Las elecciones presidenciales egipcias fuerzan una Constitución de consenso

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El vicepresidente de los Hermanos Musulmanes, Essam al-Aryan (en el centro), durante la rueda de prensa que dio ayer en El Cairo para anunciar el triunfo del candidato de esta formación. / Khaled Elfiqi (Efe)

Aunque Mohamed Morsi, el candidato de los Hermanos Musulmanes, se haya alzado con el primer puesto en las elecciones presidenciales de Egipto, la dispersión del voto entre los otros aspirantes obligará al primer presidente de la era post-Mubarak a buscar una Constitución de consenso que preserve la diversidad del país.

El que cinco candidatos ideológicamente tan enfrentados como el propio Morsi (en torno al  25%), Ahmed Shafiq (24%), Hamdin Sabahi (20%), Abdel Abulfutuh (17%) o Amer Musa (11%) hayan conseguido unos porcentajes de voto nada despreciables, en el fondo, echa por tierra el reciente intento de los islamistas, que dominan el Parlamento, de elaborar una nueva Carta Magna a su imagen y semejanza.

En realidad, más que estas presidenciales e incluso que las legislativas celebradas en diciembre y enero, la verdadera batalla política se entablará en la denominada Asamblea Constituyente, un cuerpo legislativo integrado por un centenar de miembros (la mitad parlamentarios y la otra mitad personalidades de reconocido prestigio), encargado de redactar el texto de la Constitución definitiva para el nuevo periodo histórico que ha iniciado este país y que, seguramente, será una referencia para los trascendentales cambios en toda la región.

A falta de conocer resultados definitivos y ya que ninguna de estas cinco opciones ha conseguido la mayoría absoluta, será necesaria una segunda vuelta los días 16 y 17 de junio. En esa segunda ronda, se enfrentarán la posición de los Hermanos Musulmanes y la de Ahmed Shafiq, considerado heredero de Mubarak y que basa su programa en garantizar la seguridad y estabilidad del Estado.

Shafiq, cuyos resultados ha sido una de las sorpresas de estos comicios, habría contado también con el apoyo de la importante minoría copta (cristianos), consiguiendo casi el mismo porcentaje de votos que el candidato islamista. La otra gran sorpresa la ha dado el candidato de la izquierda naserista (socialismo árabe), Hamdin Sabahi, que ha arrasado en las grandes aglomeraciones urbanas, mientras que hacia Abulfutuh, en cuarta posición, habrían ido dirigidos los votos de distintos sectores que han protagonizado el proceso revolucionario, incluidos tanto izquierdistas como salafistas. Por su parte, Musa habría aglutinado un espectro liberal contrario a cambios radicales.

El principal problema del nuevo presidente que salga de la segunda vuelta de junio estriba en que deberá gobernar sin unas competencias claramente definidas, ya que se rige por la “declaración constitucional” elaborada por los militares en marzo de 2011, y lo deberá hacer en colaboración con un Parlamento totalmente dominado por los islamistas, tanto moderados como radicales. Además e incluso aunque vuelva a triunfar el representante de la Hermandad Musulmana, difícilmente podra obviar el nuevo panorama político surgido de estos comicios, que muestran un Egipto mucho más plural y, sin lugar a dudas, opuesto a la hegemonía política del islamismo. De hecho, si se sumaran los votos conseguidos por los candidatos laicos, se acercarían al 55 por ciento del total, a los que habría que sumar parte de quienes también desde posiciones revolucionarias han respaldado a Abulfutuh.

Probablemente en este reajuste electoral haya influido la torpeza de los Hermanos Mosulmanes de intentar llevar el dominio parlamentario que les dio su aplastante victoria en las legislativas de diciembre y enero a la Asamblea Constituyente. En correspondencia con esa mayoría parlamentaria, nombraron a finales de marzo a los cien integrantes de este nuevo cuerpo legislativo, reproduciendo sin disimulo el dominio político de la cámara baja. Nada más anunciarse su composición, todos los miembros de tendencia liberal, laica o de izquierda presentaron su dimisión, bloqueando así el funcionamiento de este órgano imprescindible para continuar la transición a la democracia.

De acuerdo con las críticas de los dimisionarios, algunos de ellos elegidos en las candidaturas “integradoras” de los propios Hermanos Musulmanes, el cuerpo redactor de la Carta Magna no puede responder a una elección puntual o a una situación coyuntural sino que debe englobar una realidad mucho más amplia de este país árabe. Es, salvando las distancias, como si la Constitución española de 1978 hubiera sido elaborada por la UCD de Adolfo Suárez, marginando al PSOE, al PCE y a los nacionalistas vascos y catalanes.

En la Asamblea elegida por los islamistas, por ejemplo, se echaba en falta la presencia de los emergentes movimientos juveniles, de indudable influencia social en las grandes áreas urbanas, de las mujeres, de los cristianos coptos, que suponen casi un 10 por ciento de la población total, y de una clase media todavía partidaria del régimen derribado.

Como acaban de demostrar los datos de las presidenciales, buena parte de los egipcios se opone a esa maniobra islamista y temen que una Constitución elaborada por ellos suponga un retroceso social y económico, aparte de frustrar las expectativas de cambio democrático surgidas en la Plaza de Tahrir.

Seguir por ese camino solo conduciría a que la actual división electoral se trasladara a la calle en forma de enfrentamiento civil y, por lo tanto, a una posible nueva intervención del poderoso Ejército egipcio que, lejos de abandonar el “poder fáctico”, hace guardia en la sombra. Como decía una de las pancartas exhibidas en las concentraciones contra la composición sectaria de la citada Asamblea, quienes regaron con sangre la Revolución de Tahrir “no murieron para que los Hermanos Musulmanes redactaran la Constitución”.

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