La contundente victoria de Tsipras sitúa la pelota en el tejado de la troika

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Alberto Pradilla *

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Partidarios del 'no' celebran la victoria, anoche, en torno a una fuente luminosa de la plaza Syntagma. / Kay Nietfeld (Efe)
Actualización de las 08:15 horas con la dimisión de Varoufakis.

ATENAS.– «Pagaremos la deuda, pero no para morir. Creo en la gente, no en los bancos». Thomas Tsouplos, jubilado, celebraba la victoria del ‘no’ en una Syntagma abarrotada. Ni siquiera se había concluido el recuento del referéndum pero ya era evidente que el ‘no’ se imponía con holgura. Después de tantas elucubraciones y de un panorama supuestamente ajustadísmo, el rechazo a las políticas de austeridad se escuchó con contundencia: un 61,31% de los griegos se sumaron a la campaña promovida desde el Gobierno de Alexis Tsipras, frente al 38,69% que optó por el 'sí'. Se trata de un gran colchón para el ‘premier’ heleno. Hace apenas seis meses, llegó al Palacio de Maximou con un 36% del voto. Así que el mensaje ha quedado claro: Grecia está harta de ajustes. El problema está en que, ahora, la pelota pasa al tejado de las insitituciones, antiguamente conocidas como Troika (Comisión Europea, Fondo Monetario Internacional y Banco Central Europeo). Los primeros mensajes no son halagüeños: el vicecanciller alemán, Signar Gabriel, consideró que Atenas había «roto los puentes» al votar libremente. En caso de que la «campaña del miedo» hubiese triunfado, en Bruselas, Berlín o París estarían celebrando el auge y caida de Tsipras en medio año. Sin embargo, la democracia vale menos cuando se vota lo que no interesa al establishment.

Sí puede decirse que la troika se cobró una pieza. El titular de Finanzas, Yanis Varoufakis, el miembro del Gobierno más carismático, junto a Tsipras, anunció en su blog la dimisión como ministro para facilitar las próximas negociaciones, ante el rechazo que su presencia provoca en determinados miembros del Eurogrupo.

Antes de analizar qué es lo que puede ocurrir hay que tomar en consideración por qué el resultado ha sido tan contundente. Todos los medios internacionales daban por hecho una victoria del «sí» o, en caso contrario, una votación ajustada, de esas que se pueden poner en duda. No tomaron en consideración una idea que se extiende entre los griegos: la del «no tenemos nada que perder». Lo explicaba, por ejemplo, Andonis Lampropoulos, un grandullón que votaba ‘no’ en el barrio popular de Peristeri. Lleva seis años en paro, no tiene acceso a ninguna compensación social y tiene que conformarse con cobrar seis euros al día (los días en los que el jefe está generoso, diez) por repartir pizzas. No espera nada así que las amenazas que llegan desde Bruselas no le intimidan.

Es probable que esta emergencia social esté detrás del fracaso del discurso que amenazaba con el apocalipsis en caso de que Tsipras venciese en el referéndum. Las advertencias macroeconómicas solo han calado en los sectores que sí que tienen algo que perder. Y estos, al menos ahora, son minoritarios en Grecia. Kolonaki es un barrio representativo de esta parte de la población. Es una de las zonas más acaudaladas de Atenas y se nota tanto en las tiendas que rodean el colegio como en la forma de vestir de los votantes. Ahí, por la mañana, Suzanne, que trabaja en Londres, defendía el ‘sí’ como respuesta más razonable ante el seguro «Grexit». Su padre, de traje impoluto, mostraba preocupación ante lo que pudiese estar votándose en otros barrios. «Sé que aquí la victoria está asegurada pero en otras zonas, donde hay mucho paro, no lo tengo claro», afirmaba. No le faltaba razón.

Un efecto colateral de la rotunda victoria del 'no' fue la dimisión del exprimer ministro Antonis Samaras como jefe de la oposición y líder del partido Nueva Democracia.

