinada exclusivamente a combatir a los ocupantes -involucrados en todo tipo de tropelías contra la población civil, como Faluya, Haditha o Abu Ghraib, por citar algunos ejemplos- estalló una guerra civil que sirvió de alivio a Estados Unidos y sus aliados.

Fueron años de horror en Irak. La población educada o pudiente -la que no había huído inmediatamente después de la invasión, o la que no fue asesinada- emigró del país. El país quedó en manos de grupos armados, fuerzas invasoras y sus mercenarios, y en el trasfondo, en manos de intereses regionales: unas milicias estaban armadas por Irán, otras por Arabia Saudí; la guerra sectaria que enfrenta a chiíes contra suníes convirtió a Irak en tablero de juegos, como siempre hizo con Líbano. Y la población, atrapada entre múltiples conflictos, se limitó a resistir.

Hace tres años que la guerra civil terminó extraoficialmente, si bien las venganzas inherentes a la cultura árabe hacen imposible prever su final real. Eso no quiere decir que Irak sea ahora un país estable. La justicia depende de dinero e influencias, los Derechos Humanos son ignoradosla situación de la infancia es dramática, Al Qaeda sigue teniendo influencia y los múltiples grupos armados siguen activos. Estados Unidos presume de haber implantado una democracia en Irak, si bien es tan imperfecta como la muy criticada democracia libanesa, donde cada secta tiene garantizado el poder según su peso demográfico en lugar de su programa político. El país sigue en manos de milicias, cada una de ellas dependiente de un partido político, y estas milicias/partido no sólo tienen una agenda interior, sino que están fuertemente influidas por los intereses de sus padrinos regionales. La seguridad es inexistente, como confirman muchos responsables iraquíes que temen no poder controlar el país una vez que se consume la retirada norteamericana.

El laicismo que caracterizó al régimen de Sadam desapareció por completo, y ahora los clérigos detentan buena parte del poder recordando en ocasiones a Irán. Un ejemplo, por cierto, especialmente representativo dado que los chiíes iraquíes en el Gobierno tienen lazos intrínsecos con Teherán, que les protegió y entrenó durante años, y ahora Irán ve recompensada su inversión con un aliado fiel que en momentos de necesidad, como el que vivimos, defiende las exacciones del régimen sirio ante la Liga Arabe. Irónicamente, el principal vencedor de la invasión anglo-americana de Irak ha sido Irán, el país más influyente hoy por hoy en la antigua Mesopotamia.

Irak tiene un primer ministro en teoría democráticamente electo -aunque con muchas dudas, ya que no ganó la mayoría de los votos- que cada vez recuerda más a un dictador. Maneja unidades secretas de policía implicadas en torturas, está involucrado a escándalos de corrupción y acapara poder en contra de la Constitución sin que a nadie parezca importarle. Lo más triste es que cuando se pregunta a los iraquíes, muchos insisten en que, visto lo que ocurrió, con Sadam Hussein no se vivía tan mal.

La invasión y sus consecuencias -ese "extraordinario éxito" para Barack Obama- ha llevado a muchos iraquíes a justificar al dictador sanguinario que les mantenía paralizados por miedo a un régimen policial en contraposición con los invasores: lo mismo que hacen ahora algunos sirios, que ante el miedo a un futuro desconocido prefieren ignorar los crímenes del régimen y culpar de sus errores a las potencias extranjeras. Ocho años después de la invasión que acabó con un régimen sanguinario, nunca Irak había tenido tanto sadamista convencido. Muchos piensan que tuvo que haber un plan para provocar una guerra sectaria, que no pudieron ser casuales todas las torpezas que condujeron al conflicto fraticida que no tardó en extender el odio a Oriente Próximo. Si ese era el plan, dividir a los musulmanes para vencerlos con más facilidad, sí se puede hablar de un "éxito extraordinario".

3 Comments
  1. Tricolor says

    Malditos asesinos hijosdeputa

  2. Althea Schechinger says

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