Las mujeres y la música

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Cartel conmemorativo del premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento a la compositora rusa Sofiya Gubaidúlina. / Fundación BBVA

El premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en la categoría de Música Contemporánea a Sofiya Gubaidúlina ha señalizado uno de los campos más ocultos e ignorados de la guerra de sexos: el secular rechazo de la mujer en el ámbito de la composición musical. De la medicina a la poesía, pasando por la astronomía, la química y lo que se les ocurra, la cultura patriarcal ha establecido durante siglos un coto vedado a la sensibilidad femenina, relegada tradicionalmente a la maternidad, el solaz de los hombres y las tareas hogareñas. En el caso concreto de la música, este veto aludía a un temor ancestral, representado en el culto a Dionisos y el mito de las bacantes: el peligro de que las mujeres se entregaran a un salvajismo erótico y desenfrenado que podía terminar con la cabeza de Orfeo flotando río abajo.

En la Edad Media la religión se ocupó de mantener a las mujeres reducidas a su papel de obedientes esclavas, aunque precisamente en los monasterios florecieron algunos talentos musicales de primer orden. El más famoso fue el de Hildegard von Bingen, la asombrosa mística, escritora y médica alemana cuya obra musical ha sido rescatada recientemente. Por desgracia, ella es la excepción que confirma la regla, ya que apenas hay nombres femeninos hasta la aparición, ya en pleno Renacimiento, de Maddalena Casulana, Vittoria Aleotti, Francesca Caccini y Barbara Strozzi. En el romanticismo, Fanny Mendelssohn llegó a escribir más de cuatrocientas obras, pero la fama de su hermano Felix la eclipsó por completo. Algo parecido le ocurrió a Clara Schumann, una pianista que podía rivalizar con Liszt y compositora excepcional, pero que vivió bajo la sombra de dos de los mayores compositores del romanticismo alemán (Robert Schumann y Johannes Brahms), hasta el punto de que en su biografía suele hablarse mucho más de ellos que de ella.

Sofiya Gubaidúlina, en julio de 1981. / D. Smirnov

En el siglo pasado y hasta nuestros días, se pueden citar más ejemplos, aunque pocos de ellos, por no decir ninguno, han trascendido al gran público. Germaine Tailleferre, que perteneció por derecho propio al “Grupo de los Seis”, junto a Darius Milhaud y Francis Poulenc; Nadia Boulanger, profesora del Conservatorio de París, bajo cuyo magisterio estudiaron muchos célebres compositores del siglo XX; y su hermana, Lili Boulanger, tal vez sean las más famosas de la primera mitad de siglo. Hoy día, la finlandesa Kaija Saariaho, la española María de Alvear o la rusa Sofiya Gubaidúlina se hallan en la cúspide de la composición contemporánea. El premio a Gubaidúlina no sólo señala una injusticia de siglos, sino que premia una de las creaciones musicales más espirituales y hermosas de las últimas décadas, un universo de misterio y fervor comparable al de sus colegas Henryk Górecki o Arvo Pärt.

La película Sinfonía de primavera, de Peter Schamoni, con Nastassia Kinski en el papel de Clara, muestra las terribles presiones a las que son sometidas las mujeres en un sistema patriarcal. Clara, esclavizada bajo la tutela de un padre brutal y autoritario, se enamora de Robert, quien le confiesa su amor en el ímpetu glorioso de su Primera Sinfonía, “Primavera”. La película termina cuando ella logra desembarazarse del yugo paterno y se va a vivir con su joven esposo. Cuando Clara le señala el lugar donde colocarán su piano, Robert contesta: “Esta casa es muy pequeña para dos pianos”.

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2 Comments
  1. Y más says

    Lo que impresiona es hasta qué punto el patriarcado vive y abroca en todas partes, mundo civilizado incluído. Se agradece este artículo para compensar la terca ignominia.

  2. celine says

    En «la guerra de los sexos» ha habido más bien palos por la misma parte sobre las costillas de la parte contraria, que diría Marx. Groucho, por supuesto.

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