Poca gente quiere abandonar el euro. De hecho, entre los partidarios del ‘no’ la opción es minoritaria. Konstantino Millonis es uno de ellos. Es militante de Antarsya, un partido a la izquierda de Syriza, y mantenía su mesa por el ‘no’ en Peristeri justo al lado de la del partido liderado por Tsipras. En su opinión, cualquier cosa que no sea abandonar la unión implicaría seguir en la espiral endiablada de la deuda. Pero todavía confía en el primer ministro. Algo que no ocurre con los partidarios del KKE, el Partido Comunista, que pidieron el voto nulo en una papeleta con el lema «No a los recortes de la Troika, no a los recortes del Gobierno» y se quedaron en su inamovible 5%.

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Vista general de la abarrotada plaza Syntagma , donde se reunieron los partidarios del 'no' para celebrar el triunfo en el referéndum. / Orestis Panagiotou (Efe)

Casi desde el primer minuto en el que se ofrecieron los primeros resultados, Syntagma se convirtió en una fiesta. Miles de personas abarrotaron la plaza entre consignas contra la austeridad. El «toque español» estaba presente. Especialmente, porque ante la soledad que ha sentido el Gobierno de Syriza, los griegos ponen como esperanza una hipotética victoria de Podemos en España. Todo el mundo da por hecho que si hace siete días no se llegó a un acuerdo fue por el miedo de la Troika al «efecto contagio» en países que próximamente celebran elecciones. Concretamente, España, con miedo a una victoria de Podemos en noviembre, e Irlanda, que celebra comicios en febrero y donde, por primera vez, el Sinn Fein es favorito. Asumir las reivindicaciones de Syriza, por muy razonables que estas sean, implicaría facilitar el camino a una alianza mediterránea. «Estamos esperando a España», señalaban a cuartopoder.es fuentes del Gobierno heleno nada más conocerse los primeros resultados.

Con este miedo sobre la mesa no parece que las instituciones europeas vayan a ser generosas en los próximos días. Todavía tienen mecanismos para presionar. En principio, según señaló la propia asociación de banqueros griega, la liquidez de los bancos aguanta hasta hoy mismo. Con el control de capitales en marcha, la falta de fondos podría agravar la ya de por sí difícil situación de aquellos que todavía guardan algunos euros en las sucursales. El Gobierno insiste en que el pacto podría darse ya mismo, pero el problema está en que la decisión no es económica sino política. Claro, que con el rotundo apoyo que ha recibido Syriza, descabalgar a Tsipras del Gobierno no parece ser una opción para Bruselas, por mucho que haya amagado con ella durante la última semana. Después del impago de 1.600 millones de euros al FMI, la próxima línea roja será el 20 de julio, cuando vence otro préstamo de 3.000 millones con el Banco Central Europeo.

Como es lógico, las partes estarán negociando desde ayer por la noche. Habrá que ver si logran que el win-win se imponga definitivamente. Las próximas pistas se verán a lo largo de la jornada de hoy, cuando los principales líderes europeos ultimarán los detalles de la cumbre de urgencia convocada para mañana. Tsipras ya ha dejado claro que tiene dos objetivos prioritarios: solventar el problema de la deuda y dotar de estabilidad al sistema bancario griego. Todo va enlazado. Y no se puede olviar que uno de los dramas griegos es esa espiral demente que hace que los nuevos préstamos estén íntegramente dedicados a pagar los intereses de los anteriores. Una jugada maestra para los financieros alemanes pero que convierte a Grecia en un país inviable según el propio FMI.

Frente a la idea de que el «no» es un rechazo a Europa, los manifestantes de Syntagma clamaban por «otro modelo de Europa». La clave estará en si sus socios europeos lo escuchan y se entra en un proceso que obligaría a repensar la UE o el cerrojo se mantiene. Ninguna de las dos opciones está exenta de grandes dificultades.

(*) Alberto Pradilla es periodista.

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