Berlusconi, al final de un callejón sin salida

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Lucia Magi *

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Silvio Berlusconi, ayer, en Roma, tras el discurso que pronunció ante sus seguidores mientras el Senado votaba su expulsión. / Guido Montani (Efe)

ROMA.– Silvio Berlusconi, tres veces primer ministro de la República italiana y líder de la derecha desde 1994, dejó ayer de ser parlamentario. El Senado aprobó su expulsión de la Cámara Alta, donde se sentaba desde las elecciones de finales de febrero. El voto acata la condena a cuatro años de cárcel que le cayó por un delito de evasión fiscal, aunque gracias a un indulto y a que tiene más de 70 años la pena ha quedado reducida a un año de servicios sociales.

Una ley aprobada por el anterior Ejecutivo de tecnócratas –y sostenido también por el partido del empresario– establece que ni en el Congreso ni en el Senado se pueda sentar nadie que haya sido condenado con fallo firme e inapelable a más de dos años de prisión. La decisión del Tribunal Supremo, el pasado 1 de agosto, zanjó de hecho la carrera parlamentaria de Berlusconi. Solo faltaba la consagración del hemiciclo. Tras meses de discusiones, trabas, fracturas y manifestaciones en las plazas, el Parlamento le cesó. Y de paso cerró un capítulo de la historia política del país que llevaba 20 años abierto: el cese del magnate de la televisión supone que no podrá volver a ocupar un escaño en el Senado ni en la Cámara de los Diputados ni podrá ser candidato electoral hasta que trascurran seis años. Para entonces, él habrá cumplido 83.

Muchas veces los analistas hablaron del “final de Berlusconi”. Pero lo de ayer fue la definitiva puesta en escena, un momento casi simbólico. La derrota de il Cavaliere lleva tiempo arrastrándose. Arrancó el 2 de octubre, cuando tuvo que ceder a los suyos y confirmar la confianza en el Gobierno de Enrico Letta, a pesar de que él quería tumbarlo y adelantar nuevos comicios. Fue la primera vez en la que perdió el control de sus hombres: un momento crucial que marcó el principio del fin del Berlusconi-invencible.

Sin embargo, il Cavaliere –aun sin su asiento parlamentario– no parece desarzonado. No se rinde, se deja arropar por banderas verdes blancas y rojas, por los himnos de su Forza Italia, por los coros de cariño y animo. Tanto que la jornada de ayer salpicó el rostro de quien se declara avergonzado por la conducta publica y privada del político de un sentimiento mixto de alivio y recelo. De rabia pura y dura entre los que siguen apoyándole y adhiriéndose al culto de la que es, sin duda, la personalidad más carismática de la política italiana en las últimas décadas. Un histrión que siempre encuentra la mejor forma posible de perder. Su capacidad de reacción y de adaptación a los altibajos es muy rápida y eficaz. Además dispone de estructuras y recursos que le facilitan la tarea de montar eventos mediáticos importantes.

Cuando se dio cuenta de que buena parte de su partido no estaba de acuerdo con él, secundó la voluntad de quien presionaba para seguir con el Gobierno y evitó aislarse. Cuando se acercaba el momento de la expulsión, fundó un nuevo partido y pasó a la oposición como una víctima heróica. El día en el que pierde su escaño, no acude al Senado para asistir a la votación, sino que convoca una manifestación frente a su residencia romana –a 500 metros de la Cámara– sube al escenario y arenga los feligreses, transportados en autobuses pagados por su partido desde todo el país. Mientras la pantalla que domina el hemiciclo se iluminaba con  el resultado de la votación y sellaba su decadencia, las cámaras le enfocaban a él, luchador y serio como nunca, diciendo: “No tiro la toalla, sigo aquí por vosotros. Aunque los jueces rojos y los comunistas me echen del Parlamento, no retrocedo”.

Las próximas semanas van a centrar la crónica y el debate interno al país. La Justicia decidirá qué servicios sociales le va a mandar, y está a punto de llegar la sentencia de segunda instancia sobre el caso Ruby; es decir, el juicio en su contra por prostitución de una menor de edad por el cual un primer fallo le condenó a 7 años de cárcel. Él acaparará las noticias con los temas de la persecución de los magistrados, de la conjura en su contra, fomentando afecto y rabia de víctima en su electorado.

En el largo plazo, en cambio, Berlusconi está metido en un callejón sin salida. Cuando se apague el clamor y la empatía emocional que le mantiene alto en los sondeos, su posición está irreversiblemente debilitada. No puede presentarse como candidato. Se queda fuera del Parlamento gritando contra el gobierno que no baja los impuestos y está rendido a las estrictas normas económicas de Bruselas. Son proclamas y actitudes que resultan mucho más creíbles en la boca del cómico Beppe Grillo, que no tiene escaño pero manda a distancia el movimiento antisistema Cinco Estrellas.

Ya no puede jugar al político responsable que apoyaba el Ejecutivo en nombre de la estabilidad del país. Esa faceta le valió gran éxito esta primavera. Pero desperdició aquel capital de confianza peleándose con la parte moderada de su Pueblo de la Libertad y guiando a los más extremistas en su nueva Fuerza Italia. Un partido que no puede provocar las elecciones, porque no tiene números suficientes para poner la zancadilla a Letta. Un partido que tampoco suena creíble en la oposición, ya que al principio fomentó el proyecto del Ejecutivo de unión nacional.

(*) Lucia Magi es periodista.

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