Una joven generación une Irak a las nuevas tendencias del arte contemporáneo

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Varios jóvenes charlan frente a una de las obras expuestas por Osman Qader en la muestra de la Galería Aram de Suleimaniya. / Manuel Martorell

Cuando recorrí por primera vez el norte de Irak, durante el mes de agosto de 1991, me impresionó profundamente el grado de destrucción a que habían sido sometidas las zonas habitadas por los kurdos: ciudades enteras arrasadas, cientos de pueblos borrados del mapa…; no era fácil encontrar una población intacta. En este paisaje de desolación, Shaklawa, en la ladera de una montaña, aparecía como un verde oasis en manos de distintos grupos armados.

Dos peshmergas se fotografían junto al poster de Mama Riza en agosto de 1991. / M. M.

Mitad cristiana, mitad musulmana, sus calles arboladas se integraban en un ambiente propio de los procesos insurreccionales con abundantes pancartas, símbolos y banderas de todo pelaje ideológico, desde los islamistas hasta el comunismo más ortodoxo. Por eso resultó tan sorprendente encontrarnos, en un espacio abierto, con una gran exposición etnográfica donde se podían ver todo tipo de utensilios tradicionales confundidos con pinturas de motivos revolucionarios y pequeños montajes escultóricos con pretensiones de vanguardia.

No era la de Shaklawa la única expresión artística que veríamos en medio de aquel clima bélico. En muchos lugares había murales alegóricos al levantamiento popular de marzo y a la lucha de los “peshmergas” en las montañas; en las hornacinas reservadas a la omnipresente imagen de Sadam Husein, la figura del dictador había sido sustituida por retratos de famosos héroes guerrilleros, pintados todavía con un estilo propio de los años 70. Destacaba entre ellos el de Mama Riza (“el  tío” Riza), un comandante “peshmerga” de la organización maoísta Komala cuyas hazañas habían traspasado el umbral de la leyenda. Según contaban entonces, su temeridad le jugó una mala pasada; aceptó una cita con el enemigo para negociar cuando en realidad se trataba de una trampa donde encontró la muerte.

Tras aquel viaje de 1991 he vuelto en numerosas ocasiones a esa parte de Irak, probablemente tantas como años han transcurrido. En estas dos décadas ha sido interesante comprobar cómo siempre encontraba un gran interés por reflejar con el pincel lo que ocurría en el país y una clara tendencia a establecer puentes con las tendencias artísticas más avanzadas del resto del mundo.

Obra de Rostam Aghala dedicada a la "campaña Anfal". / Catálogo Rostam Aghala

Junto a aquellos dibujos sencillos y posterizados, existían también cuadros de un expresionismo radical, desgarrador, con tintes de extrema dureza, que reflejaban angustiosamente las campañas del Ejército contra la población civil. Más tarde, en los años 90, sin abandonar el tema de la violencia y la opresión, los cuadros comenzaron a mostrar motivos “más normales” y estilos que buscaban la afinidad con conocidas tendencias de la pintura internacional, siendo bastante común que esta nueva generación de pintores ensayara tanto con el impresionismo como con el simbolismo y el cubismo antes de encontrar un estilo definido, propio y personal.

No es extraño que algunos nombres relevantes de este periodo comparen sus obras con el eclecticismo de la Secesión vienesa y más concretamente con su principal representante, Gustav Klimt. Esto es lo que ocurre con Chiman Ismail, que desde el pasado 19 de abril y por primera vez en España muestra su obra, y con Rostam Aghala, algunas de cuyas obras, cargadas de color y simbolismo, se sitúan en las fronteras del surrealismo. Especial mención, como también ocurre con otros artistas, merece la obra dedicada a la denominada “campaña Anfal”, en la que aparecen junto a las víctimas más desprotegidas del genocidio, colores, objetos y los paisajes donde se desarrolló esta operación de limpieza étnica en los años 80.

Catálago de la exposición en Amna Suraka, el año 2010.

En los últimos años y en consonancia con los avances sociales y económicos de esta parte de Irak, cada vez son más frecuentes las exposiciones colectivas con pintores ya consagrados, presentando trabajos que poco tienen que envidiar a los que se puedan ver en las grandes ferias del arte de Europa. El año 2010 tuve la oportunidad de asistir a una de estas muestras, organizada por la Galería Aram en Amna Suraka (la Casa Roja) de Suleimaniya.

En las azoteas de los edificios de este tristemente conocido centro de tortura todavía se pueden observar los numerosos impactos que dejó el asalto final a este complejo militar por los “peshmergas” kurdos; en el patio, una selección de carros blindados y piezas de artillería del Ejército iraquí eran exhibidos envueltos en papel de periódico, y dentro, en una sala acondicionada, obras de Nahro Shawqi, Nameq Hama, Sirwan Fateh, Narmin Mustafa, Osman Qader y Nabaz Baban, probablemente los nombres más representativos de esta nueva generación de pintores entregados de lleno a la búsqueda de nuevas formas de expresión.

Obra de Nahro Shawqi en Amna Suraka. / M. M.

Su línea de vanguardia no es precisamente la excepción que confirma la regla sino todo lo contrario. A ellos habría que sumar otras aportaciones tanto de hombres –Emad Ali, Salih Najar, Maher Star, Majid Shaliar o Goran Jabar- como de mujeres –Solaf Abdulla, Ebtihal Tawfiq, Suad Mekail o Zainab Arkawazi-, que presentaban una obra colectiva junto a otros vanguardistas más veteranos –Walid Jafar, Sabah Zahawi y Adil Panjshama- en el marco del Festival Gelawej, un certamen anual que celebró su edición número quince el pasado año entre los días 22 y 25 de noviembre. De forma significativa, el Festival Gelawej 2011 estaba dedicado, según destacaban los carteles,  a la “Nueva generación que estaba creando nuevos conceptos, se entiendan o no se entiendan”.

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